Terror sexual en Bagdad
Una mujer suní rompe un tabú y pone en aprietos al Gobierno iraquí al denunciar a tres policías chiíes por violación
En Irak se habla sin reserva de los actos más perversos. Torturas, asesinatos y cuerpos destrozados por las bombas forman parte de la conversación cotidiana en Irak. Pero la violación es diferente.
Sus víctimas nunca hablan y raramente lo hacen las autoridades. Cuando este asunto se discute con publicidad es porque alguno de los implicados es un soldado estadounidense. Por eso, cuando una mujer suní de 20 años denunció en la noche del lunes -en la cadena de televisión Al Yazira, muy popular en Irak y en el mundo árabe- que había sido violada por tres policías chiíes en una comisaría del barrio de Amil, en Bagdad, la sorpresa fue mayúscula. La gente se sintió impactada.
Casi de manera inmediata, los líderes chiíes, incluido el primer ministro, Nuri al Maliki, se unieron en un rechazo unánime a la versión de la mujer, que tildaron de falsa y propagandística. Los políticos suníes se alinearon con la mujer y denunciaron los abusos chiíes, confesión que copa las instituciones, la policía y el Ejército. El asunto de la violación se ha convertido en un arma arrojadiza entre los dos Irak.
"Si queremos algo, lo tomamos; lo que no queremos, lo matamos", dijo uno de los agentes
El primer ministro destituyó ayer a un alto cargo encargado de los asuntos suníes por solicitar una investigación. Sus aliados, los militares estadounidenses encargados de formar y asesorar a la policía iraquí, se lavan las manos sorprendidos entre dos fuegos. La mujer explicó en su dramática intervención de la noche del lunes que tropas norteamericanas la rescataron de la comisaría y le dieron tratamiento médico.
Lo que más ha soliviantado a la comunidad suní es la actitud del primer ministro, el chií Maliki, que pasó en pocas horas de prometer un castigo ejemplar a los policías, si se demostrara su culpabilidad, a calificar de mentirosa a la mujer sin aportar documentos médicos ni testimonios que justificaran ese cambio. Incluso Maliki hizo público su nombre, algo que Al Yazira había evitado a petición de la mujer. Los portavoces del Ejército de Estados Unidos en Irak se han limitado a decir que el caso se encuentra bajo investigación.
Lo que está en juego no sólo es la verdad -lo que sucedió en la comisaria de Amil-, sino la credibilidad de la policía, del plan de seguridad en el que la Casa Blanca se juega tanto y del propio Maliki. Si ella ha inventado su historia, se trataría de una obra maestra a la que las contradicciones gubernamentales han llenado de fuerza.
La mujer habló con los periodistas de Al Yazira tumbada sobre una cama y con el rostro parcialmente cubierto por un velo negro. Explicó que la policía se la llevó de su casa, un hecho que nadie discute. Los agentes buscaban armas y a su marido, al que acusan de pertenecer a la insurgencia. Una vez en la comisaría, pidió que la liberaran, pero un oficial dijo (según su versión): "Antes me vas a dar una cosita". Otro añadió: "Si queremos algo, lo tomamos; lo que no queremos, lo matamos". Tres de los policías la violaron delante de sus compañeros de armas. "Lo juro por el Corán y por el profeta Mahoma", dijo la mujer, que aseguró que la agresión fue filmada y que los policías le advirtieron de que la matarían si contaba algo.
Una enfermera que afirma haber tratado a la mujer informó de que tiene signos de haber sufrido un ataque sexual. La enfermera explicó que la mujer identificó a uno de los policías porque éste no iba enmascarado. La enfermera, que no quiso revelar su nombre, tiene miedo a las autoridades. Éstas consideran que la clínica donde trabaja es un centro de ayuda a los insurgentes heridos. Ella afirma que es una clínica para suníes con miedo de ir a un hospital chií.
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