España apoya en el Sáhara una solución favorable a Marruecos
El Gobierno animó a Rabat a elaborar su propuesta de autonomía y le ofreció ayuda - El presidente argelino Buteflika tachó al PSOE de "deshonesto" con los saharauis - Exteriores propuso por escrito que el Sáhara fuera "como Cataluña"
Desde que los socialistas llegaron al Gobierno, en 2004, se esforzaron por mantener en público una postura equidistante en el conflicto del Sáhara Occidental, pero entre bastidores apoyaron e incluso se ofrecieron a asesorar a Marruecos sobre cómo elaborar su propuesta de conceder a la antigua colonia española una autonomía bajo soberanía marroquí. Decenas de cables de las Embajadas de EE UU en Madrid, Rabat y París destapan la doblez de la posición española sobre el Sáhara -algunos la describen como "confusa"-. En última instancia España se alinea, con matices, con las tesis de Marruecos.
Esta proximidad se hizo patente, según los informes secretos, después de que Rabat hubiese rechazado en 2004 el plan de James Baker para el Sáhara, que obtuvo el aval del Consejo de Seguridad de la ONU. En ese momento, el Gobierno marroquí llegó a la conclusión de que no le bastaba con decir "no" y debía presentar una contrapropuesta. Dio un impulso a la elaboración de su oferta de autonomía que vio la luz en 2007.
La oferta marroquí para el Sáhara pareció poco generosa a ojos de la diplomacia española
Desde el primer momento, España la respaldó. "Marruecos debe presentar un plan creíble de autonomía", le dijo el embajador español en Rabat, Luis Planas, a su homólogo de EE UU, Thomas Riley, en 2006. Antes de pronunciarse sobre el plan, el Gobierno español necesitará examinarlo, advirtió Planas, pero, mientras, le "ayudará a sentirse cómodo y le apoyará" para que redacte un proyecto serio.
Ese mismo año, el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, elaboró sobre el Sáhara un non paper, como se llama en el lenguaje diplomático a documentos sin membrete en los que se lanzan ideas. Lo entregó a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. En él les propuso abandonar los términos de "descolonización, soberanía e independencia" y sustituirlos por el vocabulario de la "globalización" con palabras como "regionalización, autonomía y autogobierno". En ese documento, además, se apostaba para el Sáhara "una solución similar a la que España ha dado a Cataluña".
Dos directores generales españoles explicaron a David Welch que España apoyaba un referendo en el Sáhara, pero que este solo tenía sentido si validaba una determinada opción y no ofrecía al votante un abanico de soluciones
[integración en Marruecos, autonomía e independencia]. Otros funcionarios repitieron machaconamente que la independencia "no era realista".
Una delegación marroquí de alto nivel viajó a Madrid y a otras capitales, en febrero de 2007, para dar, por fin, a conocer el plan de autonomía que Rabat quería convertir en el eje de la negociación con el Polisario. Mencionó los modelos español y alemán de autonomía, pero sin entrar en detalles. Moratinos les rogó que fueran generosos.
La propuesta marroquí no entusiasmó a la diplomacia española. El consejero político de la Embajada de España en Rabat invitó a sus homólogos de Francia, EE UU, Reino Unido y Alemania a una reunión de evaluación el 14 de marzo de 2007. "Nuestro anfitrión español no estaba contento", señala su homólogo estadounidense Craig Karp.
Ninguno de los asistentes estaba contento. Todos se lamentaron: la energía puesta en la iniciativa no desemboca en ningún avance sustancial de la autonomía que pueda convencer a la otra parte. Al mes siguiente Álvaro Iranzo, director de Oriente Próximo, deploró con su homólogo Gordon Gray el rechazo de Marruecos a permitir incluso el mero uso de los símbolos saharauis en la futura región autonómica.
El repaso de las numerosas conversaciones mantenidas entre diplomáticos estadounidenses y españoles sobre el Sáhara pone de relieve la coincidencia de sus puntos de vista. Ambas potencias simpatizan, con matices, con la propuesta de autonomía. España se muestra, en cambio, crítica con Francia porque su ciego alineamiento con Marruecos le impide ejercer eficazmente su influencia.
Jacques Chirac, presidente francés, "es más promarroquí que el rey de Marruecos", ironizó Bernardino León tras tomar posesión como número dos del Ministerio de Exteriores. Él y su ministro intentaron en 2004 que París "se acercase a la neutralidad", pero no lo lograron.
Chirac y Nicolas Sarkozy han sido valedores incondicionales de Marruecos. Hasta Yassin Mansouri, jefe del más poderoso servicio secreto marroquí (DGED), reconoció ante Christopher Ross, enviado personal de Ban Ki-moon para el Sáhara, que Rabat había indicado a Sarkozy que "sería preferible para Francia no ser percibida como tan promarroquí en relación al Sáhara".
El alineamiento con Rabat generó tensiones con Argel. "Los socialistas españoles no han sido honestos con los saharauis", afirmó, en agosto de 2005, el presidente argelino, Abdelaziz Buteflika. Hizo ese comentario a Richard Lugar, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado.
Buteflika se quejó de que el Gobierno socialista intentó primero sortear al Frente Polisario como interlocutor. España, le dijo a Lugar, propone a Argelia negociar con Francia y Marruecos para resolver el conflicto del Sáhara. Argelia, le recordó, "no negociará en nombre de los saharauis"
La tirantez con Argel acabó, probablemente, provocando la subida del 20% del precio del gas que exporta a España, decretada unilateralmente en marzo de 2007. "(...) Muchos, en España, consideran que está vinculada a los comentarios de Zapatero en Marruecos" durante su última visita, escribió el embajador de EE UU, Eduardo Aguirre.
Dos veces el presidente José Luis Rodríguez Zapatero dijo, sin embargo, "no" al rey Mohamed VI. Primero en Oujda, a 13 kilómetros de la frontera con Argelia, donde el monarca le recibió en julio de 2008. Eligió ese lugar porque pretendía que su huésped español hiciera una declaración a favor de la reapertura de la frontera que Argel mantiene cerrada desde 1994, según la Embajada de EE UU en Rabat. No lo consiguió.
Zapatero se ofreció, eso sí, a mediar entre los dos vecinos, pero el soberano le contestó: "El momento no es el apropiado". Antes habían propuesto en vano sus buenos oficios Chirac e incluso el presidente ruso Vladímir Putin.
Al año siguiente, Mohamed VI despachó urgentemente a un emisario a Madrid, el saharaui Mohamed Cheikh Biadillah, para llevar una carta a Zapatero en vísperas de la reunión de abril de 2009 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Le pedía ayuda para que el mandato del contingente de la ONU en el Sáhara (MINURSO) no fuese ampliado para incluir la supervisión de los derechos humanos.
Durante meses Zapatero y Moratinos echaban balones fuera cuando se les preguntaba por una modificación de las competencias de MINURSO hasta que, hace cuatro semanas, las fuerzas de seguridad marroquíes desmantelaron el campamento de protesta saharaui en las afueras de El Aaiún. Once días después, el 19 de noviembre, la ministra de Exteriores, Trinidad Jiménez, abogó, por primera vez, porque la MINURSO se ocupe también de los derechos humanos.
El político español que más secundó globalmente a la Administración del presidente Bush fue, paradójicamente, el que más discrepó de su actuación en el Magreb. José María Aznar acudió, en julio de 2007, a la Embajada de EE UU. Declaró al embajador sin titubeos que "acercarse a Marruecos" sobre la cuestión del Sáhara era "una mala idea". Por algo es el político español más detestado al sur del estrecho de Gibraltar.
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