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Las tristezas de Nicaragua

El 80% de la población del segundo país más pobre del continente subsiste gracias a las ayudas oficiales 30 años después de la revolución sandinista

El nicaragüense Gustavo Ochoa, de 23 años, que llegó en 2004 a Madrid, tiene una pena. "Hay mucho desconocimiento en el exterior de lo que ocurre en mi país", comenta. El estudiante de Psicología explica: "No hay comparación entre la vida aquí y la de Nicaragua. La gente se va no por buscar un futuro mejor, sino para buscar un futuro a secas".

Los datos respaldan su argumento. Nicaragua, el país más grande de Centroamérica, es el segundo más pobre del continente. Su producto interior bruto (PIB) por habitante apenas supera los 700 euros, según el Banco Mundial. El equivalente a un cuarto de su población (unos 5,6 millones de habitantes) vive en el extranjero y la democracia adolece de una preocupante debilidad institucional cuyo paradigma es el ataque a la prensa independiente.

Treinta años después del inicio de la revolución sandinista, "el Gobierno [del aún sandinista Daniel Ortega] ha concentrado las pautas publicitarias en medios de comunicación afines a su política y utiliza la publicidad oficial como un mecanismo de castigo contra la prensa crítica", según un informe de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). Al respecto, Douglas Carcache, jefe de Información del diario nicaragüense La Prensa, afirma que en su país sí hay libertad de expresión, pero matiza que es una libertad bajo acoso: "El temor a las amenazas del Gobierno han conducido a algunos medios a la autocensura".

Rosario Murillo, primera dama y portavoz del Estado, controla la agenda política; ningún funcionario puede hablar con los periodistas sin su consentimiento. La información oficial no es transparente, pero es la única que hay. Francisco Chamorro, director de El Nuevo Diario, explica: "Dependemos de los medios de comunicación del Gobierno para saber lo que hace el presidente". Murillo justifica el bloqueo informativo con la excusa de que, al contrastarla, los medios independientes "corrompen" la información.

La sociedad digital es embrionaria. El país ocupa el puesto 125 en un estudio del Foro Económico Mundial que evalúa el avance de las tecnologías de la información en 134 países. En comparación, su vecina Costa Rica ocupa el puesto 56; una de las razones es el coste del acceso a Internet, inalcanzable para la mayoría de los nicaragüenses.

Apenas tres de cada 100 navegan en la web. El promedio, según el organismo, refleja una estructura social sumergida en la pobreza. El entorno digital está reservado sólo a las grandes compañías, las universidades, el Gobierno y pequeños grupos elitistas de las ciudades más populosas. El bloguero Leonel Delgado, de 43 años, responsable de la bitácora Notas poco rigurosas, opina desde Managua que la sociedad nicaragüense es más pobre que hace 30 años. "Tenemos ahora más desigualdad", dice convencido.

Una sociedad polarizada

La indigencia y la desigualdad son dos preocupaciones de Unicef, que especifica que ambos males afectan, sobre todo, a las mujeres y a los niños. Poco menos de la mitad del ingreso total del país (un 45%) se queda en manos del 10% de la población, advierte el organismo. Datos de 2005 de la agencia estatal de Estadísticas de Nicaragua revelan que la pobreza afecta al 48,3% de la población. La inmensa brecha entre ricos y pobres no se le escapa a José Miguel Vivanco, director ejecutivo para las Américas de la ONG Human Rights Watch (HRW): "Nicaragua tiene una pobreza enquistada e histórica".

La desigualdad es terreno fértil para medidas populistas. Cuatro de cada cinco nicaragüenses subsisten gracias a las ayudas gubernamentales, según datos de la escuela de negocios INCAE. "La sociedad no piensa en grandes transformaciones, sino en qué va a comer al día siguiente", observa Arturo Cruz, investigador de INCAE y ex embajador de Nicaragua en EE UU. Añade que "la preocupación no está en el futuro, sino en lo inmediato. Los ciudadanos responden a los que les da una canasta básica de alimentos o una lámina de zinc. Es decir, no al que resuelve la pobreza, sino al que la hace llevadera".

Un informe de la Comisión Económica para América Latina y El Caribe (Cepal) calcula que entre 1,6 y 1,7 millones de nicaragüenses han emigrado. Los principales destinos son EE UU y Costa Rica. El odontólogo Gonzalo Barquero, de 30 años, vive en España desde hace cuatro. "Hay pocas oportunidades de estudio y de trabajo, la situación obliga a la gente a emigrar", explica. Los que pueden van a EE UU, y Costa Rica es el destino de los que no tienen otra opción.

"Nadie quiere permanecer en un país tan pobre", justifica Elena Montobbio, responsable de la Oficina Técnica de la Cooperación Española en Managua. "La precariedad está disfrazada con un barniz tropical que le da una apariencia alegre. Nos tenemos que preguntar por qué después de tanta cooperación internacional [la española tiene 25 años de antigüedad] no hemos logrado revertir la situación", comenta.

La pobreza también hace mella en el armazón institucional del país. Vivanco denuncia el riesgo que supone para los derechos humanos el contexto de "destrucción de las instituciones democráticas, hasta el punto de que Nicaragua se destaca por ser uno de los países hispanoamericanos con mayor concentración del poder y personalismo. Los órganos de control del Ejecutivo no tienen ni independencia ni credibilidad".

El índice de democracia de 2008 del semanario británico The Economist coloca a las instituciones nicaragüenses en el puesto 78 de una tabla con 167 posiciones.

La polarización política y la sistemática persecución a los opositores, a la prensa crítica y a los organismos de la sociedad civil que enumera el director de HRW obstaculizan el trabajo de las organizaciones no gubernamentales (ONG). Montobbio confirma que el Gobierno ha cambiado de actitud respecto de las ONG y que ahora supervisa de manera estricta un sector que, hasta hace poco, estaba bastante desrregulado. Ejemplifica: "En septiembre pasado hubo un conflicto con Oxfam Reino Unido. Ahora todas las organizaciones están afectadas desde el punto de vista administrativo".

Decepción

España es el primer donante bilateral de Nicaragua. Los últimos datos disponibles (de 2007) indican que los españoles destinaron 87 millones de euros a la cooperación con ese país. Luis Suárez-Carreño fue el primer cooperante que Madrid envió al terreno, hace ya 25 años. "Hay una sensación de decepción muy potente entre los que tenemos un vínculo personal y afectivo con Nicaragua. Probablemente la gente vive igual o peor que hace 30 años. Pero, en términos morales, mucho peor: ahora tiene menos esperanza", reflexiona Suárez-Carreño, que aún trabaja en los proyectos nicaragüenses que financia la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo (Aecid).

Testigo de primera mano de la revolución sandinista, la desilusión de Suárez-Carreño obedece a lo que llama la "tragedia vista en perspectiva": "Los nicas estaban muy implicados. La juventud era militante y entregada. [...] La experiencia se fue degradando hasta llegar al Gobierno actual, que no representa para nada los ideales de 1970 y 1980".

La desilusión, coincide la periodista Sofía Montenegro, responde al entierro de ideales sandinistas como el Estado laico y los derechos de las mujeres. Una ley promulgada en 2006 penaliza el aborto terapéutico en Nicaragua, aun en los casos en los que la vida de la madre está en riesgo. "Ante la pérdida de legitimidad de su liderazgo, Ortega buscó el respaldo de la jerarquía de la Iglesia católica", explica. El caudillismo en la política nicaragüense, relata Montenegro, posee raíces profundas. "Solo hemos tenido padres malos con un ejercicio del poder político troquelado en el paternalismo autoritario. [...] Para padres malos, mejor ser huérfanos", concluye.

La desilusión, sin embargo, no parece eclipsar la esperanza. Al menos, no en todos. Montenegro reconoce que los ideales sandinistas han sido enterrados por el orteguismo: "Una mezcla de fundamentalismo religioso, populismo y voracidad económica, que gira alrededor de los intereses de la pareja presidencial". Pero, aun a pesar de ello, advierte "un crecimiento y un desarrollo de la sociedad civil y de su capacidad de propuesta". La decepción, afirma, "no ha significado dar la espalda a la lucha social".

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