Tararéame el himno, Esperanza
La verdad es que España, su himno y su bandera tienen una relación complicada, y conseguir que combinen parece más difícil que hacer cantar La Marsellesa a un trío formado por Bruce Springsteen, Montserrat Caballé y el de en medio de los Chichos. Pero es que, encima, los demás tampoco es que nos ayuden gran cosa, y para demostrarlo no hay más que recordar algunos acontecimientos deportivos más o menos recientes: hace cinco días, el ciclista Alberto Contador gana el Tour y cuando está en el podio de París, le ponen el himno de Dinamarca, lo cual es como confundir el jamón serrano con los arenques; en el año 2003 llegamos a la final de la Copa Davis, en Melbourne, Australia, y el trompetista que habían contratado para la ceremonia o es republicano o se confunde, porque en lugar de tocar la Marcha Real, toca el Himno de Riego; y en mayo de este mismo año, en la final de la Copa del Rey entre el Athletic de Bilbao y el Barcelona, Televisión Española censura el tachín, tachín para que no se oyera cómo lo silbaban los catalanes y los vascos... O sea, que ¡viva Honduras!, como gritó Trillo en El Salvador.
La presidenta felicita el cumpleaños a Rubalcaba mientras Rajoy le acusa de filtraciones a la prensa
Esa gente, que nos tiene manía o no se entera, no se da cuenta del precio que debemos pagar los demás por sus errores, que tienen efectos secundarios tan notables como el de obligar a la presidenta de la Comunidad de Madrid a tararear el Himno Nacional, a modo de desagravio patriótico, en la recepción que le ofreció a Alberto Contador, un figura que además de ganar su segundo Tour lo ha ganado dos veces: una a los demás corredores del pelotón en general y otra al extraordinario pero insufrible Lance Armstrong, que es tan arrogante como sólo puede serlo un tipo cuyo nombre, traducido al español, significa Lanza Brazofuerte. Es verdad que Esperanza Aguirre desafina a lo grande, pero también es cierto que fue capaz de decir de un tirón, y sin leerlo, viva Pinto, viva Madrid, viva España y viva Alberto. Si llega a ser Trillo, le salen Coslada, Valencia, Andorra y Miguel Indurain.
En cualquier caso, la presidenta estuvo simpática ahí y, ya una vez lanzada como intérprete de música ligera, entonaba el feliz cumpleaños para Alfredo Pérez Rubalcaba, con el que se había reunido en la Puerta del Sol para firmar un convenio de colaboración en materia de seguridad. Mientras, en la sede nacional del Partido Popular, su jefe, Mariano Rajoy, acusaba al ministro del Interior de ser el responsable de las filtraciones que han llevado el caso Gürtel a la portada de los periódicos, y en los tribunales se citaba para que comparezcan en un juzgado los tres ex guardias civiles sospechosos de practicar el espionaje político que fichó como asesores de seguridad el consejero de Interior de Madrid, Francisco Granados, para seguir a los rivales internos de la presidenta de la Comunidad de Madrid. ¿Qué buscaban? ¿De qué creían que están manchados sus trapos sucios? La investigación periodística ya le ha puesto nombres y apellidos a las sospechas, y ahora será la justicia la que tal vez averigüe quiénes, por qué y para qué. No servirá de nada, porque aquí nadie asume sus equivocaciones, y cuando un tesorero equívoco dimite, se le acepta una dimisión que quiere ser al mismo tiempo irrevocable y transitoria, lo cual es de una rareza superlativa; pero de todas maneras es importante encontrar las palabras que convierten los indicios en pruebas, y a los presuntos inocentes en culpables. Y si no, que se lo digan al himno de España, que cada vez que alguien pretende ponerle letra, se nos llenan los oídos de ripios y la bandera de zarzuelas. Mejor tarareado, como se acaba de ver.
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