La última carrera de Obama en Florida
El senador por Illinois pide votos y no abucheos para derrotar a McCain
Cuando iniciaba el paso para empezar a correr, se dio cuenta de que los cordones de su zapatilla izquierda andaban flojos. Se agachó, miró a ambos lados y se los ató. Sabiéndose observado, con una inmensa sonrisa de medio lado que no dejaba ver todos sus blancos y perfectos dientes, el candidato presidencial se incorporó, saludó a quienes coreaban su nombre e inició la marcha. "¡Obama, Obama!", gritaban los taxistas y algunos viandantes a las puertas del hotel Hyatt. "Mañana es nuestro día", le informó un limpiador de zapatos eritreo.
Por si no lo sabía... Ligero y confiado corría ayer por la mañana Barack Obama por las calles de Jacksonville (Florida). Seguro de sí mismo. Hasta parecía descansado, aunque la agenda sugiriese más bien lo contrario. Poco sueño y muchas millas de vuelo. Nueve Estados en tres días, de costa a costa, para intentar sumar los votos que le abran la puerta de la Casa Blanca. Para intentar lograr que Florida vote demócrata y aporte 27 votos electorales a la cifra mágica de 270. Ayer, última oportunidad de convencer al Estado que dio una polémica victoria a los republicanos en 2000.
"Tras años de malas políticas, estamos ante el momento del cambio"
Sólo son las ocho de la mañana y Obama puede que ya lleve activo tres horas. Ha participado en programas de radio y televisión. Cuando pasen de las once subirá al escenario del Memorial War Veterans de Jacksonville. Sharona Williams entró a las ocho y media, en cuanto se abrieron las puertas. Llevaba en la entrada desde las seis. Como ella, miles de personas esperaban ayer que sonaran los primeros acordes de A beautiful day de U2, seguida de Promise land de Bruce Springsteen para saber que la estrella, el hombre que les ha devuelto la esperanza en la política y los políticos, iba a hacer su aparición.
Y ahí está. Sonriente. Con una mano en el bolsillo. Como si mañana fuera su cumpleaños en lugar del día que entrará en los libros de texto si gana en las urnas. Puede que incluso sus pulsaciones no hayan sido siquiera alteradas a pesar de los gritos histéricos del grupo de jovencitas que manoteaban tras haber logrado rozarle la mano. Ahí está Obama, con el mundo a sus pies si mañana es elegido primer presidente negro de Estados Unidos.
La señora Williams, negra, llora de felicidad. Se emociona y hasta tiembla. Chiquita Bedford, menuda como su nombre indica, blanca, se pregunta qué pasará con las ilusiones de toda esta gente si "algo sucede" y Obama pierde las elecciones. ¿Algo? "Bueno, Dios no lo quiera, pero son muchos los que quieren eliminarlo", dice Bedford temerosa de sus propias palabras, alzando su aguda voz para hacerse oír entre la enfervorecida multitud. "Y luego está... bueno,... ya sabe... en Florida se suelen robar elecciones...".
"Florida, tengo sólo una cosa que deciros", comienza Obama. "¡Mañana!". Entregados, casi en éxtasis, los seguidores le vitorean y le animan en su discurso. "Tras años de malas políticas, estamos ante el momento del cambio". Cambio, la palabra que ha electrizado a Humberto Gonzales desde que la escuchó hace ya más de un año. La palabra que Wayne Page lleva tatuada en su brazo derecho y muestra con orgullo. El cambio del yes, we can que ha hecho que Peyton Bauer dejara por un año la universidad y se dedicara a expandir el mensaje, de forma casi religiosa, de su líder. "Sí, podemos", grita, ríe y salta a la vez la joven Bauer. Se sienta rendida y puede que con un tobillo torcido tras el traspié dado en su euforia.
Y mientras un padre se agacha a la altura de su hijo de cinco años para señalarle con el dedo a aquel señor fibroso y de color negro que habla a lo lejos y que puede ser el próximo presidente del país -el niño parece más asustado que consciente de estar "haciendo historia"-, Obama promete hacerse cargo de la maltrecha economía en cuanto ocupe el Despacho Oval.
"Ahí tenéis a John McCain, más preocupado en meterse conmigo que en solucionar los problemas", dice Obama. La entregada audiencia se deshace en abucheos. "No", dice el político. "No quiero abucheos, quiero votos". Quiere ser el presidente 44º de EE UU. El primero negro. Y necesita Florida.
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