Las ventajas de la polarización
El atentado de Arizona ha puesto en primera plana la radicalización de los términos del debate político en nuestras democracias. Un tono generalmente grueso, cuando no apocalíptico, y deliberadamente simplificador parece dominar el debate político estadounidense. En radios, tertulias, discursos, mítines y programas televisivos se cruzan insultos, descalificaciones e incluso amenazas. Muchos se preguntan si Estados Unidos, que siempre fue considerado un paraíso civil debido a la madurez de su sociedad y sus instituciones, no es hoy simple y llanamente una sociedad "incivil".
El fenómeno no se circunscribe a Estados Unidos. En realidad, España ofrece una buena muestra de una política vociferante, reducida a eslóganes, huérfana de argumentos y donde ni hechos ni datos cuentan o bien son manipulados impunemente. Curiosamente, un país que ha vendido al mundo una transición de consenso, se encuentra, al menos desde el 11 de marzo de 2004, instalado en un ambiente de permanente crispación.
¿Qué explica la polarización? Tradicionalmente, los partidos con posibilidades de gobernar venían compitiendo por el centro del espectro político, por el llamado "votante mediano", un ciudadano modelo que en cada elección adjudicaba racionalmente su voto a cada partido tras haber sopesado la calidad de la acción de gobierno realizada, el programa electoral presentado y la credibilidad de los candidatos. Sin embargo, la fidelidad partidista del votante mediano no es muy elevada, lo que representa un problema para los partidos, que, al igual que las empresas hacen con las marcas, tienen que recurrir a técnicas de fidelización del votante. Ahí comienza el deslizamiento de la política hacia la publicidad, un camino donde la ideología juega un papel esencial puesto que refuerza la identificación de los votantes con los partidos. Como en los anuncios de automóviles donde no se habla del precio ni de las características sino del placer de conducir, los partidos necesitan que los electores estén dispuestos a votarles no solo cuando lo hagan bien, sino también cuando lo hagan mal, lo que solo harán si su ideología les impide cambiar de voto. De ahí la necesidad de polarizar.
En Estados Unidos, George W. Bush ganó por unos pocos votos las elecciones de 2000 compitiendo por el centro, pero arrasó en 2004 cuando siguió la estrategia de Karl Rove y construyó un discurso deliberadamente dirigido a sacar a votar a la derecha religiosa, generalmente abstencionista. El problema ahora es que esa derecha radical representa una especie de genio que se niega a volver a la lámpara, tira de los republicanos hacia la derecha y fuerza a los demócratas a elegir entre moderarse y competir por el centro o buscar un efecto similar por la izquierda, lo que puede radicalizar aún más la vida política. ¿Ha ocurrido algo parecido en España?
José Ignacio Torreblanca es profesor de Ciencia Política de la UNDED.
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