Navarra
Siguen, aunque mitigadas, las reacciones al enredo navarro como consecuencia del resultado electoral. Viví los prolegómenos y participé en la campaña. Mi impresión no ha cambiado desde aquellos momentos. Fernando Puras me parecía un buen candidato y, seguramente, hubiera sido mejor presidente del Gobierno foral, pero los resultados no lo acompañaron ni a él ni al partido.
Me preocupaba y me preocupa la algarabía de los dirigentes del PP y de los de su marca navarra, porque ellos sí utilizaron el tema de la Comunidad como moneda de cambio. Me pareció y me parece inteligente la posición de la plataforma nacionalista, aunque no comparta sus afirmaciones. Estaba identificado con el mensaje de fondo de la candidatura socialista y no lo estuve con la gestión de los resultados.
Estos resultados no me extrañaron. Hace falta tiempo y tenacidad para abrir un espacio de convivencia en la especificad de Navarra como espacio público que comparten ciudadanos con distintas ideas -lo normal- y con distintos sentimientos de pertenencia, lo que resulta más difícil de gobernar. Sobre todo cuando se agitan fantasmas de traiciones identitarias y se fundamentan las políticas de los líderes en propuestas de exclusión de los otros, de los que sienten su pertenencia de otra manera.
El socialismo democrático navarro, aún con las hipotecas del pasado reciente, hacía la única propuesta integradora de la diversidad de sentimientos de pertenencia, desde una plataforma progresista, inclinada a la izquierda. Pero estaba y está sometido al choque de trenes de nacionalismos enfrentados que dividen a la comunidad más por razones identitarias que por las propuestas de ideas incluyentes de la diversidad. Abrir un espacio con vocación mayoritaria cuesta mucho, pero es imprescindible para los navarros, primero, y para nosotros como socialistas, después.
En política lo evidente es lo que más cuesta ver. Por eso pasaba extrañamente desapercibido que el eslogan de campaña de Unión del Pueblo Navarro ("Sí a Navarra") fuera idéntico al nombre mismo de la plataforma de los nacionalistas (Nafarroa Bai). Así, dos formaciones antagónicas enfrentaban a dos partes de la comunidad navarra, afirmando que la identidad de la misma era la que ellos representaban con exclusión implícita o explícita de la otra. Al grito de Sí a Navarra frente a Navarra sí, unos y otros achicaban el espacio de las ideas y agrandaban el de los sentimientos enfrentados. En medio, los socialistas afirmando que Navarra es el espacio compartido de todos los navarros y que son las propuestas programáticas y la voluntad incluyente de convivencia las que deben ofrecer las soluciones.
Tal como yo lo veo, seguimos viviendo un mundo de falsedades sin aclarar. Los de Nafarroa Bai, los más inteligentes en la forma, ocultan que su plataforma no es de izquierdas, sino de concentración nacionalista, que no es ni puede ser lo mismo. La argamasa puede ser una propuesta para desalojar del poder a los navarristas de la marca del PP, si no tienen, como así ocurrió, la mayoría, pero no la ficción de alternativas de derecha o de izquierda.
Los de UPN, como los que renunciaron a la dependencia de los violentos en la plataforma de NaBai, sabían y saben, en contra de las tonterías que se han dicho, que los mayores opositores a un gobierno alternativo eran los terroristas y los que dependen de ellos. Es evidente pero se oculta.
Para ETA y Batasuna, que un grupo escindido de ellos por rechazar la violencia llegue a gobernar en Navarra era la peor noticia. Los del PP también lo saben, aunque afirmen exactamente lo contrario por intereses espurios de conservación del poder.
En una situación de esta naturaleza, con los resultados habidos, los compañeros socialistas deberían haber dejado el protagonismo de la difícil formación del gobierno a la primera fuerza política. Tras su fracaso, casi inevitable por la propia normativa estatutaria, deberían haber esperado a los segundos en votos. Sólo cuando no hubiera solución de gobernabilidad deberían haber optado por una oferta que la facilitara desde sus propuestas programáticas o haber reconocido que no se daban las condiciones de formar un gobierno y había que volver a las urnas.
Personalmente, tal vez por la deformación de mi vocación mayoritaria, yo me hubiera inclinado por esta última opción, con todas sus consecuencias. Por eso me entristece pensar que parte de mis compañeros se sientan frustrados por haber pretendido el desalojo de los que tenían la primera minoría sobre cualquier otra consideración. Es casi lo mismo que pensaban los asociados al PP en sentido contrario.
No tengo la menor idea de cómo se produjeron las conversaciones entre la dirección federal de los socialistas y los compañeros de Navarra a partir del día electoral, pero comprendo la posición de la Ejecutiva, más allá de razones estatutarias. Si me hubiera tocado decidir, hubiera hecho algo semejante, con la salvedad de que no conozco las razones de la dirección más allá de lo hecho público en medio del ruido de las interpretaciones, y las mías, en forma de opinión sin interferir en lo ya pasado, son las que expongo aquí.
Siento que Fernando Puras haya dimitido. No beneficia al socialismo navarro. Siento que algunos de mis compañeros cuestionen por lo ocurrido a la dirección navarra y crean que en cada territorio hay que decidir todo lo concerniente al mismo, sin tener en cuenta que compartimos un espacio mayor como ciudadanos y que para nosotros, como socialistas, la cohesión en ese espacio compartido es clave para comprender que queremos convivir incluyendo y no excluyendo a los que tienen sentimientos de pertenencia diversos. Eso es lo que nos diferencia de las pulsiones nacionalistas de cualquier signo. En Navarra y en otros lugares. Puede y debe haber ideas socialistas en todos los sentimientos de pertenencia. Es nuestra argamasa en la diversidad.
Si perdiéramos eso, nuestra situación en Navarra y en otros lares no sería mejor sino peor, en todos los sentidos. Seríamos más débiles, en cada lugar y en el conjunto, sin poder ser diferentes si queremos seguir ofreciendo ese camino que es el socialismo democrático.
Felipe González es ex presidente del Gobierno español.
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