Bangkok se prepara para la batalla final
El Ejército tailandés ultima el asalto a la fortaleza de los 'camisas rojas'
Bangkok se enroca en una espiral de violencia. El Gobierno tailandés rechazó ayer la propuesta de los camisas rojas de negociar si las autoridades declaran un alto el fuego y ponen fin a la represión armada. "Pedimos que ordene un alto el fuego y retire al Ejército. Estamos listos para negociar inmediatamente. Es urgente detener la muerte de personas. Las demandas políticas pueden esperar", dijo Nattawut Saikua, uno de los líderes rojos, quien, sin embargo, advirtió que las conversaciones deben producirse con la mediación de la ONU. El Gobierno respondió que no acepta condiciones y que una pausa no es necesaria porque "las tropas no están utilizando armas para reprimir a civiles". Asegura que sólo están en el punto de mira los "terroristas armados" infiltrados entre los camisas rojas.
El rey Bhumibol está en el hospital y ha evitado mediar en el conflicto
Vecinos del centro almacenan víveres por lo que pueda pasar
En los cuatro últimos días, han muerto 35 personas y 232 han resultado heridas
"Es urgente detener la muerte de personas", pide uno de los líderes 'rojos'
Las autoridades dijeron que van a enviar a personal de la Cruz Roja al campamento de los manifestantes para evacuar a quienes quieran irse, en especial mujeres y niños. Una operación que podría ser el prólogo de un asalto armado al recinto, fortificado con barricadas de neumáticos, lanzas de bambú y alambre de espino.
Los choques entre los rojos y el Ejército continuaron ayer. Tras cuatro días de violencia, el centro de Bangkok se ha convertido en un escenario de guerra. Cientos de personas, armadas con cócteles molotov, tirachinas y cohetes artesanales, se enfrentaron a los soldados, pertrechados con fusiles automáticos en las calles que conducen al campamento que ocupan desde hace semanas para pedir la disolución del Parlamento y la convocatoria de elecciones. Un civil resultó muerto por un francotirador, y hubo varios heridos. Los rojos aseguran que tiradores de élite de las fuerzas de seguridad han disparado contra algunos de sus seguidores.
Los rojos -entre los cuales hay milicianos armados con pistolas y granadas, según el Gobierno- intentan abrir las vías de suministro de comida y combustible, que han sido selladas por el Ejército para someter a presión a los alrededor de 5.000 acampados, muchos de ellos mujeres, niños y ancianos.
En los cuatro últimos días, han muerto 36 personas y han resultado heridas 232 en los enfrentamientos, lo que eleva las cifras a 59 y más de 1.600, respectivamente, desde que comenzaron las revueltas a mediados de marzo.
El paisaje que ofrece el centro de Bangkok es fantasmagórico. Kilómetros de grandes avenidas desiertas, rascacielos vacíos, complejos residenciales abandonados por sus habitantes, comercios cerrados, neumáticos calcinados, vallas rotas, señales de tráfico destrozadas. Y por todos lados, camiones y patrullas militares.
El silencio que cubre la zona sólo se ve interrumpido por las sirenas de algunas ambulancias, por el vuelo de un helicóptero y, en la calle Rama IV, por las explosiones de los cohetes construidos con fuegos artificiales y las bombas caseras arrojadas por los rebeldes.
En una esquina, varios soldados agazapados tras los sacos terreros vigilan con prismáticos la barrera de humo provocada, a un centenar de metros, por los neumáticos ardiendo utilizados como protección por los manifestantes. Rollos de alambre de espino seccionan la avenida. Periódicamente resuenan explosiones. Entre ellas, la de una granada que fue lanzada contra los militares. Estos respondieron con disparos.
En la calle South Sathon, el empleado de una gasolinera cerrada muestra iracundo dos agujeros de bala en la vitrina de la tienda y otros ocho en un muro cercano. "Los soldados empezaron a disparar anoche", dice entre asustado y furioso. En la calzada, hay cabinas telefónicas arrancadas de cuajo y restos de cristales y neumáticos quemados.
El humo se elevó ayer durante todo el día de las barricadas cerca de la estación de metro de Khlong Toei, hasta fusionarse con las nubes que cubrían la ciudad. El Gobierno ha declarado parte de la capital "zona de fuego". En una bocacalle, un cartel advierte en tailandés e inglés: "Prohibido entrar a partir de las 10 de la noche". El estado de excepción en 17 provincias fue extendido a otras cinco. Lunes y martes han sido declarados festivos para mantener a los civiles fuera de las calles.
El coronel Sansern Kaewkamnerd, portavoz del Ejército, dijo que darán hasta las tres de la tarde de hoy para que, quien quiera, desaloje la fortaleza roja, incluidos los hombres, aunque estos "tendrán que mostrar que no están armados". Nattawut Saikua, uno de los líderes de los camisas rojas, afirmó que no retendrán a nadie y no utilizarán a los niños como "herramienta de regateo político". Otro de los cabecillas, Jatuporn Prompan, instó al rey a que intervenga para poner fin a la crisis. "Creo que todos los tailandeses sienten lo mismo, que su majestad es la única esperanza", afirmó.
El rey Bhumibol Adulyadej es adorado por la mayoría de los tailandeses. El monarca reprendió tanto a los militares como a los líderes de la protesta en un levantamiento ocurrido en 1992, y puso fin a la violencia. Pero Bhumibol, de 82 años, se encuentra hospitalizado desde septiembre y ha evitado pronunciarse directamente sobre la crisis.
El primer ministro, Abhisit Vejjajiva, ha justificado las muertes ocurridas los últimos días como un mal menor para lograr la paz. Ayer insistió en su intervención televisada semanal en que no dará marcha atrás en su plan para aislar a los camisas rojas en su recinto y acabar con la revuelta. "La concentración ha sido utilizada por terroristas. No es una concentración por la democracia", dijo. Los manifestantes denuncian que Abhisit llegó al poder aupado por los militares, y manipulando a los jueces para que derribaran gobiernos anteriores salidos de las urnas.
Algunos habitantes del centro de Bangkok han comenzado a hacer acopio de comida ante lo que pueda ocurrir. La casi totalidad de los comercios en los alrededores del campamento rojo están cerrados. Sólo algunos esperan en vano la llegada de clientes. Como el restaurante en el que trabaja Paradorn, de 23 años, en una bocacalle de Silom, muy cerca del extremo sur de las barricadas. "Estamos asustados y muy enfadados. Oímos explosiones y disparos. Ayer sólo tuvimos tres clientes en todo el día. Los tres eran periodistas. Hoy, ninguno", dice. "La única forma de resolver esto es que Abhisit dimita", añade Darunee, de 35 años, empleada en el mismo local. En Silom, cerrada a los coches y los peatones, vigilada por cientos de soldados, se acumulan el miedo y la basura. Junto a una pila de bolsas, una rata muerta yace patas arriba.
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