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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Elecciones en Cataluña

Creímos ser muchos, la mayoría. Hijos de la emigración. Pero catalanes. Crecimos en los cinturones del área metropolitana, pero nos gustaba tanto ir a Vic, a Olot, a Ripoll, a pasear por Girona o La Seu d'Urgell, que también las considerábamos nuestras.

Nos lanzamos a hablar catalán antes de depurar las vocales neutras y los pronombres. De fuera, de aquí, charnegos. Tuvimos parejas cuyo nombre (Meritxell) era impronunciable para nuestra madre (nacida en Jaén). Tuvimos hijos y nos esforzamos en que conocieran las dos lenguas. Leímos a Gabriel Ferrater, a Maragall, a Sagarra, a Martorell. Y a Marsé.

Nos gustaba enseñar, a nuestros amigos sevillanos, la casa en la que había vivido Cervantes, frente al Puerto de Barcelona, y les invitábamos a esqueixada, escalivada y les mostrábamos cómo untar el tomate en el pan.

Fuimos a Madrid y explicamos qué fantástica era Cataluña. En Barcelona, explicamos qué chula era Madrid. Sí, nos subimos al ascensor social, pero seguimos yendo en metro.

Un día, unos que se nos parecían llegaron al Gobierno de la Generalitat. Cataluña, esta vez ejemplar, unía a independentistas con cordobeses. Pudimos ser un ejemplo, una esperanza. España no sabía tener un presidente catalán, pero Cataluña tenía un president nacido en Andalucía y con un catalán precario. Por encima de la identidad estaban las personas. La identidad la hacían las personas, porque es en ellas en las que se une la historia, la cultura, el respeto al pasado y la fe en el futuro. Cataluña no era lo que las radios bramaban que era.

Pero, pasado el tiempo, los que se parecían tanto a nosotros lo hicieron tan mal, tan mal, que acabamos eligiendo entre ser una cosa o la otra. Era el Palau de la Música, sí, pero también era Pretoria. Y a mí me duele más Pretoria. Acabamos eligiendo, decía, entre la española bandera de la plaza Colón o la estelada. Vencidos, los que no somos ni una cosa ni la otra, o somos ambas, nos subimos al AVE conscientes de la derrota.

Los que se nos parecían siguen ahí, balbuceando que el problema fue que nos les entendimos. Después de tantos errores y tantas oportunidades perdidas, siguen ahí, esperando no sé qué.

Creíamos ser muchos. Nos equivocamos. Otro día ya decidiré qué soy a partir de ahora. Por el momento, seguiré siendo ciudadano del AVE.- Antonio R. Campoy Martínez. Barcelona.

La gran sorpresa de estas elecciones ha sido la obtención de los cuatro escaños por el partido Solidaritat Catalana per la Independència.

Viéndole celebrar su triunfo ayer tuve la visión de un pequeño Berlusconi catalán: tono de piel saludable, sonrisa del que sabe y puede disfrutar la vida, aspecto como acabado de salir de una farra permanente...

Laporta ha sabido sacar rédito a los éxitos y fracasos del prójimo, tanto en el fútbol como en la política, hasta llegar al Parlamento con un programa que reclama inocentemente la independencia de Cataluña con argumentos que de puro simple hace que no entendamos cómo alguien no los pensó antes.

Laporta entra en el Parlament con la L de novato para defender el independentismo catalán, pero eso no nos preocupa demasiado, ha quedado claro que en tiempos de crisis lo primero es la gestión de los calers y después los ideales de país.

María Hernández L'Hospitalet de Llobregat, Barcelona

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