Ritmos y figuras
A pesar de las magras proporciones del escenario, la joven plantilla del Ballet de Monterrey se mostró entonada, con brío y dando ese toque de brillantez enérgica que algunas danzas necesitan más especialmente que otras. Sigue sin casar a la perfección, sin embargo, la charanga y la zapatilla de punta, el bolero lagrimoso y la doble pirueta. Ya hay escuela en ello, pero siempre algo en la estética y en el fondo rechina lo suyo.
Estos cuatro años al frente de la compañía mexicana es la primera experiencia como director del bailarín de origen cubano Luís Serrano (que desarrolló casi toda su carrera escénica en el Miami City Ballet, donde triunfó), y no ha tenido la tentación de cubanizar en exceso el conjunto, aunque están presentes algunos artistas de la isla caribeña productos de la diáspora, sino que ha ido con acierto hacia otras esencias menos localistas, aún con la presencia de compositores como Pablo Moncayo. Pero pensemos que precisamente el Huapango, en su especificidad, cumple un rol, lo hace prismático, y ahí Serrano acierta con la coreografía de cierre de la velada, una brillante demostración coral con frases virtuosas individuales que redime al conjunto y donde no se elude una responsable influencia de Vicente Nebrada.
BALLET DE MONTERREY
Director artístico: Luís Serrano. Coreografías de Jorge Amarante, Marius Petipa, Vasili Vainonen y L. Serrano.
Teatro Nuevo Apolo. Hasta el 27 de marzo.
Una de las cosas más interesantes de esta vitalista compañía, que recién ha cumplido los 20 años de existencia, es el modelo sobre el que ha sido construido, probablemente uno de los pocos viables hoy para las agrupaciones de nuevo cuño. La participación real y económica de las fuerzas vivas de Nuevo León, desde lo social hasta lo cultural e industrial, han dado una fruto que comienza a estar maduro; Serrano lo intenta hacer algo más cosmopolita. El ballet, como ciencia artística de la escena en toda su complejidad, siempre está pendiente de la mejoría y del anhelo de perfección, y en este sentido, puede hablarse también de otro tema que aquí se ve claro, la diferencia de cómo se enfrenta el renglón académico entre América y Europa.
No excluyo a Norteamérica de esta consideración, que llevan ventaja y que de hecho también han influido en estas compañías de Latinoamérica. Se baila diferente porque es un entorno diferente; se asimila el repertorio y los estilos de una manera más expeditiva porque en cierto sentido la realidad también lo es. Tengamos en cuenta que el ballet no es un tesoro inmóvil en una urna de cristal, sino una manifestación dinámica y cambiante con objetivos que se precisan diferentes en cada plaza. Serrano ha intimado con las músicas de la región al punto de categorizarlas en lo coreográfico en busca de esa identidad. Así, este planteamiento lleva a que habría que crear una vitola nueva para rasar las comparaciones, eso independiente de la técnica misma del ballet, su depuración, su instinto armónico. Mucho mejor las creaciones modernas. Las obras de Amarante son ejemplo de ello. La primera, sobre música inca, es la mejor, sutilmente engarzada en los ritmos, el color y las figuras.
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