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Columna
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Cainismo

Enrique Gil Calvo

La política española es tan reiterativa que resulta difícil evitar la caída en el tópico de que la historia se repite, sobre todo ahora, cuando nos enfrentamos a un caso típico de alguacil alguacilado. Me refiero a la lucha cainita por el poder que se ha desatado en el PP, fratricidamente enfrentado en un amargo ajuste de cuentas por ver quién paga el coste de la derrota electoral. Y digo un caso de alguacil alguacilado porque su todavía líder prorrogado, Mariano Rajoy, está sufriendo ahora en sus propias carnes un calvario mediático equiparable al que durante la pasada legislatura él mismo se encargó de esgrimir contra el presidente del Gobierno.

En efecto, la sectaria campaña de acoso y derribo que hasta hace poco se orquestaba contra Rodríguez Zapatero, declarado por la prensa reaccionaria enemigo público número uno de España, hoy se dirige contra Mariano Rajoy, a quien se crucifica como único responsable de la derrota del PP y principal obstáculo para proceder a la necesaria renovación de la derecha española.

Sólo cabe esperar una campaña de acoso y derribo contra Rajoy

Y ello hasta el punto de que se vuelve en su contra la misma estrategia de oposición política que él mismo encabezó contra Zapatero. Durante el primer tercio de la legislatura anterior, todos los esfuerzos del PP y sus bases mediáticas se dirigieron a impedir que Zapatero, debilitado como estaba por la precariedad de su victoria electoral, se consolidara en el poder. Y para ello se trató de forzar una crisis tras otra para que la legislatura abortase y el presidente se viera obligado a suspenderla anticipando las elecciones. Pues bien, algo parecido es lo que ahora le están haciendo a Rajoy. Como está muy debilitado por la derrota electoral, sus propios compañeros políticos y mediáticos le están haciendo la vida imposible para impedir que se consolide en la jefatura del partido, tratando de obligarle a que tire la toalla.

¿Por qué ha cambiado de objeto el cainismo de la derecha, que de dirigirse contra su enemigo exterior, el odiado Zapatero, ha pasado a centrarse en su propio enemigo interior, el ahora depreciado Rajoy? Como es obvio, la razón no es otra que la derrota electoral sufrida el pasado 9 de marzo: una derrota que esta vez, a diferencia de hace cuatro años, ya no puede achacarse a la traición o a las malas artes de Zapatero. De ahí que haya que buscar culpables, y aquí es donde ha comenzado a reabrirse la vieja fractura entre el ala dura del aznarismo jaleado por sus medios afines que promueven a Esperanza Aguirre y el timorato círculo que rodea al pusilánime Rajoy. Sostiene la lideresa que su batalla es de ideas, en defensa de su peregrino liberal-catolicismo. Sus valedores mediáticos prefieren la batalla de personas, descalificando tanto a Rajoy como a cualquiera de sus nombramientos. Pero en realidad es una pugna por el control de la estrategia.

Para el ala dura del PP, la derrota del 9-M se debe a la incapacidad de Rajoy para defender con convicción la línea de firmeza adoptada por FAES y dictada por la COPE. De ahí que promueva su sustitución por alguien más capaz y decidido, sin complejos para insistir con mayor dureza en la estrategia de la crispación, que tantos aunque insuficientes frutos produjo el 9-M: medio millón de votos robados al PSOE como voto de castigo a Zapatero. Basta pues con seguir por esa misma línea, pero con otro líder más duro, para que la victoria final caiga como fruta madura. Pero Rajoy, Gallardón o Lassalle (como antes el Abc de Zarzalejos) hacen la lectura opuesta. La derrota del PP se ha debido al temor que su fanatismo provoca en el resto de España, fuera de Madrid y Valencia, pues Zapatero sólo pudo ganar gracias al voto del miedo al PP. Y hasta que no logre desvanecer ese temor con sólidas razones, el PP no podrá estar en condiciones de ganar. De ahí que haya que comenzar por recuperar la confianza de los ciudadanos, lo que exige renunciar a la estrategia de la crispación.

¿Quién tiene razón? ¿La derrota del PP se debió a demasiada blandura o a excesiva dureza? Se trata de un falso dilema, pues lo inteligente es combinar ambas estrategias con dosis complementarias. Que es lo que busca hacer Rajoy: necesita pactar consensos de Estado con Zapatero para recuperar la confianza de los ciudadanos, y al mismo tiempo tiene que denunciar sus fracasos y carencias para socavar sus bases electorales. Pero el bloque mediático aznarista no le dará opción, porque su única estrategia aceptable es la línea dura, capaz de justificar su actuación durante el 11-M. Si se empeñan en atribuir la reciente derrota del PP a Rajoy es porque de no hacerlo así tendrían que reconocer su propia responsabilidad tanto en la derrota del 9-M como del 11-M. De ahí que sólo quepa esperar lo peor: una dura campaña cainita de acoso y derribo contra Mariano Rajoy, que amenaza con impedir los consensos que se precisan en bien de la legislatura.

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