El calco de José Mercé
El cantaor inaugura el ciclo de flamenco de los Jardines de Sabatini con un recital sin riesgos ni sorpresas
José Mercé (José Soto Soto, Jerez de la Frontera, Cádiz, 1955) actuaba anoche en Madrid dos días después de hacerlo en el Festival de Cante de las Minas, de La Unión (Murcia). La cita era en los Jardines de Sabatini, dentro del ciclo de flamenco de los Veranos de la Villa, una larga lista de grandes nombres del género que desfilará hasta el día 22 de este mes.
Aunque el escenario es lo de menos. Mercé ha encontrado la fórmula del éxito y sería de tontos no repetirla. Él sabe mucho de flamenco. Le pasa en los discos (el último, Ruido, se editó el pasado mes de mayo). También en los conciertos, con una fórmula establecida y que se repite casi sin variaciones de una noche a otra, de un recital a otro.
¿Lo hizo bien? Cumplió con el expediente e hizo lo que sabe que le sale
Anoche la novedad fue la ronquera que no le permitió alardear de voz
Anoche también. Anoche no escuchamos Ruido, lo que oímos fue lo de siempre. Un arranque por malagueñas y continuación por soleares, alegría, seguidillas, fandangos y bulerías.
Mercé hace los mismos cantes en el mismo orden, con el mismo énfasis en los mismos momentos y los mismos gestos, como quitarse la chaqueta cuando acaba el primer cante. Otro cantaores hacen lo mismo, pero alguien con el reconocimiento, la trayectoria y la sabiduría del José Mercé podría hacer algo más que buscar el aplauso que sabe garantizado, como si tuviera estudiada cada relación entre estímulo y respuesta.
Aunque anoche hubo una diferencia notable con respecto a otros conciertos. No pudo hacer el alarde de voz de otras noches, ni presumir del metal gitano y de la potencia que le caracteriza, porque estaba un poco ronco y eso le lastró a lo largo de la velada.
¿Lo hizo bien? Bueno, en realidad cumplió con el expediente. Hizo lo que hace siempre, lo que siempre le sale bien. Pero tiene también su recompensa. Eso sí, el público le adora. El aforo estaba completo e incluso aplaudían antes de que abriese la boca en un alarde de entusiasmo.
Mercé actuó acompañado por la guitarra de su inseparable Moraito Chico. El guitarrista es actualmente uno de los máximos representantes del toque jerezano. Anoche quedó demostrado. Su guitarra es limpia, rítmica, llena de rabia y sentimiento. Pero los dos músicos se saben de memoria; tantos años juntos que los dos conocen lo que viene después, con poco espacio del uno para el otro. Se intuyen al menor movimiento. Debe ser verdad la frase que él dijo en su día: "Una cosa es trabajar y otra cantar flamenco".
Anoche la novedad estuvo en la ronquera, que no le permitió alardear de voz. Tras 10 minutos de descanso, imprescindible para poder seguir cantando, continuó por tarantos (en los que costaba distinguir los semitonos característicos de estos cantes de levante) y por tientos y tangos, desiguales en el compás de la guitarra de Moraito.
Hizo un primer fin de fiesta por bulerías, y sin micrófono, con la habitual pataita del cantaor, y con letras alusivas a Madrid, ciudad de la que dijo "es la capital del flamenco".
Por aclamación, volvió a sentarse para interpretar su tema más conocido, Aire. Y esta vez sí, el cierre por bulerías.
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