G-8: democracia y desarrollo
El ministro de Asuntos Exteriores alemán de la época, Joschka Fischer, fue a ver a Teherán al líder iraní Jamenei. En la conversación le intentó convencer de las bondades de la democracia, pero el último le contestó: "¿Resistirá la democracia occidental un precio del petróleo de 150 dólares el barril?". Desde hace algún tiempo se produce una disociación del binomio clásico entre democracia y desarrollo, tal como lo teorizó Amartya Sen. Ambas ideas, las dificultades de la democracia en periodos de profunda crisis económica y la legitimación del crecimiento como principal factor de la modernidad, fueron abordados de soslayo en el seminario sobre el papel de Europa en un mundo globalizado, que la Fundación BBVA y la Escuela de Periodismo UAM/EL PAÍS han celebrado la pasada semana en la Universidad del País Vasco, en San Sebastián.
Como hace tres décadas, el planeta tiene que luchar contra un alza increíble del precio del petróleo
En este contexto inquietante se reúne la cumbre del G-8 (los siete países más ricos del mundo, más Rusia), que comienza hoy en Hokkaido (Japón). A la misma han sido invitados los principales países emergentes, China, India, Brasil, México y Suráfrica, en una demostración multipolar de que nada se puede hacer ya sin ellos. Poco que ver esta coyuntura con el ambiente que se respiraba apenas hace un año en el último G-8, en Alemania. De entonces a hoy se han multiplicado los problemas económicos.
En primer lugar, ha reaparecido la inflación; hay una generación de ciudadanos del mundo que no conocía una espiral de crecimiento de los precios como la que se da ahora. Esta inflación se combina en algunos lugares con un periodo de bajo crecimiento, crecimiento cero o incluso de recesión, reproduciéndose el fenómeno de la estanflación, como ocurrió hace 30 años, con la primera crisis del petróleo.
Como hace tres décadas, el planeta tiene que enfrentarse a un espectacular aumento del precio del petróleo, Desde que los mandatarios del G-8 se reunieron en Hailigendamm (Alemania), el barril ha duplicado su valor, manifestándose una profunda división interpretativa entre los países productores y los consumidores. Los primeros atribuyen esa explosión del precio a los elementos especuladores que acaparan el crudo en los mercados de futuro; los segundos entienden que hay un problema de escasez de producción, motivada por las ansias de consumo de países milmillonarios en ciudadanos como China e India, que hacen tender los precios al alza. Esta tensión oscurece el problema más importante al que debería enfrentarse el G-8: el cambio climático y la concreción, a corto plazo (año 2020), de las reducciones de los gases de efecto invernadero.
Pero en el periodo entre los dos G-8 se han manifestado otros dos problemas que estaban embalsados, relacionados entre sí: la espectacular crisis motivada por las hipotecas de alto riesgo, que ha generado un problema de liquidez en el sistema financiero norteamericano y europeo. Los países emergentes han resistido hasta ahora la contaminación financiera proveniente del Primer Mundo.
Ésta es la primera vez que una crisis financiera tiene su epicentro en el corazón del sistema y en la que las dificultades de las entidades financieras más importantes son paliadas por la contribución, en forma de capitalización, de los fondos soberanos constituidos en los países emergentes con las reservas acumuladas por el incremento de los precios de las materias primas.
El segundo problema es la escasez y carestía de alimentos, con una etiología parecida a la del petróleo: crecimiento exponencial de la demanda al aproximarse al mundo de los consumidores centenares de millones de personas que hasta hace poco se alimentaban poco y mal, y explosión especulativa protagonizada por fondos que antes invertían en titulizaciones hipotecarias y que ahora han desviado sus esfuerzos a los mercados de futuros alimentarios. La combinación de un exceso de demanda y de escasez en la oferta ha motivado que se incorpore a la hambruna alrededor de la sexta parte de la humanidad, con lo que se alejan de su cumplimiento los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU.
En la mayor parte de estas dificultades subyacen fallos del mercado, por lo que su corrección requeriría de organismos reguladores más eficaces y de alcance global. Una reflexión sobre el marco regulatorio debería ser imprescindible en esta cumbre del G-8 que, por cierto, será la última a la que asista George Bush, bajo cuya política neocon se ha generado esta coyuntura indomable.
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