Que la verdad no te frene
La vida es una competición donde sólo la victoria vale, la escuela debe de enseñar a jugar con ventaja y la verdad histórica es un obstáculo que podemos sortear creando versiones imaginativas de los hechos. Éste es, resumidamente, el ideario de Irwin, profesor rapaz contratado por el director de un colegio público británico masculino de provincias para mejorar las notas de sus alumnos en las pruebas de acceso a la universidad.
Este personaje cínico tan identificable, que acabará convertido en asesor de altos cargos políticos de derechas, es uno de los hallazgos mayores de Los chicos de historia, función donde Alan Bennett contrapone su pragmatismo sin escrúpulos con la filosofía de la enseñanza no utilitarista y del aprendizaje por placer, defendida a capa y espada por Héctor, el profesor socrático encarnado por el actor catalán José María Pou.
LOS CHICOS DE HISTORIA
Autor: Alan Bennett. Versión y dirección: José María Pou. Intérpretes: José María Pou, Josep Minguell, Maife Gil, Jordi Andújar. Teatros del Canal. Hasta el 9 de mayo.
Bennett aborda con fluidez temas como el modelado del alumno
Aunque ambientada en los años ochenta, la controversia de Los chicos de historia nos hace pensar en la mantenida hoy por defensores y detractores del plan Bolonia y en la oleada de revisionismo creativo que azota las playas de nuestra historia reciente. Pero no es ésta una función de buenos y malos, sino de contrarios obligados a convivir, como el veterano antipsiquiatra y el joven abanderado de la farmacopea que en Blue/Orange, de Joe Penhall, se pasan las horas tirando metafóricamente cada uno de un brazo del mismo paciente indefenso.
A la chita callando, Bennett aborda con fluidez y variedad de puntos de vista temas como el modelado del alumno, la transmisión del conocimiento y el desarrollo de la sexualidad en el grupo de iguales masculino, al que mira, me parece, con cierta nostalgia, y sobre el que aporta una única pero interesante mirada femenina: la de la señora Lintott, categórica y desenvuelta en la interpretación de Maife Gil.
José María Pou lleva el espectáculo con pulso de atleta, sin desfallecimientos, y extrae lo mejor de ocho intérpretes de entre 20 y 28 años, todos estupendos, aunque entre ellos se individualice el hipersensible Posner de Albert Carbó, y el guaperas Dakin de Alberto Díaz, los alumnos con recorrido dramático más extenso.
Jordi Andújar delinea en cuatro trazos muy eficaces el perfil lleno de aristas y bastante desagradable de Irwin, y Pou llena de humanidad contradictoria a ese profesor extravagante, enamorado de la literatura y del arte, que imprime una huella indeleble en todos sus pupilos.
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