Los islamistas denuncian la compra de votos
La abstención alcanzó el 63% .- Los primeros resultados sitúan como ganadores a los nacionalistas
La marea islamista ha sido frenada en Marruecos en contra de todos los pronósticos. Pese a los esfuerzos que ha desarrollado para cambiar su imagen, el partido islamista marroquí no logró convencer a suficientes electores para convertirse en la primera fuerza parlamentaria del reino. Sin llegar a ser inmune a la corriente de religiosidad que recorre el mundo árabe, Marruecos parece haber evitado que se convierta en hegemónica.
"Todo el mundo sabe que es el rey quien toma las decisiones", señala un empresario
Los gritos de "Ala u Akbar" (Dios es el más grande) que se llegaron a corear el viernes por la noche en la sede del Partido de la Justicia y del Desarrollo (PJD), se extinguieron con las primeras luces del amanecer a medida que el escrutinio traía malas noticias. Los tenores del partido desaparecieron también, y sólo sus lugartenientes daban la cara ante la prensa.
La formación islamista cosechó tan sólo 47 escaños en el nuevo Parlamento elegido el viernes, sólo cinco más de los que tenía. Ni siquiera será la primera fuerza parlamentaria. Ese lugar lo alcanzó el partido nacionalista Istiqlal, cuyo nombre significa Independencia.
A los islamistas se le adelantan un partido histórico, el del Istiqlal (Independencia), un nombre que ilustra su trayectoria de lucha contra el colonialismo en Marruecos. Obtuvo 52 escaños.
Pero el gran vencedor de la consulta del viernes fue la abstención que rebasó los peores pronósticos. Sólo el 37% (5,7 millones) de los marroquíes censados se desplazaron hasta los colegios electorales para elegir a 325 diputados. Más de un millón de ciudadanos prefirieron votar en blanco o nulo. Al 63% de abstencionistas hay que añadir otros 4,7 millones de ciudadanos adultos que ni siquiera figuran en el censo electoral.
24 horas después del cierre de los colegios el ministro de Interior, Chakib Benmussa, dio por fin a conocer algunos resultados parciales. Detrás del Istiqlal y del islamista Partido de la Justicia y del Desarrollo se colocan el Movimiento Popular, una formación berberisca y rural, con 43 escaños, y un partido de notables, el Reagrupamiento Nacional de Independientes.
Los grandes perdedores de la consulta son, sin duda, los socialistas que hace tan sólo un lustro eran la primera fuerza parlamentaria. Ahora figuran en un modesto quinto puesto con tan sólo 36 escaños. Para más inri dos de sus ministros han sido derrotados, así como el hijo del líder, Mohamed el Yazghi.
La ley electoral y el rediseño de las circunscripciones prima a las zonas rurales en detrimento de las urbanas lo que explica, en cierta medida, el revés de los islamistas. En la sede del islamista PJD se esfumó rápidamente la euforia del viernes por la noche cuando sus militantes aun creían que se cumpliría el pronóstico de su líder, Saad el Othmani. Este psiquiatra de 51 años llegó a anunciar que conquistarían entre 60 y 70 escaños. Su "numero dos", Lahcen Daoudi, sonó incluso con que serían 80.
"Es decepcionante", reconocía ayer Daoudi. "Nuestros adversarios han comprado votos a mansalva", se lamentaba apuntando en dirección al Istiqlal. Abdala Baha, el jefe del grupo parlamentario, iba algo más lejos en su denuncia: "Interior no ha actuado con la suficiente contundencia para acabar con esa plaga y eso que se lo hemos pedido".
Los exiguos porcentajes de participación ponen de relieve un enorme divorcio entre la sociedad y los partidos, pero también entre la sociedad y el rey Mohamed VI, quien en su último discurso, a finales de agosto, animó a sus súbditos a participar en unas elecciones que prometio "irreprochables".
El ministro del Interior no disimuló su decepción. La participación "no está a la altura de nuestra ambición", reconoció Benmussa. A finales de agosto había afirmado que sólo se daría por satisfecho si rebasaban el 52% de participación obtenido en 2002.
Para el régimen, "las legislativas eran una especie de plebiscito de adhesión al sistema político cuyo éxito se medía ante todo por la participación", asegura Mohamed Darif, catedrático de ciencias políticas por la Universidad de Mohamedia.
El alejamiento entre ciudadanos y clase política alcanza en Marruecos proporciones similares al de la vecina Argelia donde en las legislativas de mayo pasado sólo votó el 37% de los inscritos.
Como entonces en Argelia, en Marruecos la abstención fue especialmente elevada en las ciudades -en Casablanca sólo votó el 27%- mientras que en el campo se redujo gracias a la labor de persuasión de los caids y los mokadems, los delegados del Ministerio del Interior cuya influencia es determinante en las zonas rurales. El ministro Benmussa se consoló anunciando orgulloso a la prensa que en las "provincias del sur" (Sahara Occidental) el 62% de los censados acudieron a las urnas.
Marruecos parece haber acabado con el peligro de la hegemonía islamista en las urnas, pero no se ha librado, en cambio, del terrorismo integrista que ha azotado al país, sobre todo en primavera, aunque con mucha menos intensidad que la vecina Argelia.
Para quien ha recorrido estos días las dos principales ciudades marroquíes (Casablanca y Rabat) la alta abstención no es una sorpresa. Taxistas, recepcionistas, camareros, limpiabotas, periodistas, etcétera... anunciaban que no votarían. "Estos políticos son todos los mismos prometen pero no cumplen y se olvidan de nosotros durante cinco años", era la justificación más repetida.
"Las elecciones han sido falseadas durante largos años y a la gente le cuesta creer que ahora sí son limpias", explicó Abdelkader Alami, miembro del Consejo Consultivo de los Derechos Humanos, un órgano oficial. Aludía a las manipulaciones ordenadas por el anterior ministro del Interior, Driss Basri, que falleció en agosto en su exilio de París. La primera de ellas consistía en hinchar el índice de participación.
Cuando entran en confianza algunos marroquíes esgrimen un tercer argumento. "Aquí todo el mundo sabe que es el rey quién toma las decisiones importantes", señala el director de una pequeña empresa. "Entonces cabe preguntarse de qué sirve votar", añade.
El analfabetismo y la pobreza en la que viven sumidos buena parte de los marroquíes no son la causa de su desafección por las urnas. En las dos vueltas de las últimas elecciones presidenciales de marzo en Mauritania, sometidas a una estricta supervisión de observadores internacionales, la participación rebasó el 70%. Mauritania, país fronterizo con Marruecos, es uno de los más pobres de África.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.