A la pata coja o con dos pies
La suerte está echada. La cumbre de la UE del pasado día 17 solemnizó aún más la política de ortodoxia fiscal, de guerra al déficit, acordando "reforzar" el Pacto de Estabilidad con más sanciones, entre otras medidas. Y el último de los grandes que quedaba, Reino Unido, acaba de apuntarse a la austeridad a rajatabla.
El pulso UE-EE UU está pues servido. Obama invita a que el G-20 que empieza pasado mañana fije la prioridad contraria, mantener los estímulos para "salvaguardar y fortalecer la recuperación".
Muchas voces han alertado del peligro de que si todos los países de la UE restringen el gasto público al mismo tiempo, el rigor desemboque en rigor mortis, un decenio de estancamiento a la japonesa.
España y otros no tienen alternativa (buena) a la política de austeridad, pero pueden modularla
Quizá los grandes pueden avanzar a la pata coja. Alemania con la austeridad. EE UU, con el crecimiento, porque "al emitir la moneda de reserva internacional de facto se financia en su propia divisa", recuerda Manuel de la Rocha (Alternativas, Opex, 144).
Pero los países periféricos del euro, como España, solo pueden caminar con los dos pies, aunque avancen en direcciones algo contradictorias: si restringes el consumo y la demanda, decrece la economía; si los aumentas, crece. Contra el peligro deflacionario japonés, hay que mantener estímulos; contra la (casi) bancarrota griega, apretarse el cinturón.
No hay alternativa a la austeridad. O mejor, sí las hay (una encrucijada siempre ofrece distintas salidas), pero difícilmente son preferibles. Las lanzadas por Constantinos Lapavitsas y otros ocho economistas de izquierdas en "Eurozone crisis: beggar thyself and thy neighbour" (mendigar a uno mismo y al vecino), en RSM, Research on Money and Finance. Convencen poco: una reforma radical de la eurozona contra el principio de la disciplina fiscal (utópica, hoy), o la salida del euro (catastrófica).
Pero quizá sí hay espacio para introducir retoques (domésticos y globales) a la austeridad a secas. Retoques como: 1) Ser muy selectivo a la hora de reducir el gasto público, diferenciando el consuntivo de la inversión productiva que genera inversión privada, pues tanto como la cantidad del déficit importa su calidad; 2) Compensar la estrategia de déficit cero de cada uno de los 27, con una política expansiva a cargo de la UE, mediante un presupuesto potente y mecanismos como la emisión de deuda pública comunitaria para multiplicar infraestructuras (físicas e intangibles), según la desoída receta de Jacques Delors en los primeros noventa; y 3) Convencer a los países emergentes a tirar más del carro de la demanda.
Será de titanes persuadir a Alemania de que revise el principio de ortodoxia presupuestaria. Por razones doctrinales, porque así se forjó el milagro alemán de posguerra, porque el exceso expansivo la arruinó en el pasado: la hiperinflación de la República de Weimar llegó al 32.400% en 1922, sembrando las tensiones sociales que facilitaron el absceso hitleriano. Y todo eso está en la genética del euro. Pero a lo mejor no es imposible convencerla de que caminar con los dos pies, austeridad y crecimiento, y no a la pata coja, es mejor también para todos.
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