A cada cual, su espía
Alfredo Prada, que pasó de vicepresidente segundo de esta nuestra Comunidad a ser un espiado a todo trapo, está muy afligido porque la presidenta Aguirre no le manda rosas. Pero no puede quejarse. He leído en este periódico que en seis meses que lleva con Mariano Rajoy, lejos de ella, ha dado cuatro vueltas al mundo, nada menos que cuatro, y dice él que, gracias a eso, conoce ahora a mucha gente que está en política de forma desinteresada, sin ambición; gente que trabaja porque cree en España y en los principios y valores del PP. De modo que para encontrarse con esas rarezas hay que viajar mucho, a pesar de las dificultades de tesorería que generan los gastos de desplazamiento en tiempo de crisis.
Tomados los ciudadanos por niños, es comprensible que cuanto menos sepamos, mejor
Habrá que darse, pues, unas cuantas vueltas al mundo para evitar que lleguemos a la conclusión de que si la República no era aquello, la democracia tampoco era esto. Y por eso se espera de Rajoy que regale viajes a fin de que descubramos que otro mundo es posible aunque, al parecer, algo más lejano.
A los que no lo han descubierto aún y siguen creyendo en el espionaje madrileño, y en que los corruptos de por aquí y de por allá regalan trajes, bolsos, chaquetones y pulseras a cándidas almas valencianas, así porque sí, y que con el beneplácito de los jueces amigos, las almas cándidas reciben gustosas esas ofrendas, así porque también, Rajoy los encuentra nerviosos y les recomienda tila. Una tila que debe ofrecer ahora a su cercana Dolores de Cospedal y al muy espiado Federico Trillo. Al parecer de ambos, la fiscalía, el Gobierno, la policía, todos, han decidido emular al Gobierno madrileño, prodigioso modelo en materia de espionaje, y han desatado una legión de espías. No hay prueba alguna, pero a Trillo y a su compañera las pruebas les faltan unas veces y otras les sobran. Consecuencia: España es un Estado policial, según la lúcida y ponderada definición de la popular manchega, para que el espionaje no se reduzca al ámbito autonómico.
Están de los nervios, sí, no muy democráticos, pero no son éstos los nervios que detecta Rajoy. Los que Rajoy señala son los que resultan de las exigencias de una cierta visión moral que no calma la tila. Ni falta que les hace a los que están satisfechos con su particular nerviosismo ético. Pero es lícito pensar que si Rajoy -y Cospedal también- dan más importancia a que las averiguaciones policiales consistentes se trasladen a la ciudadanía que lo sean los hechos perversos en que se ve envuelto su partido, no es por otra cosa que por protegernos en la ignorancia. Velan por la inocencia de los niños y es comprensible que, tomados los ciudadanos por tales, estimen que cuanto menos sepamos, mejor.
Lo que pasa es que, gracias a la prensa intrusa, incluso el ciudadano Alfredo Prada ha tenido conocimiento del informe policial que da detalles de cómo era él seguido a todas horas, incluso a altas horas de la noche, acabada una cena con su esposa y con su hija, sin que acabe de verse, aún perplejo, como protagonista de un episodio de espionaje perpetrado por funcionarios del Gobierno al que perteneció y que preside una mujer por la que, según sus propias palabras, hubiera dado la vida.
Dice Prada que por Esperanza Aguirre se hubiera tirado a la piscina, aunque estuviera vacía, y son bien conocidos los resultados de caer de cabeza en una piscina sin agua. Pero mueve a compasión la desolación de Prada. Y más cuando, no rencoroso, desde los rescoldos de su amor defraudado, expresa su deseo de que se le pida perdón. Perdón por haberlo espiado, naturalmente, y no porque la presidenta lo apartara de su lado, que ya le dijo a él Rodolfo Martín Villa, y éste sabe mucho de supervivencias, que mejor que lo cesaran, que eso curte. Y miren si lo ha curtido que no ha parado de dar la vuelta al mundo hasta descubrir el paraíso. Una razón importantísima para que esté agradecido. Además, hoy, en el PP, nadie es nadie sin un espía detrás.
El nuevo espionaje nacional de España, en cambio, no garantiza billetes para llegar a cualquier lugar donde huela mejor o hieda menos. Aquí huele fatal y hemos pasado de distraernos con los espías madrileños a que una invasión de espías nacionales venga a chupar cámara de los corruptos que pasaron de las fotos de boda a la cárcel, de sus colaboradores a las puertas de los juzgados y de los que alimentan sus fondos de armario con las generosas donaciones de los encarcelados invitados a una boda. Y para eso han obligado a doña Dolores de Cospedal a abandonar el pareo y a don Federico su meditación estival para que desvaríen en público y nos entretengan. Menos mal que a Rajoy nada le altera.
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