El renacer de Adriano
Abatido por el alcohol, una infancia decadente y la muerte de su padre, el ariete recupera la felicidad en el Flamengo
Villa Cruzeiro posee un código singular. Con relativa frecuencia, un grupo de cometas pertrechadas de mala manera sobrevuelan esta favela, encaramada a lomos de una colina de Río de Janeiro en donde la violencia y el narcotráfico están a la orden del día. Pero lejos de una escena bucólica y la inocencia de un niño, el planeo de las cometas sirve para advertir a las pandillas que patrullan el barrio de una presencia amenazante o una nueva incursión policial. Porque allí, en ese espacio olvidado, los tiroteos y los ajustes de cuentas forjan el día a día de uno de los territorios más degradados de la ciudad.
Sin embargo, el pasado domingo el suburbio se tomó una tregua. Momentánea, de apenas unas horas, pero paz al fin y al cabo. La razón, el histórico triunfo del Flamengo, el equipo más laureado del Brasileirão, comandado por el hijo pródigo de Villa Cruzeiro, el goleador Adriano Leite. El Emperador, apodado así tras su paso por el Inter, devolvió al equipo carioca a lo más alto tras 17 años de sequía y saldó de paso una cuenta pendiente consigo mismo. "Es un sueño ser campeón, pero por encima de todo, ser feliz", relataba el delantero, fundido en un mar de lágrimas, sobre el césped del vetusto estadio Maracaná.
Adriano se crió en Villa Cruzeiro, una de las favelas más peligrosas y violentas de Río de Janeiro
En su etapa en el Inter, gastaba 40.000 euros semanales en fiestas a orillas del lago di Como
Su adicción al alcohol y los excesos nocturnos le situaron al borde de la retirada hace un año
"Es un sueño ser campeón, pero por encima de todo, ser feliz", afirma tras coronar al Flamengo
Se ha proclamado 'pichichi' del 'Brasileirão' con 19 goles
No le faltaban motivos a Adriano, ferviente seguidor del Flamengo desde su adolescencia y cuyo ídolo, Zico, también triunfó con la elástica rojinegra. El atacante, sumido en una profunda depresión agravada por la muerte de su padre en 2004 y su reciente divorcio, sopesó dejar el fútbol hace un año cuando todavía militaba en el Inter. "He perdido la alegría de jugar. En Italia no soy feliz. Voy a reflexionar sobre mi carrera junto a mis amigos y mis familiares", adujo entonces. "No es fácil para mí. Dejar el Inter es una opción de vida y no sé si volveré a jugar, pero si lo hago será en Brasil. Para mi club de siempre, el Flamengo".
Años atrás, Adriano se había convertido en el ídolo de la hinchada del Giuseppe Meazza y en el hijo predilecto del presidente interista, Massimo Moratti. "Es muy buen chico. No hemos hecho lo suficiente por él, pero con cariño saldrá de esta situación", afirmaba el mandatario, que de la mano de Roberto Mancini no dudó en excluirlo del equipo para la Champions en 2007. La enemistad de El Emperador con el técnico italiano y el vestuario aumentó y sus excesos, su escaso compromiso con los entrenamientos y su devoción por la noche milanesa condujeron al club a pensar en él como en una causa perdida.
Pese a todo, el Inter trató de recuperarlo. Pero Adriano, refugiado en su mansión de San Fermo della Battaglia, junto al Lago di Como, no puso freno a su erosión personal. La prensa aireó sus desenfrenos (gastaba un promedio de 40.000 euros cada fin de semana) y el futbolista protagonizó diversos incidentes como su pelea en una discoteca con Rolando Howell, jugador de baloncesto del Varese, o su puñetazo a Daniele Gastaldello, jugador del Sampdoria, en la última jornada del campeonato. No quedaba ni rastro de aquel jugador que sacudió el Calcio con unas arrancadas demoledoras, con un cañón en la pierna izquierda que permitió al Inter alzar dos Scudettos con él como estandarte.
En pleno declive, Moratti barajó traspasarlo a la Premier, pero el aterrizaje de José Mourinho en el banquillo neroazzurro fue acogido como un estímulo por el futbolista. El entrenador portugués le sentó en su despacho de la Pinettina e inició la terapia. "Con el físico que tiene sólo puede hacer grandes cosas. Sólo necesita dormir bien y vivir a base de pan y agua", recomendó el luso, que telefoneaba a diario a Adriano para conocer su situación. El intento fue baldío. Fracasó. La adicción al alcohol no cesó y el club le perdió la pista tras una de sus escapadas a Río para jugar con su selección.
Poco después se supo que El Emperador se encontraba en Villa Cruzeiro, con los suyos. Rodeado de cerveza y prostitutas, anunció que dejaba el fútbol por un tiempo. "Se puede perder al jugador, pero al hombre no", declaró resignado Mourinho. "Lo importante es que él sea feliz". Rearmado moralmente, en 2009 Adriano no dudó en aceptar la propuesta del Flamengo. Perdió peso y volvió a calzarse las botas. También regresó con Brasil, con la que aspira a ganar el Mundial de Suráfrica. De momento, el domingo conquistó la liga de su país como máximo artillero del torneo con 19 goles. Él no acudió a la gala para recibir el premio. "Mi felicidad está aquí", apuntaba desde la favela, donde festejaba el título con sus amigos y donde hoy todavía vuelan las cometas.
ARTÍCULO: El chico y su favela, por Enric González. VÍDEO: Los goles de Adriano.
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