Lejos de Davos
Una semana. Quizás sólo las primeras cien horas. Muy poco tiempo ha bastado para que Estados Unidos regresara al mundo real. Con la fachada revocada por una impecable operación de imagen realizada durante la campaña electoral, y ahora con todos los andamios desplegados para reparar a fondo el edificio, en muy pocos días, en horas, se ha empezado a notar que hay vida en esta mansión inmensa y poderosa, y que lo que hagan sus moradores despierta la máxima atención y vuelve a ser decisivo para toda la aldea global. El vacío de poder se ha terminado. La ventana de oportunidad, o de los oportunistas, por la que se han colado unos cuantos durante estos últimos meses, notablemente el mejor atisbador de ellas que hay en estos momentos en la política mundial como es Nicolas Sarkozy, ha quedado cerrada desde que Barack Obama ha tomado las riendas. Gordon Brown vuelve a sus horas bajas, después de aparecer como el ideólogo de la salvación financiera. El presidente francés se muerde los puños de celos ante las numerosas portadas y telediarios que se lleva el afroamericano. Israel ya retiró sus carros de combate de Gaza y deberá calcular muy bien los pasos que se atreva a dar ahora. Y por una extraña ley de los vasos comunicantes los que bajaban hace unas semanas, Angela Merkel por ejemplo, suben cuando regresa el normal estado de las cosas.
En el nuevo mapa no se sabe muy bien todavía qué papel jugarán esos Estados Unidos 'obámicos'
La Casa Blanca lleva ya la velocidad de crucero en cuanto a decisiones y a rectificaciones, por lo que puede decirse que en propiedad la transición toca a su fin. El paquete de nuevas medidas tomadas desde la erupción de entusiasmo patriótico del gélido 4 de noviembre es ya muy abultado. Quienes se empeñan, a derecha e izquierda (más bien extremas), en decir que nada ha cambiado, que EE UU es una potencia inmutable y conservadora y que Obama terminará haciendo la política de Bush, pueden ir tomando nota. Prohibición de la tortura y de las cárceles secretas, cierre de Guantánamo dentro de un año, limitaciones para los lobbistas, implantación de normas de transparencia en la Casa Blanca, anulación de prohibiciones sobre investigación de células madre, reanudación de subvenciones a las ONG dedicadas a la planificación familiar, cambio de 180 grados en medio ambiente, lanzamiento de la nueva política exterior, y finalmente una intensa negociación para sacar el paquete de estímulo económico en pocos días, en la primera prueba sobre cómo funcionará la correlación de fuerzas entre la Casa Blanca y el Capitolio. Estos arranques de caballo siciliano no se producen sin fricciones: las ha habido ya con la prensa, y el presidente ha demostrado su carácter y su dureza. No será un presidente fácil ni amable cuando lleguen los momentos difíciles.
Como corolario de este arranque espectacular, insólito desde hace 70 años, el Gobierno norteamericano ha reducido al mínimo su presencia en Davos, plataforma ideal durante años para acompañar su acción diplomática oficial: está demasiado ocupado. Los congresistas tendrán que conformarse con que Valerie Jarrett, la consejera y amiga del presidente, rivalice con Wen Jiabao, Putin o Gordon Brown. La agenda de Davos e incluso algunas de sus discusiones pertenecen a la fase de la transición presidencial, al momento del vacío de poder. A diferencia de EE UU, Rusia y China defienden sus puntos de vista al máximo nivel, muy adecuado al mundo multipolar que tanto había avanzado en la última etapa de Bush. También se esperan guiños y mensajes dirigidos a la nueva Administración. En el nuevo mapa no se sabe muy bien todavía qué papel jugarán esos EE UU obámicos, abiertamente multilateralistas pero con clara vocación de reinventar el liderazgo norteamericano.
Quien está produciendo noticias estos días es Obama. El Foro Económico Mundial, como máximo, podrá reflejar un poco del fulgor que surge de la otra orilla atlántica. Y a pesar de esto costará porque hay demasiadas malas noticias como para mantener la cabeza fría. Se ha pasado de la exuberancia irracional a la desesperación irracional, según el reportero de la BBC Tim Weber. El presidente del foro, Klaus Schwab, ha evocado el sanatorio para enfermos de tuberculosis donde Thomas Mann situó su Montaña mágica para pedir una cura para los problemas del mundo. A juzgar por estos debates alpinos, el sanatorio debería ser mental, para tratar este caso de depresión y desorientación profundas, que aqueja a empresarios, economistas y políticos. Davos ha sido siempre un excelente observatorio, un promontorio para augures y gurús dispuestos a vaticinar el destino del universo económico. Es también cancha de juego, donde se discute y negocia, a veces incluso se concluye, como ha sucedido en varias ocasiones en su historia. Pero este año, sin el principal jugador y con el síndrome depresivo encima, es dudoso que adquiera un relumbre especial o consiga crear nuevos y decisivos consensos. Davos mira a Washington, a la espera de su entrada en juego; pero Washington no mira por el momento a Davos. Costará poner los relojes a hora antes de que empiece el juego de nuevo.
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