Demasiada prudencia
La OCDE se suma al FMI en sus previsiones de una nueva recesión; el BCE arrastra los pies
Cuando el coro de las grandes instituciones entona un réquiem al unísono, hay que prestarle atención. Y actuar en consecuencia: esa es la conducta que aconseja la prudencia, y no el conservadurismo. La OCDE se sumó ayer al FMI en el esbozo de un escenario inmediato de carácter recesivo, especialmente en los países occidentales desarrollados. No con la profundidad de la crisis que estalló en 2008, pero de todos modos suficientemente preocupante.
Así, avisó de un crecimiento de solo el 0,2% para el trimestre de cierre del año en los países más ricos del planeta, que conforman el G-7. Si para Alemania se preveía un crecimiento del 3%, el cálculo ahora es del 1,4%, pero en negativo.
Los problemas presupuestarios de EE UU, el parón de la economía japonesa a raíz de la crisis de Fukushima y la crisis de la deuda soberana europea se concitan para dibujar un panorama en el que la reducción del consumo, el descenso de la confianza y el retraimiento de la inversión convergen en un diagnóstico sombrío, bajo el signo del estancamiento.
En el fondo se trata de un retrato muy parecido al realizado hace muy pocos días por la directora ejecutiva del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde. Para ella, la eventualidad de una recesión, o de un rebrote o segunda vuelta de la recesión, constituye un escenario de lo más verosímil, al punto de que "todavía podemos evitarla". Lo novedoso de su receta es que pretende combinar la austeridad presupuestaria en boga en los países europeos con algún grado de estímulo a la demanda, para no cercenar el crecimiento.
La OCDE parece compartir al detalle ese designio, aplicable no solamente a la política fiscal, sino también a la monetaria. "Donde haya opción, se deben bajar los tipos de interés", propugnó ayer el economista jefe de la institución, Pier Carlo Padoan.
Con este tipo de propuestas institucionales, se inaugura una tercera fase en el tono dominante del dibujo de políticas económicas desde la Gran Recesión. Primero fue la defensa del gasto público sin límite para estimular la economía y salvar a los bancos con problemas. Después, el freno al gasto excesivo en el intento de recuperar unas finanzas públicas saneadas. Y ahora se propugna una síntesis de ambas recetas: austeridad, sí, pero estímulo también. Como se trata de políticas en buena medida contradictorias, pues gastar y ahorrar se dan de bruces, convendría que quienes postulan su simbiosis entren en mayor detalle.
A la espera de un decantamiento claro de EE UU, tanto en el alcance exacto de su política de empleo como en la estrategia de la Reserva Federal tras la polémica política sobre el déficit presupuestario de este verano, otro hecho relevante es la casi unanimidad de los organismos internacionales en la radiografía de la coyuntura. Así, el Banco Central Europeo vino ayer a compartir las pesimistas proyecciones de crecimiento en la eurozona para este año, y también para el próximo. Los riesgos a la baja "se han intensificado", reconoció su presidente, Jean-Claude Trichet.
Ahora bien, una cosa es que el BCE comparta el diagnóstico de la OCDE y del FMI y otra es que suscriba todas sus recetas. De manera que la entidad con sede en Fráncfort no decidió ayer la rebaja de los tipos de interés del euro, contra lo que auspiciaban los más optimistas. Pero al menos, tampoco los subió, como se deducía de la secuencia explicitada antes del verano. Hubiera sido otro enorme error, dado el nivel moderado de la inflación. La decisión ahora adoptada no lo es. Pero tampoco un acierto fulgurante para dinamizar la sombría coyuntura. Arrastra los pies. Otras veces fue peor.
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