Círculo vicioso
Salvo milagro, las elecciones anticipadas en Italia alumbrarán otro Gobierno impotente
Italia ha perdido una nueva oportunidad para modernizar su democracia con la decisión de celebrar elecciones anticipadas sin cambiar antes un sistema electoral insostenible. Tras el fracaso del presidente del Senado para encontrar apoyos para un Gobierno interino, será en abril cuando los italianos acudan de nuevo a las urnas, menos de dos años después de la última vez, para dar presumiblemente un tercer mandato al potentado Silvio Berlusconi.
Ha sido precisamente el rechazo de Berlusconi, que olfatea una nueva etapa en el poder al frente de una coalición derechista, el que ha hecho imposible la formación de un Gobierno provisional que se encargara de la reforma electoral, como lo querían el jefe del Estado y la mayoría de los italianos. Con los comicios anticipados de abril, ese proyecto entra en el túnel del tiempo. Fue Berlusconi -el único jefe del Gobierno que ha agotado los cinco años de mandato, aunque fuese para defenderse de los jueces y promocionar sus negocios- el que dejó al dimitido Romano Prodi como herencia envenenada un revivido sistema proporcional que premia a los pequeños partidos en coalición, haciendo a cualquier Gobierno rehén de los intereses parroquiales de formaciones minúsculas y centrífugas. Hasta 39 partidos se alineaban en el disuelto Parlamento que ha visto caer la precaria alianza centro-izquierdista, en la que las peleas entre socios estaban a la orden del día. Y muy probablemente será Berlusconi -al que se enfrentará desde la izquierda el alcalde de Roma, Walter Veltroni- quien, salvo milagro, sufra en sus carnes después de abril las consecuencias de un reparto de escaños que aniquila cualquier acción eficaz de gobierno.
El drama de Italia es que sólo un Ejecutivo estable y con autoridad puede afrontar los graves retos de una nación en la que todos los indicadores importantes están en rojo. La italiana no es sólo la economía que menos crece en la Europa desarrollada, es también la más regulada y la más necesitada de cambios drásticos, sobre todo en su fosilizado sector público. El propio país está dividido entre un norte vibrante y un esclerotizado sur. Y no menos acuciante que estas reformas es la de una clase política acomodaticia y ayuna de verdaderos dirigentes reformistas, que, como muestran los hechos, acaba anteponiendo sus intereses a los del conjunto.
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