Cumbre de urgencia para salvar a Europa
Bruselas maniobra contrarreloj para rescatar el Tratado de Lisboa
Los líderes europeos se han visto forzados a cambiar radicalmente la agenda del próximo Consejo Europeo, convocado para los próximos 19 y 20 de junio. El rechazo de los irlandeses al Tratado de Lisboa ha convertido el encuentro en "una cumbre de crisis". Las discusiones sobre energía, cambio climático, aumento de los precios alimentarios e inmigración han sido desplazadas por un debate más urgente y trascendental: ¿qué hacemos con el Tratado de Lisboa, se entierra o seguimos adelante como si nada hubiera ocurrido? Las posiciones no son nada pacíficas.
A medida que pasan las horas, la dimensión de la crisis se agranda. El primer ministro del Reino Unido, Gordon Brown, "está recibiendo crecientes presiones de la oposición, su propio partido y de los medios de comunicación para que no siga con el proceso de ratificación y convoque un referéndum", comentan medios diplomáticos británicos.
Los británicos presionan a Brown para que convoque un referéndum
Sarkozy, Merkel y Barroso proponen seguir adelante con las ratificaciones
La cumbre se presenta como un verdadero calvario para el primer ministro irlandés, Brian Cowen, al que los principales líderes van a pedir cuentas y, sobre todo, que proponga una salida a la crisis, aunque el presidente francés, Nicolas Sarkozy, la calificara de "incidente". El líder francés, que ocupará la presidencia de la Unión a partir de julio, que nace seriamente hipotecada, y ha visto desbaratado su programa presidencial, es el más interesado en minimizar el desastre.
La estrategia inicial promovida por Sarkozy, la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, de seguir adelante con las ratificaciones en los ocho países pendientes tenía un objetivo muy claro: llegar a finales de año con 26 ratificaciones en la mano y ejercer entonces la máxima presión a Irlanda para que se subiera al carro de Lisboa. Pero este camino no parece nada despejado. El presidente checo, Václav Klaus, ya ha dejado bien claro que el proceso del Tratado de Lisboa terminó con la decisión de los irlandeses "y su ratificación no puede continuar".
Con este panorama, Cowen no estará tan solo en la cumbre de Bruselas. La receta aplicada en 2002, cuando Irlanda repitió y aprobó el Tratado de Niza, que había rechazado el año anterior, no parece fácil. También había sido aplicada en Dinamarca a principios de los noventa, cuando tuvo que repetir la votación del Tratado de Maastricht. Pero no se puede olvidar que después vino 2005, cuando franceses y holandeses rechazaron el Tratado Constitucional. Para salir del atasco a nadie se le ocurrió pedir que repitieran la votación con pequeños cambios a pie de página. Se precisaron dos años de negociaciones para hacer el Tratado de Lisboa, que aunque recoge la sustancia de la Constitución, no es lo mismo.
Pero la tentación de seguir adelante como si nada hubiera ocurrido es grande. Hay muchos líderes que apoyan esta tesis, incluido el primer ministro belga, Yves Leterme, cuyo país está también pendiente de ratificar el tratado. Leterme, a quien no le faltan problemas en su casa, ha declarado que "en ningún caso el impulso de la Unión puede ser frenado".
Pasar por alto la voz de los ciudadanos va ser una maniobra muy compleja. Francis Wurtz, presidente del Grupo de Izquierda Unida Europea, en el Parlamento Europeo, ha recordado las palabras irónicas de Bertolt Brecht: "Si los dirigentes ven claro y el pueblo se equivoca, lo que hace falta es cambiar de pueblo", refiriéndose a "estas élites sordas a las exigencias de la sociedad, porque trastocan sus intereses y certidumbres".
Thomas Rupp, promotor de Campaña por un Referéndum Europeo, sostiene que "si se celebraran otros referendos habría resultados muy similares". "La cuestión está", añade, "en cuántos votos necesitan para darse cuenta de que la Constitución europea está muerta y que no se puede construir Europa sin el consenso de los ciudadanos".
"En la Unión Europea está despertando un gran malestar entre la población porque existe la percepción de que se está desmontando el Estado de bienestar y el Estado democrático por la puerta de atrás", señala una fuente comunitaria. "Quizá los irlandeses, por motivos espurios y egoístas, han rechazado un tratado que a los ciudadanos les inquietaba mucho. Mientras los temas europeos eran asuntos comerciales, aduaneros o muy técnicos, no les preocupaba que fueran gestionados por los funcionarios de Bruselas. Pero cuando lo que se discute es la política fiscal, la inmigración o los derechos laborales ya no lo quieren dejar en manos de los burócratas de Bruselas. Y por esto se resisten".
Enrique Barón, presidente de la delegación socialista española en la Eurocámara, advirtió ayer: "Desde que muchos europeos tenemos una moneda común como el euro, estamos obligados a encontrar una solución cuanto antes porque está en juego nuestra estabilidad".
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