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Hacia el fin del enigma del AF-447

Dos años después de que el océano se tragara el avión francés, se recuperan los cadáveres y las cajas negras que permitirán saber qué falló esa noche

Antonio Jiménez Barca

A 800 kilómetros de las costas brasileñas, en medio del Atlántico y a 3.900 metros de profundidad, se encuentran desde hace dos años los restos del Airbus de Air France que en la madrugada del 1 de junio de 2009 se estampó contra el océano con 228 personas a bordo. En esa planicie abisal a la que no le ha llegado la luz jamás y en la que hasta las bacterias encuentran dificultades para sobrevivir, a dos grados de temperatura, aún duermen alrededor de 60 cadáveres que, según varios especialistas, no solo podrían encontrarse en no muy mal estado de conservación, sino que incluso serían reconocibles e identificables a simple vista, momificados como espectrales figuras de cera, según describía el jueves pasado un médico forense al diario Le Figaro. Las particulares condiciones de ese infierno, paradójicamente, han empujado a que algunos de los cuerpos adquieran una consistencia cerúlea y jabonosa a pesar de llevar casi 24 meses en esa sima a cuatro kilómetros de profundidad.

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El miércoles pasado, el equipo técnico que explora la zona consiguió sacar a flote los restos de un pasajero, que fue izado sentado sobre el asiento del avión en el que se montó en 2009, con el cinturón de seguridad abrochado, tal como ha permanecido dos años en el fondo del océano. Con todo, el cadáver, en su subida de cuatro kilómetros hacia el exterior, se desmembró: según el cadáver va emergiendo pasa de los dos a los 26 grados, proceso en el que sufre una oxidación fulminante y fatal. La Dirección de la Gendarmería francesa, que se encarga de la tarea de rescatar los cadáveres, informó del hallazgo, pero también de las extremas dificultades que rodean la operación y de que será muy complicado repescar más. El viernes, a pesar de todo, lograron recuperar otro. E intentarán sacar a flote a todos, por mandato judicial y a pesar de que algunos familiares de las víctimas son partidarios de dejar los cuerpos en el mar.

La recuperación casi milagrosa de estos cadáveres se produjo a solo unos días de que se repescaran las dos cajas negras del avión. Nunca en la historia de la aviación mundial dos cajas negras han pasado tanto tiempo debajo del agua y a tanta presión. Sin embargo, parecen estar en buen estado. Parecen. Las cajas negras son concebidas para aguantar un mes bajo las aguas, así que es posible que su tarjeta de memoria (semejante en cierto modo a la de las máquinas de fotos) se encuentre deteriorada. De cualquier forma, los especialistas de la Oficina de Investigaciones y Análisis (BEA, en sus siglas en francés), el organismo que investiga el accidente, confía en desentrañar su contenido.

Una de estas cajas negras -en realidad dos cilindros de 10 kilos de color naranja- atesora 1.500 parámetros técnicos (velocidad, altitud, características del pilotaje automático...). La otra ha grabado las conversaciones de los pilotos, sus reacciones ante los desperfectos y los ruidos de alarma del avión. El análisis cruzado de las dos resolvería el enigma.

Se sabe que el avión del vuelo AF-447, procedente de Río y con destino París, costeó Brasil, se internó en el océano desde Arrecife y se topó con una tormenta. Esta zona del Atlántico, denominada con tino El Caldero Negro, es conocida por sus colosales tempestades instantáneas de viento y granizo. Algunos pilotos comentan que atravesar una tormenta de esas al mando de un avión es como viajar dentro del tambor de una lavadora en marcha. Se sabe que otros aviones, que sobrevolaban la zona esa misma madrugada del 1 de junio a esa hora, desviaron el rumbo. Por el lugar en que se han encontrado los restos y la trayectoria que presentan, ahora se sabe también que el Airbus no lo hizo y que embistió la tormenta de frente. ¿Por qué?

A las cuatro de la mañana, una hora después de la última comunicación por radio con Brasil -en la que el piloto avisó de turbulencias-, París recibió el primero de una serie de 24 mensajes codificados enviados por el avión automáticamente. Indicaban que el piloto automático había sido desconectado y que el control era manual. ¿Por qué? También informaban de que el avión volaba a una velocidad inapropiada. El último de estos mensajes alcanzó París a las 4.14 de la madrugada y era definitivo. Se ha traducido por "cabina en velocidad vertical" y quiere decir que el avión caía al mar como una piedra.

Desde entonces se han sucedido las hipótesis. También una acusación de homicidio involuntario al constructor Airbus y a la compañía Air France por parte de un tribunal de París.

El último informe de la BEA, basándose en los pocos elementos con que contaba, adelantó que los medidores de las sondas de velocidad, unas piezas parecidas a unas pistolas que el avión lleva alojadas en los laterales, se contradecían. Tal vez se helaron por el granizo. El hecho de internarse en una tormenta con los sensores de velocidad en mal estado puede acarrear que el avión vaya demasiado despacio o demasiado deprisa, lo que resulta fatal en ambos casos. Con todo, esto no explica por sí solo el accidente.

Hay algo más. Las cajas negras llegarán a París este mes para mostrar lo que falta del rompecabezas. Si la información que contienen es accesible, a finales de mayo se sabrá, por fin, qué empujó al Airbus 447 y a sus 228 ocupantes al abismo en medio de la noche y tormenta. El enigma que ha dormido dos años bajo las aguas quedará desvelado.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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