Tijeras para las aulas
Hacer de la necesidad virtud es, a veces, un arte que dominan los políticos. Por ejemplo, que Miguel Sebastián, ministro de Industria, dijera en pleno estallido financiero que las crisis son buenas para perder grasa era una afirmación que, además de estar en línea con algunas teorías económicas, podía sonar positiva. Dos años después, hemos sabido que o bien el concepto de grasa era demasiado amplio o bien alguien ha confundido la grasa con la fibra. Difícil de entender de otro modo los recortes que autonomías y Gobierno central están aplicando a la inversión más rentable de un país: la educación.
España, a pesar de los esfuerzos realizados durante 30 años, sigue estando por debajo de la media de la UE y la OCDE en gasto educativo. Es una tradicional desventaja que le ha costado cara a este país. Pero la crisis ni siquiera lo ha tenido en cuenta y los políticos han extendido los recortes también ahí. Para este año, un 5% menos; 1.800 millones de euros.
Saben los expertos que cuanto mejor pagados están los profesores mayor es la calidad de la enseñanza que imparten. Ese demostrado principio no ha sido suficiente para los responsables políticos. La mayor parte del recorte la sufren los funcionarios, es decir, los profesores. Aquí todo el mundo ha de arrimar el hombro y, total, para cuando se midan los resultados del deterioro de la calidad educativa ya se pueden haber ganado un sinfín de elecciones. Lástima que la Comisión Europea se empeñe en hacer balances, comparaciones y llamamientos a los países miopes. Es lo que ocurrió el lunes en Bruselas, que la comisaria de Educación, Androulla Vassiliou, censuró la actitud española al respecto.
Una de las peores consecuencias de dicha actitud es el altísimo abandono escolar de los estudiantes españoles. Tres de cada diez; el doble de la media europea. Pero que no cunda el pánico. Bruselas tiene un plan para reducir este problema a la mitad en 2020 y España se ha comprometido a alcanzar una meta similar. Para 2010 había objetivos parecidos en I+D y en empleo que no se cumplieron, pero los políticos piden otro voto de confianza; los dedos cruzados en una mano y en la otra, las tijeras.
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