La falta de agua estrangula Gaza
La escasez de acuíferos y la contaminación agudizan la crisis de la franja
Gaza no tiene ríos. Tampoco lagos. Sólo acuíferos subterráneos. Desde hace décadas, el régimen de lluvias se debilita mientras la población crece sin freno, y los hábitos, la ignorancia y la miseria de una población sin alternativas sirven de abono a la catástrofe ecológica y sanitaria que padece la franja. Ningún ingrediente falta.
El sistema de tratamiento de las aguas negras roza el colapso
La democracia ha sido funesta para el millón y medio de sus habitantes. El bloqueo económico impuesto por Israel y la comunidad internacional tras el triunfo electoral de Hamás, en enero de 2006, alcanza estos días su máxima crudeza. No entran repuestos. La energía eléctrica escasea. El sistema de tratamiento de aguas negras roza el colapso. Y extraer líquido potable de los 137 pozos es casi una proeza.
Organizaciones no gubernamentales y las dependientes de Naciones Unidas advierten desde hace meses del brutal coste humanitario del embargo. Las aguas residuales se vierten en dos grandes estanques. El de Beit Lahia, en el norte, se desbordó en marzo, matando a cinco beduinos. Fue un aviso.
Ahora vuelve a estar al límite y la temporada de lluvias acaba de comenzar. "Faltan entre 30 y 50 centímetros para que las aguas negras sobrepasen los sacos terreros que hemos colocado. Tememos un tsunami de mierda", asegura el ingeniero Bashar Ashur. ¡Qué paradoja! Tan necesitados de precipitaciones, los técnicos miran al cielo cada día. Les da pavor que fuertes tormentas causen otro desbordamiento de ese depósito pestilente. "Si eso sucede, 20.000 personas deberían elevarse a 15 metros de altura para sortear el caudal", añade este joven especialista.
Definir el tratamiento de las aguas fecales como precario es un ejercicio de optimismo. Además del de Beit Lahia, otro enorme depósito se construyó años atrás en el sur, en los arrabales de la ciudad de Jan Yunis. El camino de cientos de niños al colegio rodea esa laguna. En el centro de la franja es peor. Se lanzan directamente al mar. Sin depuración alguna. Al menos, en la ciudad de Gaza se pueden tratar, aunque la penuria de energía eléctrica hace que la depuración sea más que defectuosa.
Son tres las plantas de tratamiento a las que se conectan las estaciones de bombeo. Funcionan lamentablemente. "Con tan poca electricidad y sin diésel no se puede bombear", dice el técnico. Con todo, si se cumplen las amenazas del Gobierno israelí, lo peor está por llegar. El Ejecutivo planea limitar el suministro eléctrico, y desde el pasado fin de semana las empresas hebreas sólo entregan el 25% de las cantidades que proporcionaban hasta entonces. Las tuberías no se exportan a Gaza desde hace más de un año. Aducen los funcionarios israelíes que ese material es empleado por las milicias palestinas para construir sus cohetes artesanales. El ingeniero Monther Shoblak, directivo del organismo público que gestiona el entramado, lo niega: "Tienen ya de sobra. No necesitan para nada esos metales".
Durante el invierno, buena parte de Gaza se convierte en una ciénaga, y en las calles de las ciudades surgen charcos que con los desperdicios forman una compota repugnante. Los basureros se afanan por retirar las inmundicias, que acaban en los vertederos que salpican toda la franja. En algunas zonas no hay infraestructura alguna. Y la población no está concienciada. Hablar de medio ambiente en este territorio es casi una osadía. "En Jan Yunis la población horada pozos sépticos en cualquier lugar. Y claro, la contaminación de los acuíferos se acelera", precisa Ashur. "Además", agrega, "son muchos quienes conectan ilegalmente tuberías desde sus casas a una red de conductos que construimos para almacenar agua de lluvia". El resultado es demoledor. Esa agua pluvial destinada a reponer las sobreexplotadas aguas subterráneas se desperdicia sin remedio.
El asedio a Gaza no es sólo militar. El agua es un arma muy poderosa. Otras tres plantas de tratamiento de aguas planeadas no han podido ser construidas. La comunidad internacional detuvo los proyectos tras el triunfo en los comicios del movimiento fundamentalista, hace casi dos años. La depresión económica acentúa el desastre. "Los vecinos no pagan sus facturas y, lógicamente, los ayuntamientos no cuentan con fondos para gestionar las redes de abastecimiento", señala el ingeniero.
Para Elisa, de Beethoven, se escucha en las ciudades de Gaza, Jan Yunisy Rafah, donde el líquido del grifo sabe a mar. Hombres arrean a burros que arrastran carros cargados con enormes bidones. Camiones cisterna también reparten agua. La sintonía del músico alemán avisa de que se puede comprar. Por supuesto, a precios prohibitivos. "Un metro cúbico del agua de la cañerías cuesta 1 shekel [0,16 euros]; la purificada que venden las empresas vale 50 shekels. Mucha gente no puede pagar esas cantidades y beben directamente del grifo. Las enfermedades del riñón y los casos de cáncer son muy frecuentes debido al alto nivel de cloratos y nitratos", concluye Ashur.
El único río se ha secado
Monther Shoblak, director de proyectos de la Compañía de Aguas Municipales, explica detalladamente en su despacho cómo se gestionan las aguas potables y negras. Acude periódicamente a las reuniones con un coronel israelí en el cruce fronterizo de Erez, donde abordan las urgencias de material para lograr que las redes de agua no se derrumben. Ya no esconde su hartazgo. "Sé que probablemente no me dejarán volver a salir de Gaza. Pero no me callo. Queríamos construir una tubería en Beit Lahia para sacar los residuos ya tratados al mar. Pero me advirtieron de que si lo hacíamos, los F-16 bombardearían los conductos", dice este ingeniero. La razón es evidente: ese torrente afectaría las cercanas y espléndidas playas israelíes de Nitzanim.
"No tenemos ningún repuesto, ni cinta adhesiva resistente para taponar los agujeros en las tuberías. Y como Israel no nos permite importarlas, tenemos que cerrar los pozos de agua potable. Tampoco nos dejan hilo de cobre para los motores y generadores". Shoblak es consciente de que este recurso vital es un asunto fundamental en el conflicto entre palestinos e israelíes. "En los años setenta", comenta, "nos llegaba agua de las montañas de Hebrón, en Cisjordania. Pero en esa década Israel comenzó a detener el flujo. El único río que teníamos se ha secado". Su cauce es ahora otro de esos lugares malolientes al que las casas miserables de cemento se acercan metro a metro.
"A partir del año 2000, tras el estallido de la segunda Intifada, se deterioró la situación. Los tanques israelíes comenzaron a destruir las tuberías y el sistema de alcantarillado. De esa manera, las aguas negras se filtran a los acuíferos. Tras la evacuación de los colonos y la retirada militar, en 2005, se acabaron los destrozos. Pero entonces bombardearon la central eléctrica", resume el ingeniero Bashar Ashur, convencido de que todo será aún peor.
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