Busquemos errores nuevos
El 43,6% de los jóvenes españoles de entre 18 y 25 años ni estudia ni trabaja. Es decir, ni está recibiendo formación ni está adquiriendo experiencia laboral, y nada hace suponer que esa situación pueda cambiar en los próximos meses. Según los últimos datos de la Unión Europea, el paro juvenil se mantendrá en España durante todo este año por encima del 40%, un porcentaje muy superior a la media de la UE (20,7%) y al de países teóricamente cercanos, como Italia (28,9%), Portugal (22,3%), Polonia (24,9%) o Francia (24,9%).
Nadie tiene la solución, nos quejamos unos y otros como plañideras. Es mentira. Hay soluciones, relativas, quizá parciales, seguramente fragmentarias o imperfectas. Por supuesto que nadie tiene certezas ni soluciones radicales, pero un 43% de paro juvenil es una catástrofe, algo insoportable, una enfermedad que no se puede afrontar desde la parálisis o la mera aceptación.
No es posible que esta sociedad sea incapaz de expresar su enfado y de obligar a los partidos políticos, los empresarios y los sindicatos a encontrar fórmulas que permitan atajar este desastre. El mundo, la propia UE, está lleno de iniciativas que estudiar, ejemplos a los que mirar. El PP y la CEOE se equivocan si creen que negando su colaboración para encontrar remedios que no sean los del siglo XIX hundirán al Gobierno socialista y reducirán aún más el disminuido poder sindical. Quizá alcancen el poder dentro de año y medio, pero se encontrarán ante una sociedad en un estado todavía más grave que el actual, en la que una parte de esa población juvenil ya habrá quedado definitivamente excluida. Lo mismo se podría aplicar, en otro sentido, a los sindicatos y a los propios socialistas. Existe, o debería existir, una cosa que se llama el interés común, y nada es más urgente hoy día para España que encaminar al mayor número posible de esos jóvenes hacia nuevos circuitos de formación o de trabajo.
Bertrand Russell (de cuya muerte se cumple esta semana el 41º aniversario) aseguraba que lo más importante para los seres humanos es que nos enseñen a vivir sin certezas, pero sin dejarnos paralizar por la indecisión. La parálisis es hoy en España la peor de las enfermedades. Los ciudadanos deberíamos ya estar hartos de que, en la inmensa mayoría de los casos, todo lo que se nos propone y se nos exige, todo lo que se nos presenta como imprescindible cambio, sea en el fondo una simple tapadera de ideas antiguas, una cansina retahíla de aburridas cosas, quizá de épocas recientes, pero que no tienen mucho que ver con la auténticamente nueva realidad de hoy. A nuestro lado, otras sociedades están reaccionando de manera más sana, con más deseos de auténtica innovación, de experimentación y de cambio real.
¿Para qué repetir los errores antiguos habiendo tantos errores nuevos que cometer? La ironía de Bertrand Russell está plenamente vigente: a cambio de tanto sacrificio como se nos exige, lo menos que deberíamos pedir es que nos sugieran "errores nuevos", propuestas que contengan un mínimo de estímulo e inspiración. Para un sector importante de la ciudadanía adulta sería mucho más fácil afrontar la crisis si existiera la convicción de que ese esfuerzo permitirá realmente ayudar a las generaciones más jóvenes, que son las que están sufriendo, increíblemente calladas y apáticas, el golpe más brutal de esta feroz crisis.
Por ejemplo, lo malo (o, mejor dicho, lo peor) no es que la jubilación se pueda retrasar a los 67 años, o que las pensiones sufran algún recorte (remedios tan antiguos como el aire de montaña para curar la tuberculosis), sino que todo eso se pretende realizar como si fuera una formidable innovación y sin que nadie sea capaz de explicar cuál es el nuevo horizonte. Y, sobre todo, si se piensa experimentar algún día en el campo de los antibióticos.
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