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La seducción del espectador español

'El hijo de la novia' abrió una relación sólida con el cine argentino

En un principio fue El hijo de la novia (2001). Por supuesto, ya habían llegado señales anteriores que anticipaban el advenimiento de los cineastas argentinos a reventar las salas españolas. El mismo Juan José Campanella, director de El hijo de la novia, había ganado la Seminci de Valladolid de 1991 con uno de sus filmes estadounidenses, El niño que gritó puta. Luis Puenzo había estrenado La historia oficial (Oscar a la mejor película extranjera), Gringo viejo y La peste. Pero nunca un largometraje argentino había cosechado un taquillazo así. La vieron 1.500.000 espectadores, que supuso 7,5 millones de euros. Aunque se estrenó en noviembre de 2001, y su primer empujón corresponde a ese año, El hijo de la novia acabó 2002 como el tercer filme español -por ser coproducción- más visto. Por eso, ese 2002 se estrenó otro filme anterior de Campanella, El mismo amor, la misma lluvia (1999) y 600.000 personas la vieron.

Al espectador español, probablemente, el cine argentino le da más placer que el último estreno de Hollywood

El círculo se cierra ahora con El secreto de sus ojos, que tras cinco semanas en cartel -se estrenó en España el 26 de septiembre-, llevaba 578.000 espectadores y una recaudación de 3.591.000 euros (la inflación y el aumento del precio de las entradas explican las diferencias con El hijo de la novia). Sigue sexta, y con un boca oreja espectacular, a pesar de su infructuoso paso por el festival de cine de San Sebastián. Allí, Carlos Boyero, el crítico de EL PAÍS, escribió tras su visionado: "Tengo la impagable sensación de que me afecta y comprendo profundamente lo que le ocurre a esos personajes, me admira la capacidad del autor para combinar con fluidez, tensión, armonía, dureza y verosimilitud el cine negro y la tragedia sentimental". Parte de esa magia procede de Ricardo Darín, protagonista de ambos filmes de Campanella, y que aquel 2001 también había estrenado en España el thriller Nueve reinas, visto por 475.000 espectadores. De repente, un argentino era el actor más taquillero, por encima de las estrellas hollywoodienses.

Por suerte, desde ese momento, comenzó una relación fluida del cine argentino con la cartelera española. Y así llegaron no sólo los títulos de cineastas más conocidos como Alberto Lecchi, Eliseo Subiela o Marcos Carnevale, sino también los pasos de la nueva hornada, los filmes de cineastas nacidos después de 1970 como Pablo Trapero (Mundo grúa, El bonaerense, Familia rodante o Leonera), Daniel Burman (El abrazo partido, Derecho de familia o El nido vacío, y productor de Garaje Olimpo o Encarnación), Lucía Puenzo (XXY y El niño pez), que a su vez se ven empujados por los novísimos Lisandro Alonso (Liverpool) o Celina Murga (Una semana solos). O disfrutar de la carrera de un gigante de la interpretación: Julio Chávez (Un oso rojo, El custodio, y Oso de Plata al mejor intérprete en Berlín por El otro).

Algo ha cambiado en la mentalidad del espectador español en estos 10 años, y es que hoy asume el cine argentino como algo habitual, como otra opción más en las salas. Y que probablemente le dé más placer que el último estreno de Hollywood.

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