Cuidado con Islandia

Islandia pide el ingreso en la Unión Europea (UE). Los Veintisiete responden en 48 horas empezado los trámites para la negociación. Fastuosa velocidad. La petición de Islandia confirma que sigue existiendo demanda de Europa, y que la UE se percibe más positiva desde fuera que desde dentro. Su eventual candidatura no merecía el rechazo: es un país democrático, de gran vínculo escandinavo (aunque equiparado a sus lazos con los geográficamente equidistantes EE UU), que exhibe una economía relativamente moderna, pese al monocultivo pesquero.

De forma que los Veintisiete han actuado correctamente. Sí, pero. Hay muchos peros en este asunto, y muchos requisitos que verificar con el fin de evitar que este proceso se pueda convertir casi en una adhesión automática, como pretende la presidencia semestral sueca con su precipitación: debería al menos haber pospuesto la respuesta al resultado del referéndum irlandés sobre el Tratado de Lisboa, para no añadir incertidumbres ni confusión. Ganando así tiempo para tranquilizar a los ya candidatos balcánicos y turco.

Lo peor de la solicitud de Islandia es que la mueve únicamente el pánico a la soledad frente a la recesión, que le ha obligado a un ingente rescate bancario, y ha llevado al país a la quiebra, salvada por los organismos internacionales.

¿Lo peor? No. Aún hay algo peor. La mayoría parlamentaria que apoyó la solicitud es de un solo escaño, lo que augura un futurible euroescéptico de ese país. La UE no es una ONG salvavidas ni una cofradía piadosa. No le interesan más socios que remen a la contra. Ya sobran con Reino Unido, la República Checa y otros países ocasionalmente saprofitos. Quizá llegó la hora de ampliar los criterios de Copenhague o requisitos para el ingreso (democracia, economía de mercado viable, adaptación legislativa) con el de la existencia de una sólida voluntad política y social de pertenecer al club.