Los padres del tirador se aíslan del mundo
Randy y Amy Loughner no salen de casa desde que su hijo fuera detenido el sábado - "Les he explicado que ellos no hicieron nada mal", dice un vecino
En la destartalada entrada de la casa de los padres de Jared Lee Loughner, de 22 años, todavía se ven los grandes bloques de madera con los que la familia selló la puerta de su hogar poco después de que supieran la trágica noticia de que su hijo estaba detenido como sospechoso del atentado de Tucson. Unas horas más tarde llegarían los agentes federales y les ordenarían despejar la entrada.
Sabían lo que estaba por llegar -policía, cámaras de televisión- e intentaron aislarse del mundo después de que su vecino les informase de que su hijo era la persona que la policía tenía detenida como sospechosa de haber causado la matanza que estaba en las noticias.
La madre de Jared Loughner se derrumbó sobre la acera frente a la casa y el padre no podía dejar de llorar. Dice Wayne Smith, 70 años, que Randy y Amy Loughner siguen llorando desde entonces mientras se preguntan qué hicieron mal. Amy no se levanta de la cama desde el sábado. Randy sigue maldiciendo su suerte. "Se sienten culpables por lo que ha pasado", explica Smith.
"Les he explicado que no han hecho nada mal", prosigue el vecino. "Les he dicho que ellos le enseñaron lo que estaba bien y lo que estaba mal, pero que nadie tiene el control absoluto sobre los actos de otra persona". Ayer se esperaba que la familia del hombre más odiado en estos momentos en EE UU emitiera un comunicado a la prensa, quizá incluso aparecieran ante unas cámaras que tanto desean ver el rostro de los progenitores con los que vivía "el monstruo", como le califica una anciana que reside en la misma calle que la familia.
Otra vecina añade que hace mucho tiempo que alguien debía de haber hecho algo por ese chico. Roxanne Osler, cuyo hijo era amigo del acusado, asegura que Jared necesitaba ayuda. "No tenía a nadie", dice mientras mira la casa de los Loughner. La relación con su padre era mala. "Ojalá nos hubiéramos preocupado por él mucho antes", se lamenta la mujer que apunta misteriosa que "esa casa no era un buen sitio para él".
Mientras tanto, el Parlamento de Arizona se disponía ayer a aprobar una ley para prohibir las manifestaciones a menos de 90 metros en los funerales de las víctimas del atentado de Tucson, después de que el fanático reverendo Fred Phelps de la Iglesia Baptista de Westboro colgase en YouTube un vídeo en el que "agradece" los actos del pistolero.
Siguiendo su demente lógica de que EE UU está siendo castigado por permitir el aborto o las bodas gays, el reverendo suele conducir a sus iluminados fieles -en su gran mayoría su propia y numerosa familia- hasta los entierros y funerales de soldados caídos en las guerras de Irak o Afganistán para manifestar que sus muertes son producto del enfado de Dios por contravenir sus leyes divinas. El grupo Angel Action ya ha anunciado que no permitirá que nadie perturbe la paz de las víctimas y sus familias, cuyos funerales están previstos a lo largo de esta semana; el de la pequeña Christina Green de nueve años, mañana.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.