Aunar esfuerzos para diagnosticar la dislexia
Expertos y afectados piden más recursos para detectar los problemas con la lectoescritura lo antes posible
Dolors Juanola es profesora de catalán en un instituto y Maria Olivares dirige una escuela de primaria. Además de dar clase en municipios cercanos a Barcelona, ambas tienen hijos con dislexia, un trastorno cognitivo que impide leer y escribir de forma fluida y correcta. Las dos docentes coinciden en afirmar que nunca habían oído hablar sobre ello hasta que los especialistas diagnosticaron a sus hijos, hace más de una década.
"Los maestros necesitamos más formación sobre trastornos del aprendizaje. Hay un gran desconocimiento sobre ellos, incluso entre psicólogos y pedagogos", lamenta Olivares. "Cuando mi hija tenía cinco años, yo observaba que cuando leíamos juntas en casa tenía muchas dificultades. A los 12 años le diagnosticaron dislexia. Ha seguido estudiando y ahora está en la Universidad", indica. "Cuando los profesores de instituto vemos que un alumno tiene muchas dificultades para leer y escribir, no sabemos cómo tratarlo. Se supone que un estudiante de ESO ya lo sabe hacer", añade Juanola.
El disléxico necesita una reeducación específica. Hay que evitar que se desmotive
"Diferentes estudios ponen de manifiesto que los trastornos del aprendizaje afectan a entre el 20% y el 25% de la población. De todos ellos, la dislexia es más frecuente, y su prevalencia es de entre el 10% y el 15%. Esto significa que en cada aula hay como mínimo un niño disléxico", explica la neuróloga pediátrica Anna Sans, del hospital de Sant Joan de Déu, de Barcelona. "Al igual que hay estudiantes que no tienen habilidades para la música, la pintura o el deporte, un disléxico tiene dificultades para leer y escribir. Nunca tendrá una lectura fluida y automática, aunque puede desarrollar habilidades para compensar este déficit crónico", añade Sans.
"El problema es que la dislexia no se detecta precozmente. Cuando el alumno de educación infantil o del primer ciclo de primaria tiene dificultades en la lectoescritura, éstas se atribuyen a la inmadurez. Más adelante, si el niño no lee ni escribe correctamente, es porque es un vago", concreta Neus Buisán, que preside la Asociación Catalana de Disléxicos. "Mis dos hijos lo son y, cuando les diagnosticaron el trastorno, descubrí que yo también lo era. Cuando estudiaba, yo era la última de la clase, aunque, con mucho esfuerzo, vencí mis dificultades y fui a la Universidad", dice Buisán.
"El disléxico necesita esforzarse más que el resto para leer y escribir, y necesita una reeducación específica. Hay que evitar que el niño se desmotive y fracase", explica Sans.
Familias, afectados y expertos consideran que el sistema educativo tendría que ser más flexible en la atención a los niños disléxicos. Un trastorno que significa que los que lo sufren tarden más en hacer los exámenes -necesitan más tiempo para leer los enunciados y escribir las respuestas-, hagan mala letra y cometan muchas faltas.
La entidad que en Cataluña agrupa a todos ellos ha logrado que el Departamento de Educación reconozca una modificación curricular para los disléxicos que cursen bachillerato. Aunque en las pruebas de acceso a la Universidad no han logrado tener más tiempo o más flexibilidad en la penalización de las faltas de ortografía.
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