Deudas atacadas
Europa necesita una autoridad económica estable para evitar las tormentas financieras
Las convulsiones en los mercados de deuda han reaparecido para seguir castigando a Grecia, Irlanda y Portugal y amenazar brevemente a los activos españoles, si bien en este último caso la tormenta parece haber pasado. No obstante, aparecen sensibles novedades en la situación de la estabilidad financiera internacional. Moody's y el FMI han subrayado la debilidad de la situación financiera de Estados Unidos, una economía que soporta un elevado déficit público y una deuda a la que la agencia de calificación ha degradado la tendencia, si bien mantiene el nivel de triple A. Hasta China se ha permitido el gesto de regañar paternalmente a Obama por los desequilibrios financieros. Casi al tiempo, el ascenso electoral de la ultraderecha finlandesa, hostil a los rescates de deuda, amenaza con diferir el plan de salvación de Portugal; y la OCDE acaba de rebajar las previsiones de crecimiento de Japón. Prevé para la tercera economía mundial una etapa de dificultades antes de concluir la reconstrucción del país asolado por el tsunami y el accidente nuclear de Fukushima.
Obama ha reconocido la debilidad de los parámetros financieros del país. Pero existen dificultades para aplicar la receta del FMI (la misma de siempre, reducir el déficit mediante un recorte de gastos) debido a la poca expectativa de acuerdo entre la Administración demócrata (que ha sido incapaz de corregir las ventajas fiscales de las rentas más altas aprobadas por Bush) y la oposición republicana. Los republicanos han resucitado los métodos jurásicos de la llamada economía vudú, es decir, la fe ciega en que aplicando rebajas de impuestos se lograrán aumentos de recaudación. Un error de grueso calibre, del que son fervientes partidarios los economistas del PP.
Las dudas sobre la deuda se mantienen en ebullición en Europa. Las tensiones no van a desaparecer por completo sencillamente porque la gestión de la política económica europea, pilotada hoy por Alemania y Francia, deja mucho que desear. En primer lugar, por la chirriante contradicción que surge de aplicar unos programas de ajuste presupuestario que dificultan el crecimiento económico y que, por tanto, debilitan las posibilidades de devolver la deuda contraída. La obsesión alemana por el déficit cero es un pesado lastre para las economías europeas, embarcadas en un proceso de ajuste sin fin que nunca llega a cumplir las expectativas de Angela Merkel y Wolfgang Schäuble.
Europa tiene que disponer de una autoridad económica compacta que sea capaz de disuadir de eventuales ataques contra la deuda. Hoy, Alemania y Francia, electoralmente agobiadas, han ocupado el puente de mando de la gestión de la crisis, y sus decisiones son discutibles. La Unión está obligada también a perfeccionar los mecanismos de rescate financiero. No es razonable que un país rescatado reciba préstamos con un coste similar al que, en su mala situación, le facilita el mercado. La ayuda no puede convertirse en un freno para el crecimiento. Pero Alemania y a su estela Francia no parecen entenderlo así.
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