¿Primarias sin debates?
El acuerdo entre Zapatero y Gómez para que los socialistas madrileños elijan su candidato a la Presidencia de la Comunidad Autónoma ha puesto de relieve la inclinación del PSOE a resolver de forma democrática las legítimas diferencias de criterio entre distintas instancias del partido. La decisión ha sido bien acogida y, según los sondeos, predominan las opiniones favorables a las primarias y los que entienden que fortalecerán al PSOE. Sin duda, su principal inconveniente consiste en que las preferencias de sus afiliados podrían ser muy distintas de las de su electorado potencial, pero el hecho de que sea la dirección del partido quien elija al candidato no constituye ninguna garantía de acierto. Al menos, en Madrid.
Si el PSOE no los propicia daría al PP un sólido argumento para negarse a debatir en 2012
La imagen de Tomás ha mejorado mucho, a diferencia de la de Trinidad
Con todo, solo desde la ingenuidad o el populismo cabe sostener que las elecciones primarias son un ejercicio democrático solo porque sean las bases quienes eligen el candidato. No basta con eso, sino que han de darse, además, algunas otras condiciones. Primero, que las bases puedan elegir entre dos o más opciones conociendo bien cuales son sus diferencias. Segundo, que todos los afiliados, del primero al último, puedan expresar libremente sus preferencias y votar con igual libertad sin sujeción a presiones de ningún tipo. Y tercero, que los aparatos sean no solo neutrales, sino garantes de la neutralidad, lo que debe impedirles tomar decisiones o emprender acciones que generen sospechas, aunque solo sean sospechas de parcialidad.
Las dos últimas condiciones son tan evidentes que no requieren mayor explicación. La primera sí. Si lo que hay que decidir es quién es el mejor candidato es porque se supone que hay diferencias entre ellos y que uno es mejor que el otro. Pero ¿en qué y por qué? Si los que tienen que decidir quién es el mejor son los afiliados, en este caso los del PSM, lo lógico sería que la campaña sirviera para ayudarles a hacerlo con conocimiento de causa, al margen de cualquier prejuicio inicial, basándose en una comparación entre los candidatos después de uno o varios debates públicos y no solo ni principalmente en lo que digan las encuestas. Lo que digan pueden cambiar en el curso de la campaña, que para eso está.
Tomás Gómez ha pedido debates. Rechazarlos es reducir la dimensión democrática de la elección restando información sustantiva al cuerpo electoral. Hacerlo "porque los dos defienden el mismo programa" es un pobre argumento. Lo que importa es saber quién es el que lo conoce y lo defiende mejor, tiene mejores razones, mayor solidez y capacidad de persuasión, y, en definitiva, más tirón electoral. Los estatutos del partido no contemplan los debates, pero tampoco los prohíben y se comprende mal que un partido que los viene defendiendo a nivel nacional desde hace muchos años, aunque no los contemple norma alguna, utilice una excusa tan poco convincente y tan contradictoria.
¿Por qué se niega Trinidad Jiménez a debatir en público con Tomás Gómez? Si está tan convencida, como repite una y otravez, de que ella es la mejor, ¿por qué no dejar que los afiliados decidan si están o no de acuerdo con ella? Son los demás, no ella, quienes tienen que decirlo. Quienes apoyan su candidatura lo sostienen con tanta convicción como los partidarios de Tomás defienden que él es el mejor. Pero una parte importantísima de ese electorado tiene una idea imprecisa que puede ratificar o rectificar si tiene la oportunidad de juzgar por sí misma quién tiene mejores proyectos y mejores argumentos, quién los comunica mejor y, en resumen, cuál de los dos es el mejor, al margen de lo que digan sus patrocinadores.
Estoy seguro de que Trinidad y Tomás son dos excelentes candidatos, que tanto el uno como el otro lo tendrán muy difícil frente a ese gran animal político que es Esperanza Aguirre, pero que ambos podrían arrebatarle la mayoría absoluta.
Los sondeos que más confianza me merecen de los que conozco indican que los resultados en las autonómicas no variarían cualquiera de los dos que fuera el candidato socialista y que hoy por hoy ambos aparecen, frente a Esperanza Aguirre, con la misma fuerza electoral. Con un matiz, y es que la imagen de Tomás ha mejorado mucho a diferencia de la de Trinidad. Eso, como es lógico, puede cambiar. Por eso, entre otras razones, sería bueno que pudieran debatir en público.
No hace tanto hemos asistido con fascinación a los múltiples debates entre Hillary Clinton y Obama. Hillary Clinton era mucho más conocida y estaba mucho mejor posicionada que Obama. No se negó a debatir con él porque de haberlo hecho habría dado una muestra clara de su inseguridad, de su incapacidad para asumir y controlar el riesgo. Aunque no existieran entre ambos grandes diferencias ideológicas o programáticas, los demócratas entendieron que Obama era mejor candidato. Hillary perdió las primarias, pero lo hizo con tanta dignidad que constituye hoy uno de los principales activos de los demócratas americanos. Como alguien ha dicho, importa más perder bien que ganar mal.
Las primarias de Madrid están abriendo una oportunidad única al PSOE. Sus bases se están activando y movilizando y sería bueno que fueran a votar después de haber visto y oído a Trinidad y Tomás en un debate abierto y, a ser posible, en más de uno y no por lo que hubieran oído o leído acerca de ellos. Nadie debe optar por aquella por ser la preferida de la dirección, ni a este por partir de las bases. Estoy seguro de que afiliados y ciudadanos coincidirían en dos puntos: uno, que los debates favorecerían y no perjudicarían al partido; dos, que están a favor de que se produzcan. Las encuestas seguirán influyendo, pero, sin duda, serían mucho más fiables si los entrevistados se pronunciaran tras ver debatir a ambos candidatos.
Sería interesante saberlo y saber lo que diría el público después de uno o varios debates. Los socialistas madrileños pueden sentirse orgullosos de decidir por sí mismos entre dos buenos candidatos. Pero tienen todo el derecho a reclamar y exigir que se midan en público, de modo que puedan decidir sin dejarse llevar ni por prejuicios ni por presiones, sino por su propio criterio, tras comparar lo que cada uno puede aportar al partido a corto, medio y largo plazo. Lo que cuenta aquí no es a cuál de ellos favorece el debate y a cuál que no lo haya, sino si los debates ayudan o no a decidir cuál es el mejor candidato para conseguir que Madrid cambie. Si el PSOE no propicia esos debates daría al PP un sólido argumento para negarse a debatir en 2012.
Julián Santamaría es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid.
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