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Reportaje:Rescate en Chile

Ya hay luz al final del túnel

La perforadora rompe el techo del taller donde quedaron atrapados los mineros - Los 33 trabajadores chilenos saldrán a la superficie en los próximos días

Francisco Peregil

Después de 66 días enterrados, los 33 mineros de Chile vieron ayer la luz al final del túnel. En realidad, no era la luz sino el cabezón polvoriento de una perforadora de 40 toneladas de acero. La máquina rompió por fin el techo del taller donde quedaron atrapados. Tampoco era el final del túnel, sino el principio de un agujero de 624 metros de largo y 66 centímetros de ancho por el que en los próximos días tratarán de subirlos a todos. Pero en los últimos dos meses nunca se había encontrado ninguno de ellos tan cerca del sol como ayer. De aquí hasta que se inicie el rescate pueden emplearse entre tres y ocho días, en función de si se decide instalar tuberías en, al menos, una parte del pozo. Para ser exactos, tampoco se trata de "los 33 mineros de Chile", porque uno de ellos, Carlos Mamani, es boliviano. Pero en el rescate será tratado como si fuese uno de los primeros chilenos. El psicólogo que trabaja con los mineros y sus familiares, Alberto Iturra, indicó a este periódico que desde la presidencia se ha aconsejado que el boliviano sea el segundo en salir. Cecilia Morel, esposa del presidente chileno, declaró ayer al pie de la mina que el presidente boliviano, Evo Morales, sería avisado para asistir al rescate en cuanto comenzase a bajar la cápsula.

Primero ascenderán los más hábiles, después los más débiles y enfermos, y por último, los más fuertes. Pero aún no se ha confeccionado la lista, ni se ha revelado el orden de los nombres. "Se baraja la idea de que el primero sea Mario Sepúlveda", indicó Iturra. Sepúlveda ha ejercido de conductor-presentador en los vídeos que se han grabado desde la mina. Su éxito como comunicador ha sido de tal calibre que entre muchos profesionales del rescate se da por sentado que el resto de su vida trabajará en canales de televisión. "Hay gente partidaria de que Mario Sepúlveda relate la ascensión de cada uno de sus compañeros, o al menos de algunos. Pero yo le he dicho a Mario que recuerde que llegará muy cansado arriba y que si aparece mucho en la pantalla su cotización como famoso bajará", señala Iturra.

Lo único que tiene claro el psicólogo es que el último de los mineros en salir será el jefe de turno, Luis Urzúa. Él fue un hombre clave para mantener la armonía y la disciplina antes y después de los 17 días en que permanecieron incomunicados. "Urzúa es una persona muy especial, sin su colaboración esto habría sido otra historia", comenta el psicólogo.

Han sido 33 días los que se han empleado en rescatar a los 33 hombres. Durante ese tiempo, la máquina sufrió desvíos, erosiones, desprendimientos y averías que llegaron a detenerla hasta por cinco días. Y cuanto más avanzaban, más difícil se volvía el trabajo. Unos centímetros de más podrían dar al traste con toda la operación. Para celebrar el día, los mineros solicitaron ayer un menú especial. Y uno especial se les mandó, pero sin alcohol.

Atrás quedaron ayer muchos momentos de incertidumbre. A medida que la mole de hierro avanzaba hacia ellos, el ruido se volvía más estruendoso. Pero ellos insistían en que cuanta "más bulla" les metieran, mejor dormirían. De noche en el campamento, cuando se apagaban los generadores de los canales de televisión, las mujeres sentadas alrededor de las hogueras también oían el runrún de la perforadora. La máquina rompió el techo del taller muy suavemente ayer sobre las ocho de la mañana (dos de la tarde en la España peninsular).

"El pozo era realmente difícil por la dirección que tenía", indicó Mijali Proestakis, suministrador de los martillos para la perforadora. "Había que llegar al fondo con poca energía en el martillo para no producir un derrumbe. Y también había que evitar que sobresaliera la barra para que no se doblara. Porque de ser así, tal vez no podríamos sacarla y toda la operación se habría ido al traste. Yo había hablado con uno de los mineros la noche anterior y le mandé una fotografía de la cara de la broca, la cabeza de la perforadora, para que supiese lo que les iba a salir allá abajo. Conforme avanzábamos hacia ellos íbamos inyectando agua, para que las paredes no levantasen mucho polvo. Y ellos llegaron a retirar hasta seis contenedores de escombros. Pero los últimos dos metros fueron de infarto. Finalmente, todo salió bien. Lo celebramos arriba con cuatro botellas de champán. Recién ahora me doy cuenta de que tengo hambre y de que quiero dormir. En todo el mes que llevo sin dormir no me había dado cuenta".

En el campamento, la alegría se transformó en bocinazos de todos los vehículos, abrazos y toques de campanas. Una hora y media después del contacto, dos tipos altos bajaban con las manos en los bolsillos desde la mina al campamento. Eran James Stefanic y su colega estadounidense Matt Stafeard. En ese lugar donde muchos familiares llevaban dos meses acampados, los dos hombres caminaban con aspecto sereno, recién duchados, con sus chalecos de faena impolutos. Nadie diría que llevaban 48 horas durmiendo apenas a cabezadas dentro de un coche, duchándose en la mina y con la presión de todo un país siguiendo su trabajo. Unas diez cámaras les seguían. De repente, alguien se enteró de que eran operadores de la compañía Geotec, la dueña de la perforadora T-130. El número de cámaras se triplicó alrededor de ellos. James Stefanic relató entonces que a la hora en que "rompieron", es decir, el momento en que el mastodonte de 40 toneladas de hierro traspasó el lugar en que se encuentran los mineros, a 624 metros bajo tierra, ellos, Stefanic y Stafeard, eran los únicos que manejaban el bicho. Unos metros más allá, había unas cuarenta personas, "tal vez demasiadas", comenta Stefanic, esperando a abrir la botella de champán.

A partir del instante en que dijeron que ellos manejaron la perforadora, avanzar cincuenta metros les llevó más de una hora. En las tiendas de campañas, entre el sonido de decenas de cámaras de fotos, las madres de los mineros se abrazaban a los ingenieros para agradecerles todo lo que habían hecho. "Son ustedes unos benditos", les decía la esposa de uno de los mineros.

Stefanic siempre se mostró muy escéptico cuando se hablaba del tiempo que tardaría la perforadora en llegar al techo del garaje. Decía que era muy difícil vaticinar nada porque a cada momento había que tomar una decisión distinta. "Si este negocio fuera fácil, usted no estaría hablando conmigo", declaró a EL PAÍS esta semana. Stefanic tiene 50 años y es chileno de padre estadounidense. Vivió sus primeros años en Chile, después emigró a Estados Unidos. "Y después he vivido en muchas partes del mundo: "México, Venezuela, Medio Oriente... Siempre viajando con este trabajo. Finalmente, hace 15 años decidí que ya era el momento de regresar a Chile".

Tal vez mañana ya se empiece a hablar de los responsables de encamisar el túnel, de los rescatadores, de los médicos, los psicólogos, los helicópteros en que serán trasladados de la mina al hospital y, por supuesto, de los 33 mineros. Pero Stefanic y los diez hombres que solía haber en cada turno alrededor de la perforadora, podrán decir el resto de sus vidas que fueron ellos quienes abrieron un túnel de 624 metros de largo en el desierto de Atacama para rescatar a 33 hombres. Lo nunca visto hasta ahora. Las piezas de la perforadora se fueron desmontando para salir de la mina en varios camiones, entre banderas de Chile y aplausos. Delante de la caravana iba un auto con la leyenda: "Lo conseguimos".

Varios canales han ofrecido cifras superiores a los seis mil euros a algunos de los mineros por la exclusiva de sus primeras declaraciones. Puede que antes de que los mineros vean la luz del sol les cieguen los focos de los estudios de televisión.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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