Una ruta de la memoria une en Zaragoza a vencidos y vencedores
La ciudad homenajea a los 3.543 republicanos fusilados en su cementerio
"Sentía repugnancia ante tan numerosos asesinatos, no podía aprobarlos". El capellán de la cárcel de Torrero (Zaragoza), Gumersindo de Estella, tampoco pudo impedirlos, pero dejó escritas unas estremecedoras memorias, en las que relató todas las atrocidades del franquismo de las que fue testigo. En las tapias del cementerio de la ciudad fueron fusilados 3.543 republicanos: 3.096 durante la Guerra Civil y 447 más después. El capellán acompañó a muchos de ellos. Antes, en capilla, intentaba ofrecerles auxilio espiritual. "Las derechas están matando en nombre de la religión, y una religión que les inspira tanta crueldad no la quiero", cuenta en su diario que le respondió uno de ellos. Después, "entre el fusilamiento y el tiro de gracia, les daba la extremaunción", afirma el historiador Julián Casanova. El miércoles, el Ayuntamiento de Zaragoza inaugura en ese cementerio una enorme espiral con tantas placas como fusilados, sus nombres, edades y fechas en que fueron asesinados.
"Mi madre le llevó comida mes y medio. Lo habían matado el primer día"
En 1979, algunas familias pudieron exhumar los restos por 2.000 pesetas
La espiral con los 3.543 nombres se integra en una ruta de la memoria única en España, que conserva los monumentos levantados por Franco para homenajear "a los héroes y mártires de Zaragoza, caídos de liberación" y añade los que se han construido "a cuantos murieron por la libertad y la democracia".
Casanova, que ha elaborado los textos que explicarán al visitante las distintas estaciones de esa ruta de memoria, y Pedro Villasol, empleado en el cementerio durante 53 años, hacen el recorrido con EL PAÍS. La primera parada es la tapia. "No se dejó de fusilar ni un solo día, ni siquiera en Nochebuena", cuenta Casanova. Desde la madrugada del 19 de julio de 1936 hasta el 20 de agosto de 1946 se descargaron frente a aquel muro miles de balas. "Traspasaron la pared y los nichos que había del otro lado, y tuvieron que colocar tablones de madera y sacos de arena para que las balas no entraran en los ataúdes", cuenta Villasol.
Entre los 3.543 fusilados estaba el maestro Pablo Balagueró, aunque su familia no lo supo hasta que vio su nombre en el listado de El pasado oculto, investigación coordinada por Casanova. "Mi madre murió con 97 años sin saberlo", cuenta José Luis Balagueró, su hijo, de 80. "Le llevó comida a la cárcel durante un mes y medio y resultó que lo habían fusilado el mismo día que lo detuvieron. Lo recuerdo como si fuera hoy. Yo estaba jugando a la pelota y llegaron 11 hombres de paisano pero con fusiles. Me dijeron que llamara a mi padre. Lo llamé, salió, y entonces vi a mi madre, gritando, con mi hermana de cuatro años en brazos y la otra, de 11, agarrándola de la falda. Los seguimos en la camioneta hasta que los falangistas se giraron, nos apuntaron y dijeron que o nos dábamos la vuelta o nos dejaban secos. Al llegar a casa, la habían incendiado. Tuvimos que irnos al pajar de unos vecinos".
José Luis tenía entonces seis años y su padre, 54. El hermano mayor, Miguel, moriría en 1938 en la Guerra Civil, en el bando franquista. José Luis aún se pregunta por qué fue a luchar con los asesinos de su padre.
Muerto Franco, en 1979, los restos de unos 2.500 republicanos fusilados en la tapia fueron trasladados a una fosa común bajo un gran monumento "a cuantos murieron por la libertad y la democracia", construido por iniciativa del primer alcalde democrático, Ramón Sainz de Varanda, cuyo padre había muerto a manos del bando republicano. "Tardamos un año en trasladarlos. Era como tocar una tragedia", relata Villasol. "Los habían enterrado sin cajas y recuerdo que encontramos carteras, petacas, navajas de afeitar, ropa... que las familias utilizaban para reconocerlos, porque entonces no había ADN. Se emocionaban mucho... Para poder llevárselos tenían que pagar 2.000 pesetas, un fortunón para la época".
En este cementerio fueron enterrados también 3.936 "caídos en la Cruzada de Liberación en el frente y hospitales de Aragón". En 1941, el alcalde de Zaragoza, Francisco Caballero, se propuso "eternizar el recuerdo de nuestros mejores" y convocó un concurso para realizar un monumento de homenaje. Ganó una enorme cruz dedicada "a los héroes y mártires de Zaragoza". En cumplimiento de la ley de memoria histórica ese monumento debería haberse derribado. Si se ha salvado es porque a partir del miércoles formará parte de una ruta que ha cambiado su significado.
De los 3.936 "caídos en la Cruzada", 3.560 fueron trasladados en 1961 al Valle de los Caídos. Casanova opina que en ese lugar, que Franco ideó para inmortalizar su victoria, podría hacerse algo similar a lo de Zaragoza.
Para concluir el recorrido, Pedro Villasol muestra a este diario los libros de registro del cementerio. Busca un papel en el que fue anotando, poco a poco, todo lo que le llamó la atención y va directo a esas páginas: "¿Ve? Estos están inscritos como 'prisioneros rojos'... Y todos estos -señala una larga lista- sin nombre: 'hombre', 'hombre', 'hombre...".
Entre los fusilados en la tapia había menores, mujeres y ancianos; muchos, miembros de la misma familia: padres e hijos, hermanos, esposas y madres de rojos. "Zaragoza tenía una deuda moral de reconocimiento y homenaje a todas aquellas personas que murieron sin otra razón que pertenecer al bando republicano y que habían sido condenadas a la pena adicional del olvido y el anonimato", recordó el alcalde de la ciudad, Juan Alberto Belloch (PSOE).
La decisión de crear en Zaragoza esta ruta de la memoria, financiada con fondos del Plan E, se tomó por unanimidad de todos los grupos políticos. El miércoles estarán presentes en la inauguración alcaldes de los 327 municipios a los que pertenecían las víctimas. También tiene previsto acudir el aún presidente de Aragón y recién nombrado secretario de organización del PSOE, Marcelino Iglesias. El Ayuntamiento se guarda además, una sorpresa musical.
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