Limitada victoria
Erdogan no logra la mayoría suficiente para reformar en solitario la Constitución turca
Recep Tayyip Erdogan ha logrado una incontestable victoria electoral que le sitúa en el Parlamento con mayoría absoluta y le abre el camino hacia un tercer mandato. Las urnas han otorgado de nuevo la confianza a este islamista moderado bajo cuya batuta Turquía ha triplicado su economía, pero han limitado su capacidad de maniobra al hurtarle la supermayoría que necesitaba (más de 330 escaños sobre un total de 550) para acometer un cambio constitucional hacia un Estado presidencialista sin tener que negociar con la oposición.
Parece evidente que el electorado turco no ha echado en saco roto las advertencias del principal partido de la oposición, el socialdemócrata laico CHP, sobre las ocultas intenciones de Erdogan de perpetuarse en el poder y erosionar la preciada laicidad del Estado. Tampoco ha debido pasar inadvertido el juego sucio que se ha instalado en esta campaña electoral y cuyo principal sospechoso es, precisamente, el partido de Erdogan, el único que no ha quedado salpicado por el escándalo de los vídeos sexuales. Las formaciones más perjudicadas por dichos vídeos han sido justamente el CHP (su líder, Deniz Baykal, tuvo que dejar paso al renovador Kemal Kilickaroglu en plena campaña) y el ultranacionalista MHP, que de no haber alcanzado el 10% de los votos habría quedado fuera del Parlamento y de sus escaños se habría beneficiado fundamentalmente el AKP. Los resultados electorales de ambas formaciones de la oposición, segunda y tercera fuerza política respectivamente, garantizan una limitación de poderes hacia Erdogan que dificultarían la puesta en marcha de esa agenda oculta que el MHP dice tener el primer ministro.
Una de las primeras tareas de Erdogan serán demostrar sus intenciones al respecto y acometer nuevas reformas capaces de desbloquear las negociaciones de adhesión con la UE, que el propio líder islamista logró abrir en 2005 y sobre las cuales Francia y Alemania tienen graves reticencias. Que, hoy por hoy, 60 periodistas sigan en la cárcel (más que en China) o que Layla Zana, una nacionalista kurda, haya sido condenada a 15 años de cárcel por hablar en kurdo ante los parlamentarios no son las mejores credenciales para un país que, a pesar del creciente rechazo de la opinión pública hacia Bruselas, sigue aspirando a formar parte de la Unión Europea.
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