'Nakbah' 2010
La desposesión del pueblo palestino iniciada con las matanzas y expulsiones de 1948 prosigue hoy con el cerco de Gaza y la 'judaización' de Jerusalén y Cisjordania. Todo obedece a un plan de 'limpieza étnica'
A medida que pasan los años resulta cada vez más evidente que el mayor desafío al que debemos enfrentarnos es el triste hecho de que la Nakbah no ha terminado. Y cuando digo "debemos" me refiero a todos aquellos que individualmente o como miembros de algún colectivo hemos aceptado la responsabilidad de mostrar al mundo nuestra solidaridad con el pueblo palestino y nuestra determinación de poner fin a su opresión. De explicar y presentar la catástrofe de 1948 como un proyecto de desposesión de todo un pueblo que no ha terminado todavía y que si no hacemos algo para detenerlo -cosa que aún no hemos logrado- alcanzará, ineludiblemente, sus últimas y siniestras metas.
Recientemente hemos sido testigos de un cambio de actitud en algunos países occidentales, incluyendo a los Estados Unidos. No obstante, ninguna de las élites emergentes parece tener el mínimo interés en enfrentarse a Israel o a sus atroces políticas. Sin embargo, y a diferencia de sus gobernantes, la opinión pública de estos mismos países ha dado muestras de comprender mucho mejor la situación y de estar dispuesta, además, a enfrentarse a ella.
En la aldea de Tantura las fuerzas israelíes asesinaron a 200 hombres de entre 13 y 30 años
La demolición hoy de hogares palestinos en Jerusalén prosigue las destrucciones de 1948
Ahora bien, nada de esto es suficiente cuando los principales medios de comunicación continúan considerando, en el mejor de los casos, la Nakbah como una simple disputa iniciada allá por 1967 entre dos contendientes iguales y, en el peor, como un problema menor que conviene delimitar evitando en todo caso que vaya a más, pero sin ninguna intención de resolverlo.
Hay que reconocer que nuestra tarea no resulta fácil debido, principalmente, al extraordinario éxito que obtuvieron en su día (1948) las maniobras de desposesión llevadas a cabo por el Estado de Israel al ocupar el 80% de la tierra palestina consiguiendo expulsar, de esta forma, a más de la mitad de la población autóctona. Gracias a la magnitud de estas drásticas operaciones, sus responsables pueden hoy permitirse -e implementar- toda clase de políticas genocidas con el único objetivo de dar fin a la limpieza étnica, sustituyendo así a la población palestina eliminada durante los días de la Nakbah.
Es por eso por lo que debemos, y podemos, encontrar la manera más efectiva de hacer entender al mundo la relación existente entre la destrucción en 1948 de 531 pueblos y 11 ciudades y la demolición en 2010 de las casas palestinas de Jerusalén, cuyos propietarios, en buen número, fueron seguramente en su día víctimas también de la limpieza étnica perpetrada por Israel en 1948.
Quizá para convencer a los lectores de lo que en verdad sucedió sería bueno explicar brevemente la destrucción de 64 de esas 531 aldeas y cómo se desarrolló el drama que condujo a la casi completa aniquilación de la Palestina rural.
Estas aldeas se encontraban en el área situada entre las ciudades costeras de Tel Aviv y Haifa. Una de las brigadas de la Haganá, la Alexandroni, se encargaba de la misión de judaizar esta parte de Palestina. Desde finales de abril hasta finales de julio de 1948, en casi todas las aldeas se repetiría la misma lúgubre escena. Soldados israelíes armados rodeaban la aldea por tres lados y obligaban a huir a la población por el otro. En muchos casos, si las gentes se negaban a abandonar la aldea, los llevaban a la fuerza en camiones hasta Cisjordania. En algunas de estas aldeas había voluntarios árabes que se resistían, así que cuando las tropas tomaban la aldea la destruían inmediatamente con explosivos.
El 14 de mayo, el día en que se declaró el Estado judío, ya habían desaparecido 58 aldeas. Quedaban seis. Tres de ellas, Jaba', Ijzim y Ein Ghazal, serían arrasadas en julio. Dos, Fureidis y Jisr al-Zarqa, a unos 35 kilómetros al sur de Haifa, siguen todavía en pie. Ambas proporcionan mano de obra barata a los viejos asentamientos judíos de Zichron Yaacov y Binyamina, y por eso se salvaron.
Tantura, la más grande de las citadas seis aldeas restantes, quedó en medio de territorio judío, como "una espina en la garganta", en palabras de la historia oficial de la guerra de la brigada Alexandroni. El 23 de mayo le llegaría su turno. Oficiales de la inteligencia judía ofrecieron a dos o tres notables, incluido el mukhtar (el alcalde), ciertas condiciones para que se rindiese. Esas condiciones fueron rechazadas sospechando, al parecer con razón, que una rendición sería sólo el paso previo antes de la expulsión. La noche del 22 de mayo atacaron el lugar por cuatro lados. Buena parte de la población quedó en manos de la fuerza ocupante. Después, los cautivos fueron trasladados a la playa. Allí se separó a los hombres de las mujeres y los niños, a los que se obligó a marchar hasta la cercana Fureidis; algunas familias lograron reunirse 18 meses después. La brigada Alexandroni y otras fuerzas judías asesinaron a 200 hombres entre los 13 y los 30 años.
Sólo la venganza, así como el deseo consciente de matar a varones en edad de combatir, explican los motivos de esta masacre.
En Galilea y el Neguev, así como en la llanura costera, otras brigadas israelíes utilizaron estrategias similares para judaizar el nuevo Estado. El sistema consistía, primero, en aterrorizar a la población, ejecutar a unos cuantos para inducir a otros a abandonar el lugar y pedir entonces a un comité oficial que valorase la tierra y las propiedades de las aldeas o de los barrios desiertos.
De manera que sí, es esencial que encontremos la forma de explicar a las buenas gentes de este mundo que la ideología que respaldó en 1948 la masacre de miles de palestinos inocentes es la misma que justificaría años después (enero de 2009) la matanza de 1.400 palestinos en Gaza.
Y hemos de advertir también que es esta misma ideología la que convierte a todos los palestinos, ellos y ellas y allá donde estén, en objetivos potenciales de las próximas etapas de desposesión que el Estado de Israel tiene intención de llevar a cabo: beduinos de la zona de Naqab amenazados por nuevas expulsiones y por la guetización de sus reservas y enclaves; la población de Gaza que vive bajo la constante amenaza de brutales ataques por parte del ejército israelí, enfrentada al hambre y a una muerte lenta; palestinos residentes en el área del Gran Jerusalén, habitantes de unas zonas condenadas a su desaparición por los planes políticos y urbanísticos de las autoridades encaminados a conseguir una ciudad por completo desarabizada; y, también, los palestinos de Muthalath, Wadi Ara, Jaffa, Ramleh, objetivos directos de una miserable política de judeización que acabará privándoles de sus medios de subsistencia, de sus derechos elementales y de toda calidad de vida, sin olvidar tampoco los palestinos de los campos de refugiados de Líbano y Siria: ninguno de ellos se encuentra a salvo del último empujón sionista a un proyecto que se inició en 1882 y que pretende someter, también por la fuerza, a los países árabes vecinos.
Las presiones contra todos estos grupos se van produciendo en lo que podríamos llamar "un goteo diario". Desde un punto de vista mediático, no resultan llamativas ni son tampoco lo suficientemente dramáticas como para provocar un levantamiento.
Pero ha llegado la hora de darles un nombre, de hablar de ellas, de que todos reunamos nuestras energías y nos esforcemos en explicar que cada hora que pasa forma parte de un crimen organizado que dio comienzo en 1948 y que no tendrá fin hasta que consigamos que no vuelva a haber un solo refugiado más y que todos los expulsados en 1948 pueden regresar por fin a su país.
Y esta, no lo olvidemos, es una de las condiciones esenciales de un plan de paz verdaderamente justo y duradero.
Ilan Pappe, historiador israelí, preside el Departamento de Historia en la Universidad de Exeter y es codirector del Centro de Estudios Etno-Políticos de Exeter. En 2007 publicó The Ethnic Cleansing of Palestine. Traducción de Pilar Salamanca.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.