Limpia, fija y da esplendor...
El árabe tiene dos sonidos que pueden representarse por la letra k al transcribirlos al alfabeto latino. Los arabistas han convenido tradicionalmente utilizar para uno la k, como en Kuwait, y para el otro la q, como en Qatar. La RAE ha decidido que no merece la pena consultar a arabistas para fijar la ortografía castellana de los nombres árabes. Y que los qataríes no merecen el respeto de conservar la grafía oficial que usan para transcribir el nombre de su país al alfabeto latino: esa extrañeza de la q sin u seguida puede ser válida en sueco, francés o serbocroata, pero en lo sucesivo será incorrecta en castellano.
Es una decisión útil y práctica. Gracias a ella, en un mundo conectado por Internet, cuando alguien busque algún dato sobre un sultanato del golfo Pérsico, encontrará decenas de acepciones acerca de probar el vino, el queso y otros manjares; e incluso sobre pruebas previas a la edificación o la explotación minera realizadas por geólogos. Difícilmente encontrará vuelos a Doha (¿Doja? ¿Doa?), salvo quizá de Iberia, pero a quién puede interesarle ir allí.
Fijar la ortografía para facilitar la pronunciación de quienes solo hablan castellano peninsular me parece un progreso estupendo: utilizar grafías que muestran que el mundo no se acaba en Burgos o Toledo es una complicación inútil. El primer paso, siempre el más difícil, ya está dado: preparémonos para dar la bienvenida a Líverpul, Cubait (¿Cuvait?), Río de Enero, San Pedroburgo (o mejor Villasanpedro), Glasgou, Guasinton, Dacar, Nueva Deli, Estutgar... ¡Qué limpieza, fijeza y esplendor! Las Universidades de Jarvar y Cambrich deben de andar ya tomando nota.
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