El gran desastre
Tenía que llegar. Nos lo hemos ganado a pulso. Era la cuenta que nos amenazaba como una espada de Damocles encima de la cabeza. Una cuenta que se paga con vidas, no lo olviden. La sanidad madrileña se va desmantelando, y el precio lo empezamos a notar de manera fatal. Pero los responsables del cotarro, con el maromo Güemes -nuestro hombre elegido para aniquilar los hospitales- a la cabeza, silban.
Parece que no es cosa de ellos. Le echan las culpas al primero que llega. Rápido se apresuraron a arruinar la vida de la enfermera novata que se vio envuelta en la muerte del pequeño Ryan. Me pongo en su lugar y tiemblo. Una carrera truncada, la depresión, la frustración y una vida marcada eternamente por la culpa.
La sanidad madrileña se va desmantelando y el precio lo empezamos a notar de manera fatal
La misma que se niegan a asumir algunos. La culpa con mayúsculas. Porque, no se llamen a engaño, la verdadera y directa responsabilidad por el terrorífico desaguisado y las tragedias que semana sí, semana también se van produciendo gota a gota en la Comunidad no es de los profesionales que luchan día a día por hacer andar una rueda cuadrada. Es ni más ni menos que de quienes han tomado la decisión de desmantelar y aniquilar el sistema público de salud: Esperanza Aguirre y su consejero de Sanidad, o mejor de la no Sanidad, el maromo Güemes.
Mientras en Estados Unidos se caen del guindo, a la par que Obama lucha denodadamente contra la ceguera y trata de dar un giro histórico al tercermundista sistema de salud de aquel país, aquí, en Madrid, en este resquicio de las peores corrientes neoliberales, en este basurero neocon, la derechonaza nos quiere birlar nuestros derechos y, de paso, que ahí nos pudramos con la aquiescencia y las reuniones de buen rollo a las que asiste el socialista Tomás Gómez junto a la presidenta. Hasta en eso se le lleva al huerto la muy cuca, prometiéndole en la Asamblea una comisión para mejorar la Sanidad. Y el otro cae.
Harto queda uno de leer con los ojos a cuadros las consecuencias. Empezó todo con el fatídico consejero Lamela -siniestro precedente del actual- y el dignísimo doctor Montes. Leganés y su fanática campaña contra las sedaciones fue el inicio de todo lo que ha venido después. Pocos lo creían. Pero eran las verdaderas orejas del lobo, y eso que Lamela luego ha resultado ser un moderado partidario del pobre Mariano. Más tarde hubo un hueco para perseguir abortistas, acto seguido se acometió una sistemática reducción de los recursos, y ahora, claro, van llegando los muertos. Había que emular al gran Rafael Azcona, darle la vuelta a su genial retablillo literario y enviarle un mensaje al maromo Güemes: "Los vivos no se tocan, nene".
Pero antes convendría que diera un poco la cara. La cara por todo el daño que a diario causan. La cara por los que dependen de sus competencias y no se sienten ni representados ni defendidos. Por todos aquellos que luchan por salvar vidas y se ven privados de los medios para hacerlo en los quirófanos, en las salas de urgencia, en las mermadas UCI, ahora informatizadas por un sistema que los médicos contemplan con terror.
Me sorprendió la truculenta rapidez que demostraron los peces gordos por señalar a un culpable fácil en el dramático caso de Ryan. La lamentable y miserable comparecencia del gerente del Gregorio Marañón, Antonio Barba, echando toda la mierda encima del eslabón más débil casi me hace vomitar. Se quedaría el hombre aliviado. Dormiría como un pepe aquella noche.
Lo mismo que sus jefes políticos. Lo mismo que quien, puede que traicionada por su propia y escasa conciencia, dijera que aquello fue resultado de unos fallos en cadena. Una cadena que acaba, querida Espe, donde no te gustaría ser señalada. En tu florida, rubia y, nadie lo duda, privilegiada cabeza.
Luego nos enteramos de que fallos similares acabaron con la vida de Rebeca, una rumana de 19 años, en el mismo hospital; otro día, que en el nuevo Puerta de Hierro una pequeña sufre muerte cerebral por un dudoso uso de los fórceps en el parto... Así hasta que vayamos pagando, una a una, todas las cuentas. Por haber reducido en un 23,5% el número de camas, 400 por cada 100.000 habitantes, menos de la mitad de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud. Por ser -adivinen cuál-, junto a Valencia, la comunidad que menos gasta de España en sanidad por persona: 1.158 el Gobierno de Camps y 1.170 el de Aguirre. ¿Será que lo que queda para alcanzar la media española, 1.359, se lo llevan crudo Correa y El Bigotes? Me pasaré por Milano o por Vuitton a reclamar esos 200 eurillos que me corresponden. A ver si hay suerte y suena la flauta.
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