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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Regreso a Chernóbil

Fukushima ha marcado el 25º aniversario del accidente nuclear más grave de la historia

Hace 25 años, el 26 de abril de 1986, los responsables de la central nuclear de Chernóbil decidieron llevar a cabo un irresponsable experimento de seguridad en el que simularon un corte del suministro eléctrico. Apagaron alarmas e ignoraron avisos hasta que el reactor número 4 estalló. La mezcla de una obsoleta tecnología y el oscurantismo dictatorial soviético causaron una tragedia de impacto incalculable. La URSS no solo no informó al exterior, sino que demoró durante días la evacuación de cientos de miles de personas. Aún hoy es imposible conocer con exactitud el número de víctimas de aquel dramático accidente.

Chernóbil enseñó al mundo la capacidad destructiva de la energía nuclear. Cientos de kilómetros cuadrados han quedado, por siglos, vedados al ser humano y aún no se han logrado recaudar los 740 millones de euros que costará el sarcófago que sustituya al agrietado actual, construido en condiciones extremas. La industria nuclear ha dedicado denodados esfuerzos en convencer de que lo que sucedió en Ucrania no podría volver a ocurrir. La tarea estaba casi conseguida cuando llegó Fukushima y las costuras de la industria atómica volvieron a aflorar. No son accidentes comparables (ni en términos de radiación emitida ni de víctimas), pero la central ha destapado de nuevo los fantasmas del sector. Japón tardó un mes en dar al accidente la máxima calificación en la escala nuclear y en informar de que la emisión había sido al menos un 10% de la de Chernóbil y la colusión de intereses entre las eléctricas y el Gobierno llevó a ignorar alertas de seguridad en sus reactores. Los ecologistas dicen que Fukushima les ha quitado el trabajo, pero es pronto para aventurar tal conclusión. Frente al revés que para la industria han supuesto las decisiones en contra de Alemania, Italia, Chile e India, otros países, como EE UU, China, Reino Unido y Rusia, mantienen su apuesta atómica.

No obstante, si la industria nuclear quiere renacer no solo deberá borrar las sombras de Chernóbil y Fukushima. Deberá demostrar que ha mejorado la seguridad y reducir el precio de la electricidad, lo que sin ayudas públicas es una difícil tarea frente a unas energías alternativas, caras aún, pero que se abaratan cada año y que no suponen una amenaza de incalculables consecuencias para varias generaciones como Chernóbil.

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