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Obama amenaza con sanciones a Islandia por cazar ballenas

EE UU avisa a Reikiavik de que no puede seguir violando la moratoria

El presidente de EEUU, Barack Obama, ha dado un aviso a Islandia para que termine con la caza de ballenas. En un mensaje al Congreso el pasado jueves, Obama anunció que ha dado órdenes de limitar la cooperación con el país hasta que no cese el programa de caza de ballenas, aunque renunció a imponerle sanciones comerciales, como le piden los grupos ecologistas. Obama sí admitió que la política islandesa, que en 2010 cazó 148 rorcuales comunes, mina las actuaciones de la Comisión Ballenera Internacional (CBI).

Obama ha rebajado su política ambiental en Estados Unidos, donde ha renunciado a endurecer la ley que regula las emisiones contaminantes y a aprobar una legislación contra el cambio climático. A cambio, y tras la presión de grupos ecologistas, ha comenzado a exigir públicamente a Islandia el fin de la caza de ballenas.

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Los cables del Departamento de Estado obtenidos por Wikileaks revelaron una intensa actividad diplomática de EEUU para limitar esta práctica. En 2009, Japón accedió a reducir el número de ballenas que caza con fines supuestamente científicos (un millar) a cambio de reformar la Comisión Ballenera Internacional, que en 1986 estableció la moratoria en la caza de ballenas. Australia frustró el acuerdo. Noruega e Islandia son los únicos países que desafían abiertamente la moratoria. Japón caza un millar de ballenas al año en medio de una fuerte disputa con Australia, pero alega que lo hace como caza científica dentro de la moratoria.

Ahora el objeto de la negociación diplomática es Islandia, que en 2006 retomó la caza comercial para exportarla a Japón. Si entre 1987 y 2007 solo pescó siete rorcuales comunes, en 2009 la cifra subió a 125 y en 2010 a 148 ejemplares de esta especie amenazada. Además, según la Sociedad para la Conservación de los Delfines y las Ballenas (WDCS, en sus siglas en inglés), el país ha exportado más de 1.000 toneladas de carne de ballena, grasa y aceite a Japón, Noruega, las Islas Feroe, Letonia y Bielorrusia.

A comienzo de año, la única compañía islandesa que pesca ballenas, Hvlar HF, suspendió sus actividades porque con el terremoto no había exportación a Japón, aunque pronto la retomó. Según el escrito de Obama, la cuota autorizada excede con creces lo admisible.

El 19 de julio pasado, el secretario de Comercio de EEUU amenazó por escrito a Islandia con sanciones comerciales. La decisión llegó tras una intensa campaña de la poderosa WDCS, que ha enviado cientos de miles de correos electrónicos y faxes pidiendo la sanción y amenazó directamente a Reikiavik.

Ahora, en su mensaje al Congreso, Obama explica que ha decidido continuar con las medidas "no comerciales", pero sí diplomáticas. Y avisa de que el Departamento de Estado "examinará los proyectos de cooperación en el Ártico y, si es necesario, vinculará la cooperación de EEUU con el Gobierno islandés a un cambio en su política ballenera". Además, anuncia que tratará con otras potencias para conseguir que Islandia cumpla la moratoria y ha pedido a sus agencias que le informen de la evolución de la caza.

Los ecologistas han acogido con satisfacción el anuncio de Obama, pero consideran que podía haber hecho más. Que las sanciones comerciales habrían tenido un efecto mucho mayor. "Vamos ganado", resume la web de la WDCS, que destaca que el comunicado de Obama apunta a "fuertes medidas económicas contra Islandia si vuelve a cazar ballenas".

La moratoria ha sido, junto con el Protocolo de Montreal contra el agujero en la capa de ozono, el mayor tratado internacional a favor del medio ambiente. La población de ballenas, a punto del desastre en los ochenta, se recupera, aunque sigue lejos de los niveles de siglos pasados. Por eso la decisión de Islandia en los últimos años de ir en dirección contraria ha levantado la preocupación internacional.

Un barco ballenero arrastra los cuerpos de dos cetáceos a su base en Hvalfjordur (Islandia).
Un barco ballenero arrastra los cuerpos de dos cetáceos a su base en Hvalfjordur (Islandia).REUTERS

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