Rubalcaba, con todo en contra
La economía humana del deseo es compleja y, por tanto, es difícil de saber por qué una persona con tanta experiencia del poder y con tanto conocimiento de los mecanismos de la política como Rubalcaba decidió asumir la candidatura socialista en el momento más difícil. Pero una vez metido en faena, todavía es más difícil entender que fuera tan blando a la hora de imponer sus exigencias al partido. Al fin y al cabo, se contentó con evitar la disputa de unas primarias que probablemente hubieran debilitado un poco más a la familia socialista. Lo más incomprensible es que no impusiera la unidad de mando en el socialismo para afrontar las elecciones, es decir, que no exigiera ser nombrado secretario general del PSOE y concentrar todo el liderazgo. Con Zapatero metido en el absurdo empeño de labrarse un pequeño lugar en la historia por su conversión de mayo de 2010, era inevitable que el Gobierno y el candidato entraran en contradicción. Y así ha sido. Rubalcaba tiene que luchar contra el Gobierno, contra el partido y, además, contra el PP.
Con la reforma de la Constitución que Rubalcaba aceptó con el desesperado argumento de que Zapatero le había convencido el día anterior a anunciarla, quedaba contaminada cualquier propuesta de regeneración de la democracia, de defensa de la autonomía de la política, de respeto a la ciudadanía. Reformar la Constitución a cambio de unos bonos es una frivolidad difícilmente superable, que mide el estado de la política española, ya que los dos grandes partidos son cómplices de un gesto tan inútil (los efectos buscados sobre los mercados no duraron ni tres días) como dañino (la democracia se declara infeudada). Si el Gobierno hunde la estrategia del candidato con una decisión perfectamente prescindible, el partido no le va a la zaga: el lío organizado por meter gente en las listas se está saldando con la sensación de que el sálvese quien pueda pesa más que la renovación imprescindible para que la marca pueda reflotar.
¿Es posible una política de izquierdas hoy? Digámoslo claramente: el problema de la izquierda es que las clases populares han perdido capacidad de intimidación. Y, por tanto, las élites económicas y sociales no ven necesidad alguna de tener que hacer concesiones y de renunciar a algunos de sus privilegios. El dinero, por el contrario, aun con la crisis, conserva intacto su poder de intimidación. Los gobiernos se desviven para tratar de satisfacer sus exigencias, aun a riesgo de transmitir la patética sensación de que son títeres sin autonomía de decisión. Y si el Estado del bienestar está en peligro es por la actual correlación de fuerzas en la sociedad, más que por razones económicas, como se intenta hacernos creer. Si las élites sintieran presión como en los años de la posguerra europea, seguro que se encontrarían las soluciones a los problemas técnicos que ahora se alegan.
No sé que le hubiera ocurrido a la economía española si Zapatero, en mayo de 2010, en vez de dar un giro total a su política bajo la presión exterior, hubiese dimitido. Probablemente, las cosas no habrían cambiado mucho porque otros habrían hecho el trabajo sucio. Pero, la izquierda quizás ahora estaría en mejores condiciones de afrontar la batalla electoral. En cualquier caso, si se trata de seguir haciendo las políticas de obligado cumplimiento que emanan de los organismos internacionales, sin rectificación alguna a pesar de la pobreza de resultados, los ciudadanos ya han decidido que las haga la derecha. Es más natural. Rubalcaba tiene un solo pasillo electoral: plantar cara. Transmitir la sensación de que osaría ser independiente y de que trataría de ocuparse de la ciudadanía y no sólo de los mercados. Y lo primero era emitir algún gesto de equidad, ante el desigual reparto de los costes de una crisis que está ensanchando las distancias en la sociedad y pauperizando a sectores de las clases medias que no pensaban que podrían pasar por este trance. La opción ha sido recuperar el impuesto del patrimonio, por el que el Gobierno llevaba meses haciéndose de rogar. Algún día habrá que emprender una reforma a fondo del injusto sistema fiscal.
Corresponde a la candidatura de Rubalcaba conseguir que la ciudadanía asuma que hay que hacer política, más allá del dogma de la austeridad, para que la sociedad no se rompa. Si se rompe, los ricos se encerrarán en sus condominios, y la gente lo pasará mal en la calle. Ya advirtió Karl Polanyi lo que ocurre cuando la política se pliega incondicionalmente a la economía: el fascismo llama a la puerta. -
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