Hambre de libertad
Los egipcios votan en masa pese al oscuro marco electoral diseñado por los militares
Los egipcios tienen un inusitado apetito democrático, como muestra su gran afluencia a las urnas en las primeras elecciones dignas de tal nombre en el país árabe. Aunque no fuera más que porque representan un gran paso hacia la dignidad, y pese a sus irregularidades, merecen ser celebrados unos comicios parlamentarios que hasta la semana pasada estaban en el aire por la cruenta represión militar de las masivas protestas callejeras que reclaman la vuelta del Ejército a los cuarteles. Algunos resultados en esta dilatada y compleja elección en tres tandas serán anunciados esta semana, pero hasta marzo, cuando finalicen las votaciones a la Cámara alta, no habrá un dibujo exacto del nuevo mapa político.
La Junta Militar, que nunca ha sintonizado con el espíritu democrático expresado desde enero en las calles, lo ha hecho casi todo mal, incluyendo las reglas electorales. En el proceso no hay observadores internacionales; y no es el menor de los temores cómo se organizará el recuento de votos en un país donde eso no ha tenido la menor importancia y ahora compiten casi medio centenar de partidos por un electorado polarizado en torno a cuestiones religiosas. Es improbable que de un enrevesado diseño que combina representación proporcional y mayoritaria con anacrónicas cuotas surja un Parlamento representativo. Resultarán beneficiados los partidos mejor organizados -los Hermanos Musulmanes, pero también los restos camuflados de la era Mubarak- y marginadas las formaciones laicas y las minorías. Todo adquiere mayor relevancia al considerar que el objetivo primordial de las elecciones es alumbrar un Parlamento que designe a quienes escribirán la Constitución.
En este escenario, la Junta castrense del general Tantaui mantiene la incertidumbre sobre el tiempo que durarán sus poderes absolutos. El timón del Estado debería volver a los civiles en la persona de un nuevo presidente, a mediados del año próximo, pero todo son conjeturas sobre el futuro Parlamento o el poder que retendrán los militares bajo la nueva Ley Fundamental.
Egipto es el país árabe más poblado e influyente, espejo y compás de una vasta región que hierve. Su balbuciente transición resulta crucial, pese a sus abultados fallos. Si la democracia se abre paso, su efecto resultará determinante. Si fracasa, la primavera árabe sufriría un revés histórico. Las esperanzas de quienes por decenas de miles hacen colas kilométricas ante las urnas no pueden ser defraudadas.
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