"Hago arte, pero hay gente que se santigua al verme"
Cuando el "hombre colgado" se pasea por las calles de Madrid no llama la atención. De mediana edad, con barba de tres días y ropa informal, con arrugas moderadas alrededor de unos ojos moderadamente verdes. Un hombre, en sus palabras, "absolutamente ordinario". "Pero si pones algo fuera de su contexto", y mientras argumenta, Johan Lorbeen no puede evitar coger la cucharilla de su taza de café y sostenerla sobre la pared, "en ese momento lo observas de forma diferente".
Este artista alemán de 59 años pasó tres días de la semana pasada colgado varias horas en la plaza del Callao y en la estación de Atocha dentro de la programación de Escena Contemporánea. Levitando, aparentemente, a unos tres metros del suelo, con sólo la palma de la mano apoyada en la pared. Tarzán Standing Leg es la performance que Lorbeen, también profesor de Bellas Artes en Berlín, lleva seis años representando. Tarzán por lo mitológico, la capacidad de hacer lo que un ser humano normal no puede. Y Standing Leg por el término que describe la postura de una de las piernas de las estatuas griegas. Con ella ha recorrido ciudades de todo el mundo. "Llama la atención siempre de la misma forma. Creo que la idea de elevarse y ver la realidad desde arriba está en todas las culturas".
"Elevarse y ver la realidad desde arriba es una idea universal"
En las alturas se intercambian los papeles. El artista, que puede permanecer hasta cuatro horas en un estado que define como "una especie de trance", se convierte en espectador de la coreografía que escenifican los demás. En la calle, durante sus actuaciones, los cuchicheos del público se centran en descubrir el truco.
"Lo cuento a todo el mundo, es parte de la performance. No soy un mago". En el peculiar proceso creativo de Lorbeer, primero nace la idea, le sigue un boceto, que ha de aprobar un ingeniero, y luego vienen las pruebas hasta que funciona. En el caso de Tarzán Standing Leg, fueron necesarios cuatro meses y varias caídas antes de dar con el artilugio perfecto, una especie de arnés oculto entre las ropas y unido a un brazo falso. El profesor sólo tiene que colocarse el arnés. El brazo que se ve en la foto apoyado sobre la pared no es suyo. Es rígido y le permite suspenderse en el aire.
No todos los espectadores captan el sentido de la obra. Hay quien lo toma por un ser sobrenatural. En Madrid, lo más extraño que se ha encontrado han sido mujeres mayores santiguándose. En Roma, unas monjas le preguntaron si también era capaz de estar en otro lugar del mundo a la vez (al parecer, las religiosas conocían cierta relación entre la levitación y la duplicación del cuerpo).
Él no suele alarmarse. Habla con todo el que le pregunta. "He querido demostrarme a mí mismo que es posible ganar para vivir con este tipo de obras". "Intento cuestionar la realidad", expone, y se admite influido por Magritte y el surrealismo. Treinta años después de sus primeras performances -entonces tenía que conducir camiones para pagarse el alquiler- se considera afortunado por haber conseguido vivir del arte. "Lo que gano en la universidad lo dedico a mi hija y a financiar proyectos", explica.
Lorbeer sigue su viaje. Venezuela y EE UU son sus próximos destinos. De Madrid se marcha con la emoción de haber visitado el Prado por primera vez. "Se me saltaron las lágrimas al ver a Velázquez y a Goya", confiesa. "Después de toda la vida viendo los cuadros en libros, fue como un déjà vu".
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