Sarkozy tiende un puente al este de Europa
El presidente francés rompe con la política de Chirac y busca la reconciliación entre los europeos
Nicolas Sarkozy está decidido a dar del todo la vuelta al calcetín de la política exterior francesa respecto a la de su predecesor Jacques Chirac, al menos en lo que respecta a los países de Europa del Este y a las relaciones con Rusia. El presidente francés, que en las últimas semanas visitó Budapest y Sofía, inicia hoy un viaje de dos días a Moscú, donde deberá explicar este cambio al presidente ruso, Vladímir Putin. Para armarse con argumentos, Sarkozy recibió ayer en París al presidente polaco, Lech Kaczynski, y al primer ministro checo, Mirek Topolanek. Su atlantismo aparente, sus declaraciones sobre la amistad con EE UU e incluso su origen húngaro juegan evidentemente en favor de la credibilidad de la nueva ostpolitik del presidente francés.
El jefe de Estado francés busca nuevos aliados con el objetivo de reactivar la UE
"Nunca estaréis solos. Francia estará a vuestro lado", dijo Sarkozy a húngaros y búlgaros
"Yalta se ha acabado", dijo Sarkozy en la cumbre del G-8 (los ochos países más industrializados del mundo) de Heiligendamm (Alemania), en referencia a la conferencia en la que se decidió la partición de Europa tras la II Guerra Mundial. El presidente ruso, Vladímir Putin, lo pudo oír perfectamente, porque estaba presente en esa localidad balnearia del Báltico alemán. Kaczynski lo repitió ayer en París tras hablar maravillas de su relación con Francia y anunciar un tratado bilateral entre París y Varsovia.
En contraste con la actitud arrogante y despreciativa de Jacques Chirac respecto a los países del Este que se alinearon con Estados Unidos en la invasión de Irak, a quienes recriminó "no haber sabido callarse a tiempo", Sarkozy se ha convertido en su valedor frente a los europeos occidentales que sospechan de las tendencias proamericanas de los recién llegados a la UE.
"Nunca más estaréis solos", les dijo a húngaros y búlgaros, "Francia estará siempre a vuestro lado". Sarkozy insiste cada vez que puede en tranquilizar a los países que sufrieron el yugo soviético y que no comprenden cómo sus vecinos occidentales transigen y coquetean con el gran vecino ruso. "No habrá una segunda división de Europa", repite el presidente francés. Sarkozy utiliza todos los argumentos. Recientemente, en Budapest, asumió la condición de húngaro de su padre, Pal, un personaje al que nunca se refiere, a quien no perdona que abandonara la familia. "Soy mitad europeo del Este", dijo.
El Kremlin ya no escapa a las críticas francesas, que llegan hasta el punto de denunciar su "brutalidad". Sarkozy ha anunciado que hablará sobre la defensa de los derechos humanos allí donde haya indicios o pruebas de que sean conculcados. Y como anticipo de su visita, mandó a su ministro de Exteriores, el "energético" Bernard Kouchner, a visitar la redacción de la revista para la que escribía la periodista Anna Politkóvskaya, asesinada hace un año.
En Sofía, la semana pasada, el presidente señaló a Rusia como "un país que complica la resolución de los grandes problemas del mundo". Su táctica está dando los primeros resultados. Su gran apuesta, la aprobación de un "tratado simplificado" que relanzara la Unión Europea, paralizada por el no francés a la Constitución europea, tenía que pasar esencialmente por la aprobación de los euroescépticos del Este: esencialmente la Polonia de los hermanos Kaczynski y la República Checa de Václav Klaus. A dos semanas de la cumbre de Lisboa en la que debe acabar de abrirse el camino, Sarkozy puede vanagloriarse de haberlo conseguido.
Pero la ostpolitik del presidente de la República no sólo produce efectos en la Europa del Este, le sirve también a Francia para robarle a Alemania el protagonismo que se atribuye en su frente oriental. Por obvias razones de memoria histórica, Merkel no puede competir con Sarkozy por los favores de Polonia. Kaczynski, que no pierde oportunidad de utilizar la historia como arma, no cesa de recordar que fue Napoleón quien devolvió a Varsovia su soberanía, al tiempo que recrimina a Berlín que pacte con Moscú los gaseoductos que evitan el territorio polaco.
Fuentes del Elíseo señalan que con esta operación el presidente busca "nuevos aliados" con el objetivo de "relanzar Europa". A nadie escapa que las relaciones entre el presidente francés y la canciller alemana ya no son tan buenas como lo eran antes del verano. Sarkozy, por ejemplo, irrita profundamente a Berlín cuando insiste en que hay que politizar el Banco Central Europeo (BCE) para forzarle a bajar los tipos de interés.
Incluso las críticas expresadas durante la campaña electoral por la decisión de Praga y Varsovia de aceptar la instalación en su territorio de elementos del escudo antimisiles que la Administración norteamericana quiere tener en Europa, ha pasado a segundo plano. Sarkozy había recriminado a checos y polacos no discutir el proyecto con sus socios europeos. No parece que este tema esté en la agenda de Sarkozy en Moscú. Pero la receptividad de Kremlin a los argumentos del presidente francés sobre los asuntos de fondo, como la seguridad energética, podría verse afectada por esta nueva versión francesa de la ostpolitik, muy distinta a la que han practicado todos los presidentes de la V República.
Queda por saber qué se traerá Sarkozy de su viaje a Moscú. El programa nuclear iraní, una cuestión sobre la que París ha acaparado protagonismo últimamente, en especial cuando Kouchner habló de "guerra", estará a buen seguro sobre la mesa. El contencioso sobre el futuro de Kosovo es otro de los puntos de discrepancia que París ha denunciado una y otra vez. "Entre la resignación y la guerra, dos palabras que no están en mi vocabulario, hay una actitud responsable: sanciones crecientes para hacer que Irán adopte una actitud razonable, pero también una apertura al diálogo", ha dicho Sarkozy en una entrevista con el diario oficial ruso Rossiïskaïa Gazeta.
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