La espía septuagenaria
Dicen que los escritores se pueden dividir entre aquellos cuya vida es más interesante que sus obras y aquellos cuyos textos son más interesantes que sus vidas. Me parece que en el caso de Stella Rimington a mí me gusta el paquete completo. Por un lado, su biografía, sin duda singular, de espía de altos vuelos, tan altos, de hecho, que fue la primera mujer que dirigió el MI-5, el famoso servicio de inteligencia británico; pero, por otro lado, también he gozado de su primera novela, que esta mujer publicó con 69 años (ahora tiene 73 y está estupenda), una edad poco usual para ponerse a debutar en nada. Claro que los seres humanos somos capaces de vivir muchas vidas, y los espías probablemente estén aún más predispuestos a la multiplicidad en la existencia. O puede que eso de empezar cuando todos acaban sea un rasgo genético británico: por ejemplo, siempre me ha encantado la historia de Minna Keal, una inglesa que estudió música de niña pero después se pasó la vida trabajando como secretaria, hasta que, al jubilarse, regresó al piano y emprendió una brillantísima carrera como compositora clásica contemporánea. Una carrera, además, muy larga: desde los 73 años hasta los 93, que fue cuando murió.
Rimington parece seguir las longevas, briosas y prolíficas huellas de Minna: desde que se estrenó como novelista en 2004 ha sacado tres libros más, todos con la misma protagonista. Pero en España por ahora sólo se ha publicado, hace un par de meses, la primera novela. Se titula La invisible y es, naturalmente, una historia de espías. La protagoniza una muy creíble, compleja y brillante agente treintañera del MI-5, Liz Carlyle, en quien el lector no puede evitar practicar ese feo vicio de la lectura que consiste en ir buscando rastros de la autora. Además la propia Rimington reconoce, en una breve nota de agradecimientos al final del libro, que su personaje tiene "muchos elementos autobiográficos". Lo cierto es que Liz resulta fascinante y ofrece una poderosa alternativa a los agentes masculinos que el género de espías nos ha dado. Por no hablar de las estereotipadas mujeres que suelen aparecer en esas novelas. Liz es analítica, seria e inteligente, y, al mismo tiempo, se lamenta de que la lluvia le estropee sus bonitos zapatos. Es valiente pero prudente. Es fría y a la vez apasionada. De alguna manera, está en perpetuo conflicto con sus emociones. Y tiene unas relaciones bastante difíciles con sus compañeros varones. ¡Liz Carlyle parece tan joven! Mejor dicho: es una mujer con toda la fuerza y el apremio de su plenitud. La septuagenaria Rimington debe de estar llena de vida para ser capaz de armar un personaje así.
Hará unos diez años cené en Madrid con el famosísimo espía Markus Wolf, el hombre que, durante más de tres décadas, dirigió la sección exterior de la Stasi, el temible servicio de inteligencia de la Alemania del Este. Wolf, que por entonces tenía unos 75 años (moriría con 83 en 2006), acababa de publicar en español sus memorias, El hombre sin rostro (editorial Javier Vergara), un libro bastante espeso que leí en su momento y que apenas si consigo rememorar, salvo que era un texto prolijo en aburridos datos, descafeinado en sustancia y rico en alegatos exculpatorios. En persona, Wolf era un hombre muy educado y provisto de cierto magnetismo, y recuerdo que los otros escritores presentes en la cena cayeron rendidos a sus pies, tal vez obnubilados por el hecho de que Wolf inspiró a John Le Carré (o eso dicen) el personaje de Karla, el maestro de espías soviético que aparece en varios de sus libros. Y no hay cosa que más guste a un novelista que conocer en carne y hueso a un personaje de ficción que han admirado. A mí, en fin, también me pareció curioso conocerlo, pero no pude evitar cierto repelús y el convencimiento de que ese hombre tan cortés debía de tener el armario lleno de muertos. Una intuición que la maravillosa y oscarizada película La vida de los otros vino a reafirmarme años después.
Esa misma pregunta ronda tu cabeza cuando lees el hipnótico libro de Stella Rimington: esta mujer encantadora que inspiró el personaje de M en las películas de James Bond, ¿tendrá también su montoncito de cadáveres bajo la alfombra? Aunque estoy segura de que el MI-5, que tiene que responder a los controles democráticos, no es en absoluto comparable a la brutal Stasi, que era el brazo represor de una dictadura, también creo que los servicios de inteligencia no deben de ser precisamente el colmo de la honestidad y los derechos humanos. ¿Cuánta oscuridad habrá dejado Rimington fuera de su libro?
Es una cuestión imposible de contestar, pero debo decir que La invisible está llena de sombras. Uno de los grandes atractivos del libro es su complejidad moral, la falta de esquematismos, los infinitos matices del gris con que dibuja el mundo. En eso se acerca a los maestros del género, a Graham Green, al mejor Le Carré. En eso y en la riqueza de los retratos humanos, en el vigor de las escenas, en lo trepidante de la acción. Es una primera novela formidable. Curiosamente, los que quedan peor en el libro son el MI-6, la agencia hermana británica, especializada en inteligencia exterior, mientras que el MI-5 se ocupa de la seguridad nacional. A juzgar por lo que cuenta La invisible, y no lo dudo, las dos agencias arrastran un enfrentamiento inmemorial, y es de suponer que la autora se ha divertido mucho metiéndose con ellos. Me pregunto cómo se habrán tomado los del MI-6 una obra en la que terminan siendo unos inmorales. Y también me pregunto cuánto habrá de real. Ése es el valor añadido que posee esta novela: que, al leerla, no puedes evitar el escalofrío de saber que Rimington sabe.
La invisible. Stella Rimington. Traducción de Francisco Pérez Navarro. Ediciones B. Barcelona, 2009. 373 páginas. 18 euros.
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