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CUADERNOS DE KABUL

Un herrero en el mercado de los pájaros

Más que herrero parece un preso, un émulo crecido del niño del pijama de rayas. Lo suyo no es el nazismo y los campos de exterminio, sino el destajo y la muerte lenta entre vapores insanos, martillazos y calor. Makus tiene 20 años y jamás ha ido a la escuela. Es analfabeto como el 50% de los hombres afganos. Su sentir y opinar depende de una caja que algunos llaman tonta pero que está en manos de gente demasiado lista. Cada día se sienta en un cojín ennegrecido sobre suelo de piedra de la tienda de su tío y ayudado de su hermano Wahib, de 18, y Mastum, de 12, mueve y golpea barras de hierro incandescentes hasta darles la forma de tijeras y cuchillos.

El pequeño Mastum es él único que desafía la tradición de una familia de herreros y acude a la escuela antes de deslomarse junto a sus hermanos. Como la mayoría de los niños de su edad aspira a ser médico debido una serie india que hace furor entre la audiencia, pero cuando llega a casa está tan cansado que apenas tiene fuerza y ganas de ocio y menos aún de estudio. Mastum dice que su asignatura favorita es el dari, el idioma nacional. El tío, dueño del negocio, que apenas habla y da la espalda al extranjero, exclama: "Porque es lo más fácil".

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Makus y Wahib trabajan desde las siete de la mañana hasta las cinco de tarde martilleando el hierro fundido. Las tijeras grandes se venden a 800 afganis, unos 16 dólares. En cada jornada fabrican dos pero no hay mucha gente en el mercado de los pájaros, donde tienen su cubículo de dos por dos metros, que más parece una celda que tienda, con dinero sobrante como para pagar estas millonadas.

Las tijeras medianas las venden a 150 afganis, tres dólares, y fabrican cinco cada jornada. Lo mismo que los cuchillos: cinco diarios a 150 afganis la unidad. Es la producción que generan los brazos de Makus y Wahib y su renuncia forzada a aprender. De ellos vive el tío que no dice su nombre y Masud, su padre, y el resto de los 10 miembros de la familia.

El mercado de los pájaros tiene un olor indefinido, entre vivos y muertos. Allí están las palomas y las codornices en sus jaulas con los ojos como platos. No hace falta tener mucho cerebro encima del pico para saber que si cada día le rompen el cuello a unas cuantas de tu especie y luego las desuellan y cuartean para que el cliente se lleve los restos y la sangre a casa es muy probable que, tarde o temprano, acabes en la misma situación. Lo jilgueros, periquitos y canarios tienen otra expresión, una halo de suficiencia de clase media, de nuevo rico, de saberse por encima de las palomas y codornices. Su deje en el canto y en el gorgorito no debe ser muy diferente al de los hombres con sus clases sociales. Los Makus y Wahib destinados al trabajo a destajo y el padre y el tío que juegan al capitalismo de andar por una tienda que parece una celda.

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Las callejuelas del mercado de los pájaros son un ir y venir de hombres. Muy pocas mujeres y todas con burka. Cuando una occidental vestida de forma amplia para no dejar entrever forma alguna y un recatado hiyab en la cabeza aparece por ahí, los hombres babean cada uno de sus pasos como si la vieran desnuda. Hasta los pájaros que van a morir para convertirse en alimento de lujo parecen mudar el color de su mirada. Algunos de esos hombres boquitontos dicen frases en dari. No hace falta saber idiomas para comprender que son provocaciones e insultos. No es Afganistán, son los hombres machos los que así se comportan. Sucedía también en la España de Franco, que a veces se nos olvida qué somos y de dónde venimos.

Makus mueve y golpea barras de hierro incandescentes hasta darles la forma de tijeras y cuchillos
Makus mueve y golpea barras de hierro incandescentes hasta darles la forma de tijeras y cuchillosRAMÓN LOBO

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