Los dinka, la etnia dominante del nuevo país
Los dinka, más de un millón de personas, son la etnia mayoritaria en Sudán del Sur, casi un 70% según algunas estimaciones, y quienes han ostentado el poder por encima de los duer y los shilluk. Dinka es el presidente del actual Gobierno autónomo, Salva Kir, que presumiblemente también será el presidente del nuevo país que surja tras el referéndum de secesión. Dinka es también el anterior líder de la patria sureña, John Garang, aunque de un clan distinto al de Kir.
Se les considera de los primeros pobladores de Sudán, cuando se establecieron en el siglo X a ambos lados del Nilo. Su forma de ganarse la vida fue originariamente la ganadería, pero pronto desarrollaron la agricultura y la pesca, lo que les permitió ser un pueblo autosuficiente. Aunque dentro de los dinka hay una veintena de clanes con sus líderes, se les ha atribuido siempre una organización en la que no existen clases sociales. Son conocidos, además, por ser de las tribus más altas de África. Un dinka era Manute Bol, el jugador de baloncesto ya fallecido que medía 2,32 metros.
Una de las zonas que han controlado siempre es la región de Abyei, donde los enfrentamientos con los misseriya bagagra, la tribu rival del norte, son frecuentes. Durante el referéndum, unas 30 personas han muerto por el conflicto en esa zona, que todavía no tiene fecha fija para una consulta en la que sus habitantes tendrán que elegir si pertenecen al sur o al norte.
Los dinka serán quienes lideren la independencia del país y quienes controlen el poder en los primeros años. Ellos se ven a sí mismos y a la tribu como un paraguas que protege al resto. "Los dinka somos generosos, podemos dar todo lo que tenemos, pero nunca serás un dinka. Esa es la regla", dice Lim, un miembro de la etnia.
En una ciudad como Juba, los dinka pasan desapercibidos. Los hay que no son tan altos, los hay que se dedican a los negocios, y muchos de ellos son cristianos y no creen en Nhialac, el dios de la mitología dinka. Según esos mitos, Nhialac creó al hombre y le dio una mujer. Nhialac convivía con ambos y estos no necesitaban de nada. La mujer molía el mijo y eso les era suficiente. Pero un día, la mujer quiso ir más rápido de lo normal y utilizó un palo tan grande que golpeó el cielo. Nhialac se enfadó, dejó solos a los humanos y desde entonces sufren toda clase de penurias.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.