Mucho más que una huelga
El conflicto de los mineros ha dañado el tejido social y sangrado la economía del Reino Unido
El próximo 12 de marzo hará un año que comenzó la huelga minera británica, el conflicto industrial de más larga duración en la historia del sindicalismo del Reino Unido. Historiadores y sociólogos están de acuerdo en considerar la disputa como el acontecimiento más importante, junto a Suez y la guerra de las Malvinas, de la historia británica de la posguerra. Sea cual sea el resultado de la huelga -y hoy se reúne la conferencia nacional de delegados de cuencas mineras para decidir si se vuelve o no al trabajo-, el conflicto trasciende con mucho los límites de una mera disputa industrial para convertirse en una herida que tardará mucho en cicatrizar.
La huelga ha dividido familias enteras, ha enfrentado comunidades de trabajadores y ha costado al Reino Unido, hasta el momento, una cantidad superior al billón de pesetas. En el fondo del conflicto subyace el enfrentamiento de dos filosofías: la del nuevo populismo conservador, representado por el radicalismo de Margaret Thatcher, que considera el excesivo poder sindical de las Trade Unions (sindicatos) una amenaza permanente al sistema capitalista y a la libertad de creación del individuo, y la no menos radical de los sindicatos vanguardistas, representada por el presidente de los mineros, Arthur Scargill, para quien la movilización de las masas trabajadoras producirá un verdadero cambio revolucionario en la política británica".La chispa que prendió la hoguera saltó en la mina de Cortonwood, situada en la pequeña localidad de Brampton, pedanía del Ayuntamiento metropolitano de Rotherham, en el condado de Yorkshire, en el norte del Reino Unido.
Brampton, una deprimente localidad de pequeños chalés adosados de propiedad municipal, está situada en lo que jocosamente se conoce en el Reino Unido como la república de South Yorkshire, debido a la militancia de su población trabajadora y al hecho de que prácticamente todos sus consejos munipales estén en manos de la izquierda laborista. Su subsistencia depende exclusivamente de la mina de Cortonwood, una explotación de los tiempos victorianos, cuya fuerza laboral ha sido diezmada por la tecnología hasta quedar reducida a 850 hombres.
Irónicamente, y a pesar de su ubicación geográfica, la mina de Cortonwood tenía un historial moderado en los conflictos laborales del condado. La mina estaba condenada al cierre en un plazo de cinco años, y el sindicato minero, que tolera los cierres de las explotaciones siempre que éstos sean por razones de agotamiento de reservas o geológicas, había aceptado los hechos consumados.
Pero el primero de marzo de 1984, el director de la Empresa Nacional del Carbón para South Yorkshire, George Hayes, comunicó a los representantes sindica les locales que Cortortwood sería cerrada en un plazo no de cinco años, sino de cinco semanas Mike Thomas, portavoz de la em presa nacionalizada National Coal Board, manifiesta a EL PAÍS que "las pérdidas de Cortonwood habían ascendido a 12 millones de libras en dos años. La empresa", añade Thomas, "tenía que vender el carbón de Cortonwood a 40 libras la tonelada (unas 8.000 pesetas), mientras que pro ducir esa libra le costaba 60 libras (unas 12.000 pesetas).
Según Thomas, la einpresa ga rantizó el trabajo en otros pozos de la zona "a todos los mineros de menos de 50 años, unos 600 en total; para los de edades superiores a los 50 se ofreció una indemnización consistente en 1.000 libras (unas 200.000 pesetas) por año de servicio en la industria minera".
Promesas rotas
Pero los trabajadores de Cortonwood no creyeron en las promesas del National Coal Board. Como declara a este corresponsal Denise Fitzpatric, esposa de minero, madre de cinco hijos, tres de ellos mineros, y presidenta del comité de Brampton de ayuda a los huelguistas, "la historia de la empresa es una historia de promesas rotas. ¿Cómo nos vamos a creer que en cinco semanas iban a encontrar trabajo para 600 personas sin tener previsto dónde iban a colocar a cada minero"?.
Consecuentemente, los trabajadores de Cortonwood acordaron ir a la huelga y pidieron el apoyo del resto de los mineros de Yorkshire. Seis días depués, Yorkshire, Escocia, Gales del Sur, Kent, Durham y Northumberland estaban en huelga, aproximadamente, 140.000 de los 187.000 mineros de la National Union of Mineworkers. Nottinghainshire, Derbyshire, Lancashire y Gales del Sur mantuvieron mayoritariamente el trabajo.
Era la ocasión esperada por Margaret Tharcher y Arthur Scargill para medir sus respectivas fuerzas. La primera ministra vio una oportunidad de oro para probar la efectividad de sus leyes laborales de 1980 y 1984, por las que ninguna huelga se considera oficial a menos que se haya realizado una votación a escala nacíonal entre los afiliados al sindicato. Hay quien dice -aunque el presidente de la zona minera de Yorkshire, Jack Taylor lo niega- que el anuncio del cierre de Cortonwood en cinco semanas en lugar de cinco años fue una provocación del Gobierno para desencadenar la huelga. Con almacenamiento de carbón suficiente en los últimos cinco años en previsión de un conflicto minero y con la primavera y el verano por delante, lo que significaba no tener que hacer frente a cortes de energía, el Gobierno podía permitirse el lujo de soportar un largo conflicto industrial.
Denise Fitzpatrick confirma la opinión que la primera ministra merece a los huelguistas: "Mientras nosotros sólo luchamos por nuestros trabajos, esa mujer nos quiere quitar todos nuestros derechos. Quiere hacernos retroceder 50 o 60 años". Por su parte, Mick Carter, delegado sindical en Cortonwood, manifiesta a este periódico que los conservadores pretenden estrangular el movimiento obrero. "Es evidente", añade, que la filosofía conservadora no les gusta a los sindicatos. Ahora pretenden que nuestras contribuciones al partido laborista sean voluntarias y no obligatorias". "Thatcher", dice, "pretende derrotar a Scargill y derrotar a los mineros. Pero en esta huelga no habrá ganadores y nosotros no seremos derrotados", añade.
Por su parte, Scargill desea una repetición de los éxitos de las huelgas mineras de 1972 y 1974, la última de las cuales produjo la caída del Gobierno conservador de Edward Heath y la consiguiente derrota de Heath a manos de Margaret Thatcher en la lucha por la jefatura del partido tory. La famosa declaración de Scargill referida a la huelga de 1972 -"Estamos en una guerra de clases y no jugando al cricket"- puede aplicarse perfectamente al actual conflicto.
El dirigente minero olvida en esta huelga dos aspectos importantísimos que hacen diferente 1984 de 1972 y 1974. En primer lugar, en los setenta, el número de parados en el Reino Unido era casi inexistente, mientras que en la actualidad ha sobrepasado los tres millones. En segundo, el apoyo prestado a los mineros en la dos huelgas anteriores por el resto de los sindicatos integrados en el Trade Unions Congress fue total. En la actualidad, los dos únicos sindicatos que de verdad están prestando un apoyo real a los mineros son los de la Marina Mercante, y no todos, y los de maquinistas de tren. Sin embargo, los camioneros siguen trabajando, y en la actualidad un millón de toneladas semanales son trasladadas desde las minas a las centrales térmicas.
En los momentos actuales, cerca del 47% de los mineros ha vuelto al trabajo, muchos de ellos acuciados por las deudas y las necesidades económicas. Sin embargo, eso no significa que se esté produciendo carbón en un número equivalente de pozos, ya que una gran parte de los picadores sigue apoyando la huelga en los distritos más conflictivos, principalmente Gales del Sur, donde sólo un 2% ha regresado; Yorkshire, 15%, y Escocia, un porcentaje similar.
El final se acerca
Tras la ruptura de las conversaciones por enésima vez entre el sindicato minero y la empresa del carbón y el fracaso de la mediación del secretario general del Congreso Sindical Británico, Norman Willis, el Gobierno espera que los mineros voten con los pies; en otras palabras, que regresen gradualmente al trabajo. La cifra mágica del 50% que la empresa del carbón considera como un indicio de la ruptura de la huelga está a punto de ser alcanzada.
A pesar de las afirmaciones de los dirigentes de base -"No conseguirán que volvamos al trabajo aunque pasemos hambre"-, la verdad es que todas las semanas el goteo se incrementa, aun a costa de un tremendo coste social. Los calificativos de esquiroles y traidores son aplicados incluso a los mineros que vuelven al trabajo acuciados por sus necesidades económicas. Los 30 mineros que trabajan.en Cortonwood han tenido que trasladar su residencia a otras localidades ante la diaria intimidación a que sus mujeres e hijos eran sometidos en la localidad de Brampton.
La memoria de los mineros es larga. Mick Carter lo explica con un ejemplo ilustrativo. "En el pueblo de Goldthorpe", dice, "hay un minero de 80 años jubilado que fue un esquirol en la huelga general de 1926. A pesar de que han pasado cerca de 60 años, ese minero no puede todavía pisar los locales del club social de la localidad". El ejemplo demuestra que la huelga minera, como todas las guerras, sólo produce víctimas.
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