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España y Portugal en el contexto europeo

Portugal y España, una vez liberados de las dictaduras a las que durante décadas ambos países estuvieron sometidos, firmaron el mismo día -el 12 de junio de 1985-, en Lisboa y Madrid respectivamente, su adhesión a la entonces llamada CEE. Lo hicieron, tras largas negociaciones, por razones de orden político, en primer lugar, y de orden económico además. Para consolidar sus jóvenes democracias y asegurarse un más rápido desarrollo económico y social.

Veinticinco años después de aquella fecha histórica, creo poder asegurar que una abrumadora mayoría de la población de España y de Portugal no está arrepentida en absoluto. Todo lo contrario. Las transformaciones de los dos Estados ibéricos y de sus sociedades civiles han sido altamente positivas, en todos los ámbitos. Han desaparecido las fronteras entre nuestros dos países, las relaciones entre los dos Estados y gobiernos han estado marcadas por una total confianza mutua y amistad, nos sumamos a la moneda única -el euro-, participamos ambos en la Comunidad Iberoamericana y hemos mantenido posiciones convergentes en asuntos europeos.

La Alemania de Merkel se considera la dueña de Europa. Y sus bancos dictan a todos sus políticas

Con todo, la Unión Europea ha cambiado mucho, como el resto del mundo. Y, por desgracia, no siempre para mejor. El colapso del universo comunista llevó a la ampliación de la Unión, hacia el este, y a la unificación de las dos Alemanias. De 12 Estados miembros -cuando nos adherimos nosotros- hemos pasado a 27: 17 de ellos pertenecen a la zona euro y 10 no se han sumado a la moneda única, aunque tal vez haya que decir más bien nueve, dado que Polonia se halla en negociaciones -con significativos avances, parece ser por ahora- para integrarse también en la zona euro.

La ampliación, políticamente importante y generosa, sirvió también de justificación para que la Unión, creada con el Tratado de Maastricht en 1992, paralizara su progreso institucional y subvirtiera, paulatinamente, algunos principios fundamentales del proyecto de los llamados Países Fundadores. Por citar algunos ejemplos: la igualdad y la solidaridad entre todos los Estados miembros han desaparecido; hoy están todos más o menos dominados por la Alemania de la canciller Merkel, que ha olvidado lo que Alemania debe a la Comunidad Europea y se considera ahora la dueña de Europa, apoyada por su servicial aliado, el presidente Sarkozy; hay un predominio de la economía -y de las finanzas, sobre todo- por encima de la política, o en otras palabras, un predominio del Banco Central Europeo y de los bancos alemanes, aunque no exclusivamente; se ha producido la paralización de una Europa ciudadana y de una Europa política, de tipo federal, etcétera.

Sucede además que la Unión Europea, sumando sus 27 Estados miembros, está gobernada en estos momentos por 24 partidos conservadores y ultraconservadores y apenas por tres partidos socialistas, en Grecia, España y Portugal (este con un gobierno dimisionario, a la espera de elecciones). Solo tres -démonos cuenta- y todos de la llamada Europa del Sur. Cuyo peso en Europa y en el mundo -convengamos- se basa, más que en el dinero, en la historia y en lo que representan: Grecia, a quien debemos la democracia, la filosofía y la ciencia; España y Portugal que difundieron la civilización europea por el ancho mundo que descubrieron, y que se trajeron de regreso a Europa un mejor conocimiento del planeta. No son cosas de poca monta, pero, claro, los economistas, como solo ven el dinero, se olvidan del resto. Y tal vez por eso se engañen tan a menudo... Los tres Estados citados podrían haberse plantado ante las exigencias de una Alemania que los lanzaba hacia una recesión inaceptable. Pero no tuvieron valor para hacerlo.

La crisis financiera y económica que hoy se abate sobre el mundo -y que está lejos de ser superada- aún no ha sido comprendida bien por las instancias que rigen la Unión. Como suele decirse, "no hay peor ciego que el que no quiere ver". Los líderes de la Unión se niegan a aceptar que el neoliberalismo, como ideología, está agotado, como hace 20 años le ocurrió al comunismo. Por eso, se niegan a considerar el peligro de la recesión, a darse cuenta de que, además de la reducción del déficit, es necesario, de la misma forma, procurar reducir el desempleo, las tremendas desigualdades sociales de nuestras sociedades y buscar un nuevo paradigma de desarrollo.

Si no ocurre así, la crisis va a llevar a rupturas que pueden ser violentas y peligrosas. Véase el ejemplo de la manifestación que hace días tuvo lugar en Londres, que movilizó a 500.000 manifestantes, algunos de los cuales se mostraron muy agresivos. Como antes había ocurrido en Grecia, Bélgica, Francia, Italia y en otros países. Si Europa no percibe el descontento que reina -por todas partes- contra los gobiernos nacionales y las instituciones europeas y la distancia que los separa de sus pueblos, es indudable que nos encaminamos hacia la decadencia de la Unión Europea, en un mundo en transformación, y hacia su posible disgregación. Una tragedia que corresponde a los ciudadanos evitar. Porque en las democracias es mediante los votos como se escoge a los gobiernos. Y si los gobiernos son malos, en último análisis, la responsabilidad compete a los ciudadanos, que pueden derribarlos gracias al sufragio popular.

Mário Soares fue presidente y primer ministro de Portugal. Traducción de Carlos Gumpert.

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