Tabúes rotos
Japón parece dispuesto a romper los tabúes de su pasado derivados de la derrota en la última guerra mundial, pero no a eliminar la pena capital. Acaba de reanudar las ejecuciones de condenados comunes después de una moratoria de más de un año. El primer ministro, Shinzo Abe, ha logrado el visto bueno del Parlamento para reestablecer el espíritu patriótico en la escuela y elevar a rango de ministerio la Agencia Nacional de Defensa, que podrá contar a partir de ahora con un presupuesto propio y capacidad legislativa. Son dos reformas notables en un país donde los cambios políticos se producen lentamente. El joven líder del conservador Partido Liberal Democrático (PLD) quiere reescribir la pacifista Constitución impuesta a los nipones en 1947 por Estados Unidos
Todo ello sucede cuando la popularidad del nuevo jefe de Gobierno comienza a bajar desde su llegada al poder hace tres meses. No es por un rechazo social a tales reformas, sino por la confusión que está causando su programa económico. Abe es el más joven primer ministro de la historia de Japón -cuenta apenas 52 años-, pero no tiene el carisma de su antecesor, Junichiro Koizumi, que durante los pasados cinco supo revitalizar la economía, atenuar la connivencia corrupta entre la burocracia estatal y las grandes empresas e implicar más a su país en el mundo.
En el debe del pintoresco Koizumi quedó, sin embargo, el empeoramiento de las relaciones con China, a quien irritaba sobremanera sus visitas periódicas al santuario sintoísta de Yasukuni, en Tokio, donde reposan entre otros algunos de los convictos criminales de guerra. Por el contrario, Abe no vaciló ni un minuto en viajar a Pekín para entrevistarse con el presidente Hu Jintao con el fin de rebajar la tensión. Las relaciones bilaterales funcionan bien en el campo comercial, pero no logran desprenderse de las trabas históricas de los atropellos japoneses durante la invasión de China. Es reseñable el acuerdo alcanzado entre los dos países destinado a formar una comisión conjunta de historiadores para tratar de reducir las divergencias del pasado.
Abe, un nacionalista moderado, pretende eliminar el artículo 9 de la Carta Magna, según el cual Japón "renuncia a la guerra para siempre, abole sus Fuerzas Armadas y se compromete a no restaurarlas nunca". Bien es sabido que el cumplimiento de tal disposición es relativamente laxo: hay Ejército, aunque no se defina como tal, y el notable presupuesto militar de Japón es superior al que, por ejemplo, China reconoce oficialmente. El artículo 9 rezuma hoy bastante anacronismo, pero aún no han desaparecido los recelos de los vecinos asiáticos. Es por ello que Tokio deberá esforzarse con gestos tranquilizadores y revisionistas si quiere alejar los demonios del pasado.
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